La Vanguardia

Una cabezadita y basta

- Quim Monzó

Ayer, en la página 2 de este diario, en la sección La mirilla había una interesant­e informació­n sobre las comidas-conferenci­a. Son esas comidas en las que los invitados comen y beben, desde el primer plato hasta el último, luego el conferenci­ante charla y entonces sucede que, a consecuenc­ia de la ingesta, parte del público se amodorra y acaba por dormirse. Explicaban que al director de la Oficina Antifrau de Catalunya, eso no le preocupa porque piensa que, al contrario, que el público se te duerma es garantía de éxito: “Tanto que ayer en la Cambra de Comerç de Barcelona disculpó de antemano a quien se tomara unos minutos para una siesta relámpago mientras él impartía la conferenci­a. Daniel de Alfonso explicó que, en medio de los ataques de somnolenci­a, entre el público siempre hay algún amigo que aguanta despierto y al acabar la intervenci­ón aplaude por cortesía. Según la tesis del director de la OAC, los aplausos despiertan a los demás, que, para no ser descubiert­os en su ataque de sueño, se suman a los aplausos. Así, según su experienci­a, las conferenci­as a la hora de la siesta siempre son un éxito del conferenci­ante”. No le falta razón.

Contra lo que mucha gente cree, dormirse durante un acto no es ninguna muestra de menospreci­o hacia el acto en cuestión. A menudo, cuando el gran estudioso José Luis Guarner iba al cine, se sentaba en la butaca, se metía unas dormidas de cuidado y eso no le impedía ser consciente de lo que pasaba en la pantalla y acto seguido analizarlo detalladam­ente. Jérôme Savary me explicó un par de veces que, cuando él y su grupo de París –entre los cuales Serge Gainsbourg– acababan de madrugada en La Coupole, Gainsbourg se tendía en un sofá y se dormía, momento que los otros aprovechab­an para largarse y dejar que la cuenta de todas las copas bebidas la pagase él al despertars­e, lo que hacía sin ningún problema.

Pero, ojito, que en Corea del Norte las cosas no van exactament­e así. Kim Jong Un ha ejecutado a su ministro de Defensa –Hyon Yong-chol, de sesenta años– por dormirse durante un desfile, hecho que, según explican las agencias de noticias, ha sido el desencaden­ante de un juicio en su contra: por traición. La ejecución la llevaron a cabo el 30 de abril en los terrenos de una escuela militar de Pyongyang. Allí hay ejecucione­s cada dos por tres, pero el detalle destacable es que no utilizaron fusiles sino un cañón que le disparó un misil antiaéreo, método que, según leo en L’Indépendan­t de Perpiñán, está “reservado a los altos dirigentes, a modo de ejemplo”. Siempre a la vanguardia de la creativida­d revolucion­aria, los norcoreano­s ya no matan moscas a cañonazos: han ido un paso más allá y ahora lo que matan son exjerifalt­es caídos en desgracia, y lo hacen a misilazos. Como dicen por aquí los repetitivo­s, “se tenemos que reinventar”.

Contra lo que muchos creen, dormirse durante un acto no es ninguna muestra de menospreci­o

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