En el nombre del padre
El hijo de García Márquez exorciza su duelo filmando la travesía de Jesús por el desierto
En el festival de Sitges puede suceder cualquier cosa. Ayer, a primera hora de la mañana –aún no habíamos desayunado– se apareció Jesucristo. Fue en el cine del casino Prado, y tenía la cara de Ewan McGregor. El escocés es un Jesús más que convincente, que camina y camina por el desierto, que tiene sed, mucha sed, y aguanta impasible que los insectos se paseen sobre su piel, como si fuera un caballero jedi en el periodo de prácticas. Ayuna –como los periodistas–, está siempre sucio, manchado de arena, y se desdobla para hablar consigo mismo. ¿Qué le dice su parte oscura? “Tu padre está muy ocupado con los asuntos del mundo para pensar en ti”. “Tu padre es egoísta e irascible”. “A tu padre no le importas”. Jesús busca a su padre, le falta su consuelo, nunca le ha abrazado, escucha al mundo entero hablar de Él y sufre mil penalidades para ser digno de su atención. Se encuentra, en el camino, con una familia normal –padre, esposa e hijo– que le dan cobijo en su tienda, y asiste fascinado a ese conflicto eterno entre progenitor y adolescente, un conflicto que él no ha podido vivir.
Y sí, estamos en Sitges, aunque en la pantalla aparezca el desierto californiano –en el papel de desierto de Judea– durante la proyección de Last days in desert, la nueva película del cineasta colombiano Rodrigo García. García rodó en cinco semanas, entre febrero y marzo del 2014, un breve guión suyo sobre la larga marcha individual de Jesucristo, pero hizo de la paternidad y la soledad los grandes temas de la historia. Rodó la dolorosa escena de la muerte de un padre y los sentimientos encontrados que despierta en su hijo y, al poco de acabar el rodaje, el 17 de abril, se murió el suyo, el escritor Gabriel García Márquez, con lo que tuvo tiempo de exorcizar su duelo en la sala de montaje. Si, para muchos latinoamericanos, Gabo era Dios, qué menos que su hijo haya rodado una película sobre el hijo de Dios.
“Si hubiese deslizado algo autobiográfico, lo último que haría sería discutirlo”, nos dice Rodrigo García, por correo electrónico desde Los Ángeles. Etiquetado como director de personajes femeninos –ya desde su inolvidable debut, Cosas que diría con solo mirarla (2000) con Glenn Close y Cameron Díaz– filma aquí su película más viril, con tipos duros que están siempre sudados y son poco comunicativos, y el único personaje femenino –interpretado por la israelí Ayelet Zurer– es claramente secundario, ni siquiera puede andar y habla en susurros.
El director explica a este diario que “mi idea original fue la de Jesús intercediendo en un conflicto entre un padre y un hijo. Siempre supe que serían tres días inventados por mí, que no están en los Evangelios, y en ese sentido no sentí presión de estar contando lo que ya se había contado muchas veces. Por supuesto el pasado de Jesús y su destino es de conocimiento de todos y tenía que tenerlo en cuenta, pero dentro de esos tres días tenía bastante libertad. En cuanto a la figura y personalidad del Jesús humano (no tengo idea de cómo es lo divino) creo que hay tantas versiones y teorías diferentes que no está uno necesariamente condenado a repetir lo de otros. Un Jesús de Pasolini no tiene nada que ver con uno de Kazansakis o de Robert Graves o cientos más”.
Sobre ese Jesús que intenta que padre e hijo se comuniquen mejor, García dice que “me interesa que Jesús se sintiera irresistiblemente obligado a ayudar a un niño que busca forjar su propio destino. Me imagino que, puesto que Jesús tiene un destino preestablecido, siente en este caso la tentación de ayudar a alguien que todavía puede forjar uno propio, aunque eso sea quizás también una ilusión. ¿Realmente somos dueños de nuestras opciones y de nuestro destino?”.
El hallazgo de García es que el diablo es, aquí, también el mismo McGregor, que aprendió en Star Wars que no hay nada más horroroso que nuestro propio lado oscuro. Así, que nadie espere Magdalenas lúbricas serpenteando en torno al galán o parafernalia de efectos especiales milagreros. Todo es mucho más sutil. Tampoco cabe esperar protestas de grupos
cristianos en los cines –como le pasó, entre otros, a Martin Scorsese con La última tentación de Cristo– pues García se muestra respetuoso en el tono y en los hechos narrados.
En lo estético, la película tiene un aire de western, como si ese paisaje en el que se rodaron tantos clásicos del Far West –reflejado en la bellísima fotografía del doblemente oscarizado Emmanuel Lubezki– dejara su impronta. También hay momentos de contenida intensidad que pueden hacer pensar en las escenas místicas del videoartista norteamericano Bill Viola.
“No lo hice a propósito –responde el director– pero supongo que los westerns hacen eso: enfrentar al hombre con una naturaleza bella, pero inclemente, sorda y muda. En ese marco, el hombre no tiene mas opción que enfrentarse a sí mismo, a su interior, y para bien o para mal, encontrarse. Me imagino que hubo mucho de eso en los días de ayuno de Jesús en el desierto”.
Hay un momento en que el personaje del hijo adolescente lamenta que su padre no le quisiera enseñar su oficio. García, que tras estudiar historia medieval en Harvard, se matriculó en el American Film Institute, tiene obsesiones y temas distintos a los de su padre, que se puso a escribir Cien años de soledad cuando constató su fracaso en el mundo del cine. ¿Está justificada la inclusión de
Last days in desert en un festival de cine fantástico? Sí, por la elasticidad del concepto –puesto a prueba otras veces con mayores desafíos– y porque en ella vemos a gente que lee el futuro en cuencos de agua, alteraciones perceptivas y una presencia sobrenatural que todo lo impregna. La crítica, de momento, no la ha dejado mal. “Lenta, pero nunca aburrida”, escribió Jordan Hoffman en The Guardian. Ayer, tras la proyección matinal en Sitges, había división de opiniones, y algunos afirmaban que “le falta acción, es un señor caminando y caminando bajo el sol” mientras otros evocaban el impacto visual de algunas escenas. La trama, en fin, es de todos conocida hace ya veinte siglos. Así que no sería justo acusarnos de lanzar spoilers por señalar que se trata de la crónica de una crucifixión anunciada.