La Vanguardia

Gesto breve

- Imma Monsó

Un día aprendimos a llevar el tiempo encima. Mucho antes de esto habíamos contado con referencia­s poco precisas: el amanecer, el cénit o la caída del sol... Luego llegaron clepsidras y relojes de arena... Y por fin, el tiempo se acercó peligrosam­ente a nuestro cuerpo: ya se llevaba en el bolsillo con una cadenita o colgado del cuello. Al final, se nos pegó a la piel, cuando a finales del XIX se inventó el reloj de pulsera. De pronto podíamos medir el tiempo a cada instante, lo teníamos al alcance de la vista y bastaba un leve gesto para saber qué hora era. El reloj de pulsera se convirtió en el regalo por excelencia, era la joya más útil, el fetiche que se heredaba, porque nunca un Patek Philippe es del todo tuyo, tuyo es el placer de custodiarl­o hasta la siguiente generación; ya debieron de intuir, los de la célebre marca suiza, que el reloj de pulsera se había convertido en algo inútil, que tenía los días contados y que había que proporcion­arle más valor simbólico añadido. El hecho es que el gesto de consultar la hora en la muñeca ha ido desapareci­endo a lo largo de los últimos veinte años. Cuando empecé a dar clases y preguntaba la hora en el aula, eran muchos los alumnos que podían contestar echando un vistazo a su reloj. Ahora es casi imposible encontrar a alguien que lleve.

Más de un siglo después de que empezara a generaliza­rse el uso del reloj de pulsera, y cuando ya parecía que el caracterís­tico gesto de mirar la hora en el antebrazo no iba a regresar, ha llegado Apple Watch: el ordenador de pulsera ya está en el mercado. Tim Cook, director ejecutivo de Apple, lo presentó hace unos días con esta frase, en la que usó un adverbio escalofria­nte: “Nunca habíamos fabricado un producto tan íntimament­e ligado al usuario”. Así pues, volverá el viejo gesto, pero ya no será un vistazo rápido a la muñeca, será ese tipo de mirada embebida que dedicamos a la pantalla del móvil, porque ahí está todo, todos los amigos y conocidos, toda la informació­n, todos los saberes, todos los mapas, todos los recuerdos propios y los ajenos. Aprendimos a llevar el tiempo encima hace algo más de un siglo. Ahora llevaremos encima el universo entero, un peso brutal con el que no sé si vamos a poder cargar sin perder la chaveta. Tengan en cuenta que el Apple Watch y sus homólogos serán probableme­nte el último dispositiv­o externo, no implantado en el interior del organismo. Luego vendrán los implantes, pero entonces ya no seremos humanos, seremos ciborgs. Así que cabe imaginar al último ser humano embebido en su pantalla de pulsera, espectador borgiano de un mundo multiforme, instantáne­o, intolerabl­emente abarrotado. Como Ireneo Funes, abrumado por los recuerdos. Como Ireneo, asfixiado por la riqueza infinita de los detalles, colapsado por la infinidad de datos triviales. Como Ireneo, infeliz.

Volverá el viejo gesto, pero ya no será el breve vistazo a la muñeca, será ese tipo de mirada embebida que dedicamos al móvil

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