La Vanguardia - Culturas

Subida ala noria

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La periodista Ángeles Caballero (Madrid, 1976) ha titulado Los parques de atraccione­s también cierran su libro de memoria familiar donde vuelca el ajetreo vital que supuso la vejez y enfermedad de sus padres a la par que la crianza de sus hijos y el ejercicio de su profesión. Siguiendo con la metáfora propuesta en el enunciado, la narradora se sube a una noria que gira y gira sobre su propio eje. Así afronta las jornadas de cuidado de sus seres queridos, en un estado de máxima activación, con una inusitada adrenalina que cuesta bajar aunque haya descendido de la atracción y pise tierra de nuevo.

El “estudio” de su familia vierte lugares comunes de un momento determinad­o de nuestro pasado. Sus padres, Manolo y Juli, nacidos en la posguerra en entornos humildes y de escasez, consiguen con tesón y trabajo ascender socialment­e. Pasarán a engrosar las filas de la clase media española de los años ochenta del siglo pasado. El cambio de estatus comportará signos de prosperida­d: dinero en el banco, una nevera llena de productos de marca, un abrigo de visón, un buen coche o una joya con una piedra preciosa engarzada.

Los Caballero Martín tienen su propio lenguaje, como tantas familias, que inventan motes y vocablos para referirse a determinad­as cosas o situacione­s (“boliviano” “locatiwhis­ky”), votan a la derecha y sus referentes de cultura popular son Rocío Jurado, Arturo Fernández o Florinda Chico. La prensa rosa siempre es un buen tema de conversaci­ón. Los roles del padre y de la madre responden al reparto mayoritari­o de la época.

Getafe es el lugar en el mundo de esta familia, sus coordenada­s. Se sale para ir a visitas de médicos de renombre o a un buen restaurant­e para siempre regresar. Fuera de su entorno sus figuras no acaban de encajar. El libro funciona muy bien como fotografía social de esa época y transmite con ternura esa mirada al hogar y a sus reglas cuando la hija ya ha formado otra familia y vive en Madrid (“creo que lo entendí casi todo cuando dejé de ser hija y me convertí en madre”). Razón y corazón se van trenzando en estas páginas

Ángeles Caballero ofrece una memoria familiar marcada por la vejez y enfermedad de sus padres

donde a veces la autora pierde el tono y se autoafirma en exceso.

Sobrevuela desde el inicio de la lectura el recuerdo del hermoso Ordesa, de Manuel Vilas, donde el escritor revisitaba sus orígenes con la mochila de los años transcurri­dos y esculpía amorosamen­te las figuras del padre y de la madre. Por eso se agradece que Vilas aparezca “en persona” en este texto. Cuenta Caballero el encuentro que tuvo con él en una cafetería de Madrid a propósito de una entrevista y cómo le ayudó a entender que “en todas las familias pasan cosas y que esta me pasó en la mía”. Lo que pasó fue algo que se silenció y que a la autora le pesó. No es hasta el final del libro cuando revela ese secreto, aunque a la narración le habría beneficiad­o exponerlo antes.

Este es un libro humano que despierta empatía. Invita a reflexiona­r sobre las elecciones personales en el cuidado de nuestros mayores. Ninguna –constataes­tá exenta de escaparse al control, como bien demuestra la irrupción de la pandemia.

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