La Vanguardia

La comunicaci­ón

- Susana Quadrado

Que algunos gobernante­s atribuyan el fracaso electoral a un fallo de comunicaci­ón es más viejo que el australopi­teco que vivió hace más de tres millones de años y que la revista Nature nos presentó anteayer. Si un político sale entonando aquello de que “no hemos sabido comunicar”, ya podemos echarnos a temblar. Lo que en realidad ha querido decir es que lo ha hecho de fábula pero que la gente no le ha entendido. En este país de sobresalto diario, ese estribillo suele llevarse por delante al jefe de prensa o al de gabinete, sin embargo pocas veces supone que el gobernante reconozca sus errores, los de su equipo, los de su gestión o todos al mismo tiempo. Cuando una persona con responsabi­lidades (o aspiracion­es) de gobierno ignora la comunicaci­ón y sus medios corre el riesgo de que la gente le vea como alguien que actúa de espaldas a la opinión pública.

El combate que se libra ahora para ganarse la confianza ciudadana es sobre todo estético, con ecos éticos, y en el que las formas son el fondo. Antes los políticos sólo se dejaban aconsejar sobre el nudo de la corbata, el peinado o el color de la ropa. Las cosas han cambiado porque hay que ir a buscar electores donde estén, por mucho que a esa hora los pilles en el trabajo o sobando la siesta. Se lleva el gato al agua quien se ha entrenado bien en la persuasión pública y su escenifica­ción. Y es así aunque algún moderno pueda acabar revelándos­e como un impostor más.

Finalmente, la comunicaci­ón. Las claves: tocar la fibra sensible, la cercanía, las emociones,... Y corear consignas accesibles. No existen ya los liderazgos carismátic­os, son de otra época. No sólo no se nace líder, sino que casi cualquiera puede convertirs­e en uno con un buen asesor y ensayando muchas horas ante un espejo. Moverse con humildad y sencillez ante situacione­s difíciles tiene premio. La arrogancia y la necedad, un castigo tan severo como el que sufre la madrastra de Blancaniev­es en el cuento, que también se miraba en el espejo, por cierto. Esa es la lección que dejan las urnas, pero mucho ojo con la demagogia.

El gobernante moderno debe estar siempre a punto, salir mucho en la tele, dejarse preguntar y aprender a responder. Nada de frases circulares que no dicen nada ni medias verdades. Los nuevos políticos –inviertan ustedes si quieren estas dos palabras– han profesiona­lizado ese aspecto comunicati­vo, saben conversar y además han aprendido a saltarse esa distancia de seguridad que imponen corralitos, estrados o esbirros siguiendo el sabio consejo de Einstein: los hechos son los hechos pero la realidad es la percepción.

El problema para que la profesión política entienda todo esto bien estriba en su propia naturaleza. En los egos. Algunos egos llegan a ser tan grandes, se hinchan tanto, que se elevan por encima de los demás mortales como globos. A veces se desinflan sin más pero otras revientan en mil pedazos.

Cuando un político pretende ignorar la comunicaci­ón, da la espalda al ciudadano

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