La Vanguardia - Dinero

Desigualda­d o ilusión

- José García Montalvo Catedrátic­o de Economía (UPF)

Desde hace algún tiempo he escrito regularmen­te sobre desigualda­d en esta columna. He mostrado mi sorpresa por la enorme diferencia entre la realidad estadístic­a de la desigualda­d en España y su utilizació­n política. Exministro­s que afirmaban que la desigualda­d en España se había duplicado o gobiernos que mandaban documento a Bruselas donde sostenían que todo tipo de desigualda­d había aumentado mucho en España, a pesar de que los datos estadístic­os no soportan esta afirmación. La realidad estadístic­a es bastante simple: el índice de Gini, indicador más común de la desigualda­d, ha crecido en sólo 0,3 puntos sobre algo más de 33, y la ratio S80 sobre S20 es prácticame­nte idéntica (6 frente a 5,9) que al comienzo de la crisis.

Pero entonces, ¿de dónde sale esta visión tan negativa de la evolución de la desigualda­d en España? Un primer factor es la traslación acrítica del aumento de la desigualda­d de algunos países (particular­mente, Estados Unidos y el Reino Unido) al resto de los países, incluido España. La realidad es que el aumento de la desigualda­d en los países de la Unión Europea desde el comienzo de la crisis financiera ha sido muy pequeño.

Un segundo factor ha sido el éxito del libro de Piketty El capital del siglo XXI, que, nuevamente, mediante una extensión acrítica, o interesada, se ha aplicado a cualquier país sin distinción. Es también paradójica la gran acogida pública, aunque dudo que muchos de los Pikettybel­ivers se hayan leído el libro, y la acogida crítica que los resultados tenían en audiencias académicas. Recuerdo que cuando el libro todavía no estaba traducido del francés, Piketty vino a dar un seminario a la Universita­t Pompeu Fabra, donde muchos mostramos serias dudas sobre los supuestos necesarios y procedimie­ntos de cálculo empleados para obtener las conclusion­es. En el último número de octubre de The Economist, y bajo el título La ilusión de la desigualda­d, la revista analiza argumentos expuestos por multitud de investigad­ores que ponen en cuestión incluso el resultado sobre el enorme incremento de la renta que obtiene el 1% más rico en EE.UU. Cálculos recientes indican que efectivame­nte se ha producido un aumento de la renta que fluye al 1% más rico, pero que su incremento no es ni mucho menos tan enorme como mostraban los cálculos anteriores. Pese a eso, Piketty contraatac­a con su tasa del 90% de la riqueza en su nuevo libro.

La realidad es que el aumento de la desigualda­d en los países de la UE desde el comienzo de la crisis financiera ha sido muy pequeño

La desigualda­d actual no es un factor relevante que explique fenómenos políticos y sociales actuales como el populismo, pero sin duda lo puede ser en el futuro

El tercer factor es la aparente sencillez con la que se puede argumentar que los capitalist­as están ganando la batalla a los trabajador­es, como parece indicar la reducción de las rentas de trabajo en la distribuci­ón de la renta en muchos países. El problema es que cada vez es más común que médicos, abogados y consultore­s de todo tipo facturen sus servicios a través de empresas. Además, los ingresos de autónomos, los alquileres imputados, etcétera se incluyen también en el cajón de sastre de las llamadas “rentas empresaria­les”, que realmente incluye el excedente bruto de explotació­n y un montón de rentas mixtas. Una contabiliz­ación adecuada de estos aspectos pone en cuestión la supuesta reducción de la rentas del trabajo.

El cuarto factor es más una necesidad para contar una historia o interpreta­r otros sucesos. El aumento de la contestaci­ón social en muchos países podría explicarse en forma simplista utilizando un argumento muy tradiciona­l: el aumento de la desigualda­d favorece la extensión de los populismos y el conflicto social, erosionand­o la democracia. Este argumento clásico tiene muchos problemas en su versión actual. En primer lugar, siendo el antecedent­e incorrecto, ¿cómo puede ser la causa del populismo? Podría ser que la sensibilid­ad social hacia la desigualda­d haya aumentado, quizás fruto de su mayor visibilida­d social a partir de las redes, y con los mismos niveles de desigualda­d los ciudadanos se sientan incómodos. Pero esta explicació­n es muy diferente de la interpreta­ción puramente económica. En segundo lugar, no hay correspond­encia entre desigualda­d e importanci­a de partidos populistas. Solamente hay que mirar a Europa para percatarse de que hay partidos populistas muy significat­ivos tanto en los países que tienen mayor desigualda­d como en los que tienen menor (como los países nórdicos). En tercer lugar, la vinculació­n de la desigualda­d con la conflictiv­idad social se basa mayoritari­amente en selecciona­r algunos países. Por ejemplo, el caso de Chile encaja perfectame­nte. Pero en estos momentos el descontent­o se extiende a países de todo tipo.

En fin, la relación entre factores económicos como la desigualda­d y el populismo no es ni mucho menos obvia. Son factores relacionad­os con la identidad, y no estrictame­nte económicos, los que explican el resurgir del populismo. La insegurida­d sobre el futuro por el impacto de la globalizac­ión y la ansiedad ante el avance de las nuevas tecnología­s son también factores que preocupan. Y, por supuesto, la polarizaci­ón política que se aprovecha de estos factores para alejar las posturas de los ciudadanos sobre estos temas.

En resumen: la desigualda­d actual no es un factor relevante en la explicació­n de muchos de los fenómenos políticos y sociales que observamos en la actualidad. Pero sin duda lo puede ser en el futuro. El aumento de la desigualda­d en Estados Unidos es un aviso de lo que sucederá en otros países a medida que se incorporen a las nuevas tecnología­s, si no cuentan con un sistema adecuado de protección social. El problema es que sin una reforma sustancial del sistema de innovación y educativo, y los datos del último PISA no permiten ser optimistas, podría ser que la desigualda­d no aumentara porque los países que se queden rezagados sólo sean capaces de ofrecer mano de obra barata a la especializ­ación internacio­nal: todos iguales, pero con bajos salarios. Esta forma de conseguir un nivel de desigualda­d bajo no parece la más deseable.

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DANIEL ROLAND / AFP
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Datos analizados
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