La Vanguardia

La vida con 4 gramos al día

Un alto ejecutivo excocainóm­ano diseña con su terapeuta de Sant Pau un plan antirrecaí­das

- ANA MACPHERSON

Vivir para cuatro gramos de coca. Es mucha. Muchísima droga. Ver reducida tu vida a eso, a comprar y consumircu­atrogramos­decoca.Fue su fondo. “Cada uno tiene el suyo”, dice. Y ahora, seis años, un mes y 24 días después de salir del hospital de Sant Pau, Esteban (nombre falso), 50 años, está convencido de que su tope no fue tan hondo y oscuro como ha visto en otros gracias a los valores. “Los míos”. Y por la fortuna de tener hermanos, hijos, padres, amigos. Elementos de mucho valor que no se habían evaporado tras años de consumo de sustancias, la principal la cocaína. De forma imparable.

Pero Esteban paró. “Tenía una buena carrera en una multinacio­nal. Alto ejecutivo. Pude combinarlo todo. Pero un día dejé la empresa y corté. Me fui a otra ciudad y me iban dando trabajo como freelance. Seguía teniendo dinero. A mis hijos no les faltó nunca. Pero ya estaba en una fase complicada de la coca. Fue una fuga. Una huida hacia delante. Siempre estaba disimuland­o”.

“Tenía 44 y llevaba consumiend­o desde los 22. La evolución normal. Empecé con los amigos. Luego, llegas aun punto en que, sino hay, ni sales. Y con más poder adquisitiv­o, vas subiendo. El episodio más alto lo tuve con mucho dinero. Yo era lo que se considera un consumidor pijo, con alto nivel laboral y cultural, con un consumo muy social. Otros la toman para evadirse. Yo no. La he fumado sólo esporádica­mente. Es la forma más adictiva e intensa, pero yo la esnifaba y la unía al alcohol. Juntos se modulaban, te mantenían en equilibrio. El alcohol lo dejé antes, hace 9 años. Tomaba un antagonist­a, antabús, que a veces te aparta de la coca. Pero al poco tiempo volví a subir, un poco más, y más. Alcancé los 4 gramos diarios ¿Mucho? Es una pasada, te lo aseguro. No hacía nada más”.

“Me fui de Barcelona para que nadie me controlara. Me levantaba a las dos de la tarde, cogía el coche para comprar la coca y volvía. Combinaba con todas las variedades de marihuana que puedas pensar: para salir, tal; para ligar, cual. Ningún problema. Tenía acceso a lo que quisiera”.

“Así pasé seis meses en el límite. Me preocupaba que afectar a a mis hijos, que nunca han sabido nada de esto. Un día vi en un periódico que Sant Pau iba a probar una especie de vacuna contra la coca, algo que no se llegó a hacer. Y pedí ayuda. Yo no quería ingresar, ni en broma. A la semana les supliqué que me ingresaran. No podía con ese consumo tan bestia”.

“Mis valores limitaron el fondo. Tengo amigos de consumo que están en el agujero. Lo han perdido todo. Me veía como prisionero de la coca y otras cosas. Tenía plantas de marihuana y falsificab­a recetas de benzodiace­pinas para compensar los cuatro gramos de coca. Lo que más me gustaba era sumar las benzo, el porro y la coca. Una bomba. No te podías ni mover. Al subir tu consumo ya no sales, lo haces solo. Era mi vida, lo que me ‘gustaba’. Visto en perspectiv­a es patético. Si no subes el ritmo, la depresión

Esteban llegó a vivir sólo para drogarse, pero tocó fondo; fue a Sant Pau por una supuesta vacuna y pidió ingresar

es brutal, toda la tristeza del mundo. Cuando sólo te queda un gramo tienes que ir por más, sólo así te quedas tranquilo”.

“Lo había dejado una vez, antes. Me encerré en Montserrat y a las dos semanas había vuelto a recaer. Es el craving, el peor enemigo. Lo definen como un estado de deseo incontrola­do de consumir. (“Es el principal motivo de recaída”, aclara Anna Millet, enfermera terapeuta del equipo de Sant Pau.) “Cinco meses aguantando y la enfermedad te puede siempre. Pasé tres meses sin salir de casa”.

“Así que ingresé en el hospital y me di cuenta de la cruda realidad. Vi gente como yo ¡y estaban muy mal! ¿Cómo he llegado a esto?”.

“No he vuelto a tener craving. ¿Sabes por qué?, porque mi objetivo era curarme. No pensaba hacer nada más hasta estar curado. Pasé de tener 400.000 euros en el banco a cero. Sabía que no volvería a trabajar hasta saber que me había recuperado.Tuve mucha ayuda. Y austeridad, también importante”.

“A la semana me dijeron que lo que me convenía era el hospital de día y me pasé a él. Estuve a gusto, porque trabajas tu problema, las emociones, empecé yoga y también meditación, conciencia de mí mismo. Fue un milagro que no quedara tocado, física y mentalment­e. Otros que estaban conmigo están mal. La coca despierta enfermedad­es latentes, daña el corazón, te destroza la boca. Yo estoy en plena reparación. Y a muchos les provoca brotes psicóticos”.

“Empecé un curso de mindfulnes­s por consejo de Anna Millet. Me ayudó a controlar el estrés en el trabajo, porque yo iba trabajando, tenía algún dinero. Descubrí que me encanta: trabajar lo realmente importante, la autoobserv­ación, qué te exiges a ti mismo. Estaba dándome tiempo. No había otro plan”.

“La coca actúa sobre el lóbulo cen-

tral, que es con el que tomas decisiones. Crea su propio circuito de decisiones. Al dejarlo, esa parte adicta sigue activa. Sigues tomando decisiones a través del mismo circuito. Tienes que tener mucha paciencia, siete meses, un año. Así que te reinventas, te rediseñas. También es fundamenta­l no olvidarte. Con el tiempo se recae porque te olvidas. “El primer año es muy duro, es un duelo. Has perdido una vida. Es una enfermedad crónica, pero te curas cuando esa vida ya no te interesa. A los dos años puedes plantearte ayudar a otros. Por eso me metí en el diseño del programa para evitar recaídas con Anna Millet, por agradecimi­en-

to. Sigo yendo a dar charlas a la gente que está allí algún martes. Estoy orgulloso de mí”.

“Mi proceso todavía no ha acabado. Tienes una semillita en la cabeza que si no la alimentas, no molesta. Pero si la riegas saliendo con gente que consume o gente de tu vida de antes, crece. Por eso ayudo”.

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Esteban junto a su terapeuta en Sant Pau, Anna Millet; trabajaron juntos durante meses para usar la atención consciente en las adicciones
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GEMMA MIRALDA

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