Guerra (y paz)
La mejor definición de lo que es la historia corresponde a Konrad Adenauer, uno de los padres de Europa: “La historia es la suma de todas aquellas cosas que se hubieran podido evitar”. Desgraciadamente, la historia estudia el pasado, así que no estamos a tiempo de cambiar los acontecimientos, porque estos han sucedido, pero al menos deberíamos tener la inteligencia suficiente para intentar no repetir los errores. Es cierto que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, pero tendríamos que ser lo suficientemente hábiles para cambiar la roca de sitio, ya que nos resulta tan complicado no trastabillar con el guijarro con el que chocamos.
La reflexión viene a cuento de la que ha sido la frase de la semana, puesta en boca de Alfonso Guerra, aquel tipo que fue el escudo de Felipe González y que tenía la lengua afilada y la mirada inquisidora, y a quien la familia le complicó la vida casi tanto como su discurso ácido. Guerra, que aunque es una página en la historia de España aspira a ser tinta fresca reciente, ha comparado esta semana “el golpe de Estado civil” que han emprendido algunos partidos catalanes con los hechos del 6 de octubre de 1934. Y no sólo eso, sino que ha animado a que el Estado haga lo mismo que entonces y envíe a los militares a detener al president de la Generalitat.
Guerra no tuvo un buen día o se tomó algo que le sentó mal. El Estado no necesita acudir al ejército para que se cumpla la ley, pues dispone de otros medios en caso de que alguien pretende saltársela, pero el solo hecho de animar a que la milicia actúe resulta un disparate, propio de alguien que ha dejado de ser una figura de la historia para convertirse en una entrada de las enciclopedias. Por cierto, la rebelión catalana de 1934 de Companys se correspondía con la revuelta en Asturias del PSOE de Largo Caballero, así que Guerra o se ha hecho mayor o se ha hecho un lío con la historia. En cualquier caso, mejora callado.