Una filosofía de la aventura
El ensayista italiano Pietro Del Soldà publica en castellano ‘La vida fuera de uno mismo’, una invitación a combatir “el yugo de la costumbre”
El ensayista italiano Pietro Del Soldà (Venecia, 1973) se pregunta en La vida fuera de uno mismo cómo salir de la zona de confort para comprobar si “la verdadera vida está en otra parte”, más allá de las rutinas laborales y familiares. Esa “sensación estructural de carencia”, afirma, nos produce un malestar con el que no sabemos relacionarnos. ¿Podemos escapar de la burbuja en la que vivimos sin condenarnos a la marginación y el aislamiento?
Citando a personajes tan diferentes como Alexander von Humboldt, Montaigne, Isabelle Eberhardt o Ryszard Kapuściński, Del Soldà nos invita a poner en cuestión nuestra “obsesión identitaria”, entendiendo la aventura no como una colección de exotismos, sino como la voluntad de ir “más allá de nosotros”, sin quedarnos secuestrados por el rol que hemos decidido interpretar en nuestra cotidianidad. Nos recuerda que la adventura es un desplazamiento hacia un futuro que aún no existe.
Nos topamos con tres grandes obstáculos para realizar ese movimiento, según el ensayista. En primer lugar, vivimos anclados en la dimensión del presente, impidiendo ampliar nuestro horizonte temporal. Además de ese “cortoplacismo”, padecemos una “tiranía del Yo”, reforzada por el individualismo de la competitividad. Y, en tercer lugar, damos una importancia excesiva a lo que los demás esperan de nosotros, temiendo la evaluación de nuestro rendimiento.
La aventura es una convocatoria de lo extraordinario, un abrirse a un futuro que nos exige un cierto riesgo, sí, pero que se relaciona mejor con nuestra “naturaleza cambiante”. Se trata, entonces, de conocer aspectos de una personalidad que habían quedado latentes porque estábamos ocupados con el reconocimiento de la imagen unívoca que hemos creado.
Ahí está el gran acierto del libro, en la denuncia de una identidad cerrada que funciona como trampa autoimpuesta. Pero el ensayista insiste, a veces de manera excesiva, en la necesidad de “lanzarnos a una vida verdadera” sin tener en cuenta que existen formas de la repetición que también generan conocimiento y deseo. Incluso, aventura. Aunque la costumbre puede ser una “mala maestra”, como señala, también hay liturgias y rituales que nos muestran que el ser humano es, asimismo, un animal cíclico y simbólico.
El autor reconoce, sin embargo, que sin la costumbre no podríamos vivir. No se trata de abolirla. No se trata de convertirnos en cazadores incansables de nuevas sensaciones. Es más bien abrirse a las tres claves de la aventura: la intensidad, la entrega y la posibilidad. El aventurero –que es una figura antagónica al conquistador— disfruta encomendándose a los acontecimientos, sin dominar todo en todo momento, sin ir cumpliendo las estaciones de un itinerario trazado al milímetro de antemano. La intuición se convierte, así, en la brújula que nos guía.
Del Soldà sostiene que la aventura son “retazos de eternidad” que logran agrietar el edificio de un Yo estancando en la cuenta de resultados. Esos momentos de ruptura nos permiten percibir “otro sentido” del tiempo, donde pasado,
⁄ El gran acierto del libro radica en la denuncia de una identidad cerrada que funciona como trampa autoimpuesta
presente y futuro coinciden en un mismo escenario. El aventurero da la espalda a las certezas para apoyarse en una confianza inédita hasta ese momento. Nos sentimos vulnerables, pero ya nos parece bien. El azar nos permite entender el misterio de la aventura: es un “cuerpo extraño” que experimentamos como algo completo.
Una existencia sin “improvisación”, sin clinamen (la desviación espontánea de los átomos según la física epicúrea), es una existencia mutilada según el ensayista italiano. Por ello, el amor, tal vez la mayor de las aventuras posibles, es una mezcla de juego y seriedad. Irrumpe en el tedio de la existencia para transformar suscimientos.