Don Limpio y doña Moral
El higienismo fue una doctrina ilustrada, positivista, que en el XIX sirvió para sanear el espacio y los usos y costumbres de las grandes urbes europeas. Primero se higienizaron las vías urbanas derribando muros medievales y ensanchando las calles para que entrase la luz y, si hacía falta, la policía a caballo para reprimir a placer a los revoltosos, obreros y estudiantes: el plan Haussmann en París, el plan Cerdà, de la que Barcelona es hija, pero también los balnearios modernistas o la moda de hacer deporte o bañarse en las playas de las ciudades. Lo sucio, lo otro de lo limpio, siguió ahí –en las calles en las que aún hoy el sol sufre para abrirse paso–, pero fue debidamente delimitado –ergo excluido, apartado, guetizado– dentro del perímetro de la ciudad radiante de los grandes paseos y bulevares. Lo otro no eran inmundicias, pero el discurso del Don Limpio decimonónico los convirtió en cosas: prostitutas y prostitutos, pobres de solemnidad, enfermos mentales sin plaza en los manicomios, carteristas, drogadictos, gente de paso y de mal vivir. Esos espacios de reclusión a cielo abierto donde la ciudad se hace ciudad porque en ellos pierde su nombre. Ahí fue donde el higienismo se tiñó de moralidad. Con el tiempo, hubo quien quiso fumigar países enteros, aislar genéticamente a los buenos –los nuestros– de los mal(olientes) otros.
En los primeros noventa del siglo XX, en la Barcelona olímpica, el higienismo renovó su antiguo ADN modernizador con aquel maravilloso balcón de los carteles maragallianos: “Barcelona, posa’t guapa”. Puro marketing, pero marketing civilizatorio. Quizás Habermas –contra Horkheimer y Adorno– tenía razón: mejor rescatar la Ilustración –su luz– que tirarnos los cascotes por la cabeza. Pero siempre que Europa tiembla le da por el marketing bárbaro: “Estamos limpiando Badalona”, proclama desde los carteles electorales a pie de autopista el higienista zafio, la derecha profiláctica. “Se trata de elegir entre la mafia y la gente”, grita doña Moral, la izquierda resentida que hace treinta años que cobra de los institutos municipales de observación de la miseria. ¿Puede definir “suciedad”, candidato Albiol? ¿Con qué va a limpiar, con escoba, con porra, con zotal, o, como dice en Twitter Meritxell R. Lavall, con hondureña a dos euros la hora? ¿Son mafiosos el 80% largo de los electores barceloneses que no le van a votar, candidata Colau? ¿O es que, simplemente, lo de la “casta” made in Vallecas con parada en Caracas ya no cuela? Me voy a poner unas gotitas de Chanel, iré a imaginar que me pelan el flequillo y luego pondré otra vez El Padrino (de Coppola), un hombre, qué duda cabe, limpio. La cabeza del caballo, por favor, me la traen desinfectada, gracias.
Siempre que Europa tiembla le da por el marketing bárbaro: “Estamos limpiando Badalona”