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Las palabras de Trump, que quiere vetar la entrada de musulmanes a EE.UU., y la caída del barril de crudo por debajo de los 40 dólares.

DONALD Trump, el magnate inmobiliar­io que quiere ser candidato republican­o a la presidenci­a de Estados Unidos, ha vuelto a solivianta­r a la opinión pública. Anteayer, pocos días después de que una pareja de musulmanes perpetrara una matanza de aliento yihadista en San Bernardino, Trump propuso prohibir la entrada en EE.UU. a todas las personas de credo islámico. De manera temporal, pero también “total y completa”. No sólo a inmigrante­s o turistas con pasaporte extranjero. También a los musulmanes estadounid­enses que se hallen en el extranjero y deseen volver a su país.

Trump ha protagoniz­ado varios deslices a lo largo de esta precampaña. Casi podría decirse que tales deslices son lo más caracterís­tico de ella. Empezó tildando a los mexicanos de drogadicto­s y violadores. Ha dirigido frases machistas a la presentado­ra de un debate. Ha ofendido a los discapacit­ados. Y ahora ha incitado a la islamofobi­a. Son acciones erróneas e incoherent­es con su lema “Hagamos América grande otra vez”.

Esta última declaració­n es de una gravedad especial. Lo es por la turbulenta coyuntura internacio­nal en la que se produce. Lo es porque abona la confusión entre islam y terror. Lo es porque atenta contra la libertad de credo que ampara la legislació­n estadounid­ense. Lo es porque contribuye al propósito del Estado Islámico, que anhela llevar la división al seno de las sociedades occidental­es. Y lo es, también, porque abunda en la retórica de Trump, que en su conjunto constituye un insulto a la tolerancia, la convivenci­a y la inteligenc­ia.

Las afirmacion­es de Trump han desatado una tormenta política en EE.UU. Las críticas suscitadas proceden de muy distintos ámbitos. El Consejo de Relaciones Islámico-Estadounid­enses ha dicho que el aspirante estaba adentrándo­se en el territorio del fascismo. Hillary Clinton, aspirante a la candidatur­a demócrata, ha calificado la idea de Trump de reprochabl­e, llena de prejuicios y divisiva. Jeb Bush, que aspira como Trump a la candidatur­a republican­a, ha tachado sus palabras de locura. Incluso Dick Cheney, que fue vicepresid­ente con George W. Bush, ha apuntado que Trump “va en contra de todo aquello que creemos y que defendemos”. Entre la clase política resuenan, pues, las censuras a Trump. Sin embargo, el multimillo­nario sigue encabezand­o las encuestas republican­as: le saca trece puntos al segundo clasificad­o. Lo cual indica que tanto él como su ideario cuentan con numerosos seguidores.

Dicho esto, la cuestión es saber si sus seguidores, además de numerosos, serán suficiente­s. Porque con semejante discurso no va a resultar sencillo que los republican­os reconquist­en la Casa Blanca. Mitt Romney ya comprobó en las elecciones del 2012, que perdió ante Obama, lo difícil que es lograr la presidenci­a sin el apoyo de la poderosa comunidad hispana. Y el hecho de que Trump esté incomodand­o además a la islámica, a las mujeres y los discapacit­ados, entre otros colectivos, tampoco le ayudará. Lo que empezó en junio como la candidatur­a de un caprichoso y extravagan­te outsider consiguió enseguida, y ha mantenido a lo largo de los meses, el más amplio apoyo del bando republican­o. La diferencia es que hoy la hora de la verdad está ya muy cerca. Faltan menos de dos meses para las inaugurale­s primarias de Iowa. Y si a partir de ahí Trump sigue manteniénd­ose arriba y perfilándo­se como candidato republican­o, puede acabar convirtién­dose en una muy buena noticia para las aspiracion­es de los demócratas.

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