Desigualdad o ilusión
Desde hace algún tiempo he escrito regularmente sobre desigualdad en esta columna. He mostrado mi sorpresa por la enorme diferencia entre la realidad estadística de la desigualdad en España y su utilización política. Exministros que afirmaban que la desigualdad en España se había duplicado o gobiernos que mandaban documento a Bruselas donde sostenían que todo tipo de desigualdad había aumentado mucho en España, a pesar de que los datos estadísticos no soportan esta afirmación. La realidad estadística es bastante simple: el índice de Gini, indicador más común de la desigualdad, ha crecido en sólo 0,3 puntos sobre algo más de 33, y la ratio S80 sobre S20 es prácticamente idéntica (6 frente a 5,9) que al comienzo de la crisis.
Pero entonces, ¿de dónde sale esta visión tan negativa de la evolución de la desigualdad en España? Un primer factor es la traslación acrítica del aumento de la desigualdad de algunos países (particularmente, Estados Unidos y el Reino Unido) al resto de los países, incluido España. La realidad es que el aumento de la desigualdad en los países de la Unión Europea desde el comienzo de la crisis financiera ha sido muy pequeño.
Un segundo factor ha sido el éxito del libro de Piketty El capital del siglo XXI, que, nuevamente, mediante una extensión acrítica, o interesada, se ha aplicado a cualquier país sin distinción. Es también paradójica la gran acogida pública, aunque dudo que muchos de los Pikettybelivers se hayan leído el libro, y la acogida crítica que los resultados tenían en audiencias académicas. Recuerdo que cuando el libro todavía no estaba traducido del francés, Piketty vino a dar un seminario a la Universitat Pompeu Fabra, donde muchos mostramos serias dudas sobre los supuestos necesarios y procedimientos de cálculo empleados para obtener las conclusiones. En el último número de octubre de The Economist, y bajo el título La ilusión de la desigualdad, la revista analiza argumentos expuestos por multitud de investigadores que ponen en cuestión incluso el resultado sobre el enorme incremento de la renta que obtiene el 1% más rico en EE.UU. Cálculos recientes indican que efectivamente se ha producido un aumento de la renta que fluye al 1% más rico, pero que su incremento no es ni mucho menos tan enorme como mostraban los cálculos anteriores. Pese a eso, Piketty contraataca con su tasa del 90% de la riqueza en su nuevo libro.
La realidad es que el aumento de la desigualdad en los países de la UE desde el comienzo de la crisis financiera ha sido muy pequeño
La desigualdad actual no es un factor relevante que explique fenómenos políticos y sociales actuales como el populismo, pero sin duda lo puede ser en el futuro
El tercer factor es la aparente sencillez con la que se puede argumentar que los capitalistas están ganando la batalla a los trabajadores, como parece indicar la reducción de las rentas de trabajo en la distribución de la renta en muchos países. El problema es que cada vez es más común que médicos, abogados y consultores de todo tipo facturen sus servicios a través de empresas. Además, los ingresos de autónomos, los alquileres imputados, etcétera se incluyen también en el cajón de sastre de las llamadas “rentas empresariales”, que realmente incluye el excedente bruto de explotación y un montón de rentas mixtas. Una contabilización adecuada de estos aspectos pone en cuestión la supuesta reducción de la rentas del trabajo.
El cuarto factor es más una necesidad para contar una historia o interpretar otros sucesos. El aumento de la contestación social en muchos países podría explicarse en forma simplista utilizando un argumento muy tradicional: el aumento de la desigualdad favorece la extensión de los populismos y el conflicto social, erosionando la democracia. Este argumento clásico tiene muchos problemas en su versión actual. En primer lugar, siendo el antecedente incorrecto, ¿cómo puede ser la causa del populismo? Podría ser que la sensibilidad social hacia la desigualdad haya aumentado, quizás fruto de su mayor visibilidad social a partir de las redes, y con los mismos niveles de desigualdad los ciudadanos se sientan incómodos. Pero esta explicación es muy diferente de la interpretación puramente económica. En segundo lugar, no hay correspondencia entre desigualdad e importancia de partidos populistas. Solamente hay que mirar a Europa para percatarse de que hay partidos populistas muy significativos tanto en los países que tienen mayor desigualdad como en los que tienen menor (como los países nórdicos). En tercer lugar, la vinculación de la desigualdad con la conflictividad social se basa mayoritariamente en seleccionar algunos países. Por ejemplo, el caso de Chile encaja perfectamente. Pero en estos momentos el descontento se extiende a países de todo tipo.
En fin, la relación entre factores económicos como la desigualdad y el populismo no es ni mucho menos obvia. Son factores relacionados con la identidad, y no estrictamente económicos, los que explican el resurgir del populismo. La inseguridad sobre el futuro por el impacto de la globalización y la ansiedad ante el avance de las nuevas tecnologías son también factores que preocupan. Y, por supuesto, la polarización política que se aprovecha de estos factores para alejar las posturas de los ciudadanos sobre estos temas.
En resumen: la desigualdad actual no es un factor relevante en la explicación de muchos de los fenómenos políticos y sociales que observamos en la actualidad. Pero sin duda lo puede ser en el futuro. El aumento de la desigualdad en Estados Unidos es un aviso de lo que sucederá en otros países a medida que se incorporen a las nuevas tecnologías, si no cuentan con un sistema adecuado de protección social. El problema es que sin una reforma sustancial del sistema de innovación y educativo, y los datos del último PISA no permiten ser optimistas, podría ser que la desigualdad no aumentara porque los países que se queden rezagados sólo sean capaces de ofrecer mano de obra barata a la especialización internacional: todos iguales, pero con bajos salarios. Esta forma de conseguir un nivel de desigualdad bajo no parece la más deseable.
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