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La buena actuación de Hillary Clinton en el primer debate de candidatos demócratas; y la nueva fiscalidad que estudia aplicar el Ayuntamiento de Barcelona.
LO que sucede en Las Vegas no siempre se queda en Las Vegas, afortunadamente para Hillary Clinton. La meca del juego acogió el primer debate entre los cinco candidatos a la nominación demócrata a la presidencia de EE.UU. El veredicto roza la unanimidad: Hillary Clinton ha revitalizado su candidatura gracias a dos horas intensas en las que no sólo aventajó en argumentos a su principal rival –de momento–, el senador Bernie Sanders, sino que además pudo mostrarse presidencial, un intangible muy importante.
En cierto modo, el peor enemigo de Hillary Clinton siempre ha sido Hillary Clinton. Llegó a la Casa Blanca como primera dama en 1993 con la aureola de que era tan brillante como su esposo (según los chistes de la época, era mucho más brillante). Trató de ejercer, por el bien de su país, de copresidente y aquí es donde arranca su principal lastre electoral: suscita un rechazo muy sólido entre sus detractores. Los conservadores atacaron duramente a Bill Clinton a través de su esposa, a la que ciertamente nadie había elegido. Desde sus cambios de peinado hasta su supuesta arrogancia, desde su fallido plan de reforma sanitaria hasta su izquierdismo. Aquel rechazo la obligó a desaparecer tras la debacle demócrata en las elecciones al Capitolio de 1994 y es una explicación plausible a su determinación política por volver a la mansión presidencial.
Liberada de la sombra conyugal, Hillary Clinton ha tratado desde el año 2000 de ganarse el retorno a la Casa Blanca: senadora por Nueva York –ninguna primera dama había ganado una elección–, dos mandatos y un primer asalto a la nominación demócrata en el 2008. Entre la experiencia, rigor y frialdad de Hillary Clinton, los electores demócratas prefirieron a una personalidad más cálida, terrenal y nueva (Barack Obama).
El debate de Las Vegas resultó muy positivo para la ex secretaria de Estado. Liquidó una piedra en el zapato –el asunto de sus correos electrónicos cuando dirigió la política exterior–, gracias en parte al fair play de su rival y senador por Vermont, quien dijo que no era algo que interesase a los ciudadanos. Por supuesto, Clinton se impuso en conocimientos de la política exterior y puntuó mucho en credibilidad respecto a un eficaz control de las armas o las preocupaciones económicas de la clase media.
De rebote, Hillary Clinton se benefició de que el debate fue, en realidad, un cara a cara, con tiempo para exponer sus argumentos. Nada que ver con el pim pam pum del reciente debate republicano, donde los once candidatos, nada menos, terminaron por anularse unos a otros y sembrar dudas sobre lo que les distingue de los demócratas. El cheque en blanco fue, también, gentileza del vicepresidente Joe Biden, cuyos titubeos sobre si se presenta a la nominación demócrata empiezan ya a restarle fuerza. No deja de ser singular que estemos hablando de candidatos con experiencia: Hillary Clinton tiene 67 años, Joe Biden ha cumplido 72 y el senador Sanders está en los 74 años de vida.
La carrera electoral de Estados Unidos está en una fase muy preliminar. También hace ocho años Hillary Clinton era la gran favorita a la nominación y ahora está por ver si demuestra el tono convincente y renovador que no halló entonces. La mayoría de las encuestas la destacan como la política más preparada de Estados Unidos, pero a la hora de verla como presidenta los números caen en picado...