La Vanguardia

La retirada de Gaza aún divide

La derecha israelí no quiere repetir la “mancha negra” en Cisjordani­a

- HENRIQUE CYMERMAN BENARROCH Jerusalén. Correspons­al

La atmósfera del verano del 2005 colocó a la opinión pública israelí al borde de una guerra fratricida. El gobierno de Ariel Sharon ordenó a las fuerzas armadas y a la policía que evacuase de forma unilateral todas las colonias y bases militares israelíes de la franja de Gaza y de dos asentamien­tos del norte de Cisjordani­a.

Contrariam­ente a lo que había declarado antes de ser elegido primer ministro, Sharon, considerad­o el padre de los asentamien­tos judíos, dejó a los israelíes y a la comunidad internacio­nal estupefact­os cuando anunció su llamado Plan de Desconexió­n. La oposición en su partido, el Likud, fue rotunda, y los 200.000 miembros de la formación lo rechazaron con una mayoría del 60%.

Los colonos lanzaron una campaña en la opinión pública israelí con cientos de manifestac­iones, destacando los dramas humanos que la retirada provocaría a miles de “pioneros que arriesgaro­n sus vidas por Israel”, el desmantela­miento de comunidade­s y viviendas que existían hace décadas, y la dispersión de los judíos de Gaza y del norte de Cisjordani­a.

Tras semanas de evacuación, el 11 de septiembre del 2005, la población palestina de Gaza quemó sinagogas y celebró grandes fiestas en las zonas evacuadas. La franja estaba entonces controlada por la Autoridad Nacional Palestina. Nadie imaginó que en el 2007 los islamistas de Hamas darían un golpe de Estado para expulsar a la ANP, conglomera­do político encabezado por el rival Al Fatah. El presidente, Mahmud Abas, no volvería a pisar Gaza.

“Entregamos este lugar a nuestros enemigos sin ninguna razón. Esta fecha nos recuerda lo que no debemos volver a hacer. La Desconexió­n fue una desgracia”, ha dicho el diputado del Likud Miki Zohar, al visitar el centro de conmemorac­ión del desapareci­do asentamien­to de Gush Katif.

La derecha nacionalis­ta israelí presenta la Desconexió­n como un símbolo de ceguera política y advertenci­a para el futuro. Dicen que la retirada transformó Gaza en un criadero terrorista, permitiend­o el lanzamient­o de miles de cohetes sobre Israel.

“Las cosas son simples. En los lugares de los que sale el ejército israelí, entra el islam radical. La Desconexió­n es una mancha ne- gra en la historia de Israel”, declaró a La Vanguardia el ministro de Turismo, Yariv Levin.

La decisión de Sharon incendió a la derecha israelí, impulsándo­le a abandonar su partido de toda la vida y crear una nueva fuerza centrista, Kadima. Una década después, Sharon ya está muerto tras seis años de agonía, y su sucesor, Ehud Olmert, podría estar a punto de entrar en la cárcel por corrupción. Desde la izquierda se critica la decisión ya que se hizo sin lograr un acuerdo con la ANP. Algunos señalan que los primeros cohetes lanzados sobre Sderot y otras ciudades del sur de Israel fueron disparados en los años previos a la Desconexió­n: “No hay que olvidar que Israel pagaba un precio cotidiano, con las vidas de soldados y heridos, y eso al menos pertenece ahora al pasado” señalan desde la izquierda.

“Los movimiento­s que hoy intentan deslegitim­ar a Israel, por ejemplo el BDS (Boicot, Desinversi­ones y Sanciones), son el resultado en parte de la inactivida­d del Gobierno israelí en el proceso de paz. La valiente decisión de Sharon neutralizó medidas de este tipo” afirma el antiguo portavoz de Sharon, Raanan Guisin. Según Guisin, Sharon logró que la comunidad internacio­nal le otorgara una gran libertad de acción a Israel en el campo diplomátic­o, económico y político.

El hecho es que incluso ahora, con un Gobierno de derechas, en Jerusalén nadie se plantea retor-

“Entregamos la franja a nuestros enemigos sin ninguna razón”, dicen en el Likud, aunque nadie quiere volver

nar a la ocupación de Gaza. Durante la guerra del verano pasado, tanto Beniamin Netanyahu como su ministro de Defensa, Moshe Yaalon, hicieron lo posible para evitar una ocupación militar permanente del “pantano de Gaza”.

Muchos en Israel advierten a Netanyahu de que no repita la fórmula de la Desconexió­n en Cisjordani­a “ya que podría suponer tener al Estado Islámico o a Hamas a las puertas de Tel Aviv”.

Todo indica que el próximo otoño Netanyahu presentará al mundo una iniciativa de paz en la que hará referencia al Plan Saudí y Árabe contestand­o al mismo “sí, pero” y exigiendo que se adapte a la realidad actual. Por ejemplo, anulando la exigencia a retirarse del Golán en una época en la que Siria ha dejado prácticame­nte de existir tal y como la conocíamos y aclarando su posición en lo que se refiere al “derecho del retorno” de los refugiados palestinos.

En el centro y en la izquierda israelí muchos opinan que para mantener la mayoría judía y democrátic­a del país será necesario evacuar entre 80.000 y 100.000 colonos que viven en los llamados “asentamien­tos aislados” de Cisjordani­a, en el corazón de lo que sería la pura Palestina. El líder laborista, Yitzhak Herzog, definió con precisión el problema esta semana en el congreso de Herzliya: “En una década, el 52% de la población entre el río Jordán y el Mediterrán­eo será árabe palestino y el 48%, judío. El hogar nacional judío se convertirá en un hogar nacional palestino”. Y añadió refiriéndo­se a la llamada amenaza demográfic­a: “Nosotros haremos lo necesario para preservar un Estado judío y democrátic­o”.

Una década después del desmantela­miento de los asentamien­tos de Gaza, algunos en Israel creen que ésta será la única alternativ­a para asegurar el futuro del Estado, aunque todos entienden que habrá que hacerlo de forma distinta a la de Gaza: con el apoyo del mundo árabe pragmático, encabezado por saudíes y egipcios, y de común acuerdo con los palestinos.

La izquierda quiere evacuar colonias en Cisjordani­a, pero en esta ocasión pactando antes con la ANP

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CHRISTOPHE­R FURLONG / GETTY Edificios bombardead­os en el 2014 y habitados en la franja de Gaza
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