La Vanguardia

HORIZONTE La Fundació Miró rastrea a través de diálogos sorprenden­tes la fascinació­n que ha ejercido este espacio en el arte moderno

-

En una de sus pinturas más inquietant­es y paradójica­s, Los misterios del horizonte, de 1955, René Magritte representa a tres hombres aparenteme­nte idénticos, el mismo abrigo negro, el mismo bombín, el mismo semblante serio, que parecen existir en realidades distintas pese a compartir un mismo espacio. ¿Tres hombres o uno solo visto desde diferentes ángulos? En el cielo, por encima de cada figura, una luna creciente y, al fondo, el horizonte como metáfora de ese lugar singular, siempre igual, siempre cambiante, símbolo de aquello que aún no sabemos y que tal vez nunca podremos alcanzar. La obra no forma parte de la exposición Davant l’horitzó, con la que la Fundació Miró abre su nueva temporada, pero explica bien esa perplejida­d que provoca en el arte moderno esa línea donde parece acabarse la superficie terrestre que nos permite ima- ginar y nos pone límites. ¿Por qué ese pulso constante de los artistas con el horizonte? “Porque sintetiza todas las paradojas de la representa­ción y la percepción, y es por tanto casi sinónimo del espacio donde se desarrolla la práctica artística”, resume la comisaria, Martina Millà.

“Pero sin Miró esta exposición no habría sido posible”, aclara acto seguido Millà, que le ha dedicado la primera sala. Allí, frente a uno de sus paisajes en blanco y negro de los años setenta, cuelga ahora otro muy anterior, de Modest Urgell, su maestro, que durante años presidió uno de los salones del hotel Majestic. Rosa Maria Malet recordaba ayer que en una ocasión el pintor le confesó que cada vez que se alojaba en ese hotel, en lugar de hacer la siesta, le gustaba sentarse a contemplar el oscuro paisaje de quien tanto aprendió en la Llotja. Ahí están ahora, uno frente al otro, compartien­do algo más que esas lunas colgadas en lo alto del cielo, mientras los contempla, aparenteme­nte divertido, Perejaume desde un poema escultura titulado Els quatre horitzons. Porque, y esto es importante para disfrutar de la exposición, Davant l’horitzó huye de las convencion­es cronológic­as y ha sido concebida como una serie de diálogos, conversaci­ones en petit comité de artistas como Chagall, Monet, Paul Klee, Bonnard, Van Dongen, Ruscha, Hockney o Tàpies. Desde el siglo XIX hasta la actualidad, esos son los límites para un cruce de miradas en el lí-

“El horizonte sintetiza todas las paradojas de la representa­ción y la percepción”

una misma mesa a autores de procedenci­as distintas, sin tampoco distinguir entre disciplina­s. Hay, eso sí, una serie de ámbitos geográfico­s y un epílogo donde, ahora sí, el visitante, “con la mirada ya entrenada después de todo el recorrido”, encontrará un espléndido Magritte, Le Château des Pyrénées (1959), con ese castillo construido sobre la cima de una roca que sobrevuela un oceáno mucho más tranquilo que el que plasmó Monet en Les Rochers de Belle-Île, a su lado; una pintura reciente de Olafur Eliasson o esa delicada y frágil revelación de Antoni Llena, toda la sabiduría sobre la vida y el arte resumida en tres dibujos sobre papel translúcid­o, tres líneas horizontal­es idénticas y tres títulos diferentes. La història de l’home, La història de l’art y La història de la pintura.

La exposición, salpicada de sorpresas y momentos inesperado­s, como ese muro de cedro rojo de Carl Andre que interrumpe el recorrido y obliga al visitante a buscar un camino alternativ­o; el encuentro entre los hermanos Chillida, Gonzalo y Eduardo, por primera vez reunidos en una exposición; los paisajes industrial­es y postindust­riales de Georg Baselitz (una fábrica sobre cemento de los años 70, justo el momento en

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain