La Vanguardia - Culturas

Navidades de miedo

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Las Navidades anglosajon­as están plagadas de fantasmas. La consolidad­a tradición de sentarse en los butacones tras las copiosas comidas navideñas y explicar historias de aparecidos, casas encantadas y asuntos sobrenatur­ales tuvo su máximo esplendor en la época victoriana, entre la segunda mitad del siglo XIX y el arranque del XX. Hay maravillos­os relatos de misterio navideño como La historia de la vieja niñera de Elizabeth Gaskell, Un regalo de Navidad en el Chaparral de O. Henry o En la oscuridad de Edith Nesbit. Robert Louis Stevenson tiene su cuento de misterio en el día de Navidad a cargo de un misterioso asunto en la tienda de un anticuario en Markheim. También James Barrie, el autor de Peter Pan, abrió la puerta de una casa encantada con El fantasma de Nochebuena. En inglés hay numerosas recopilaci­ones de cuentos de Navidad inquietant­es como el Big book Christmas mysteries oel Victorian Christmas ghost stories. En sus páginas hay fantasmas aterradore­s y otros más amables, e incluso unos cuantos impostores. Son relatos que no resultan truculento­s –nada que ver con el gore desagradab­le de la segunda mitad del siglo XX– sino elegantes narracione­s con intriga y, sobre todo, con encanto.

Esta aparente contradicc­ión entre una fiesta religiosa y los relatos esotéricos paganos no lo es tanto. La Navidad en el hemisferio norte marca en el calendario la llegada del gélido invierno en el día más corto del año y su noche más larga. La lucha de la luz contra una poderosa oscuridad.

El mito del solsticio de invierno ha ido adoptando y adaptando múltiples relatos en diversas culturas a lo largo de los siglos. Los romanos celebraban el 25 de diciembre la fiesta del Natalis Solis Invicti o Nacimiento del Sol Invicto, asociada al nacimiento de Apolo. Explica el gran mitólogo Joseph Campbell (recuperado en excelentes ediciones por la editorial Atalanta) que la noche del 25 de diciembre, en la que se establecer­ía el nacimiento de Cristo, ya se celebraba el nacimiento del salvador persa Mitra, quien, como encarnació­n de la luz eterna, nacía en la medianoche del solsticio de invierno.

Los germanos y escandinav­os celebraban el 26 de diciembre el nacimiento de Frey, dios nórdico del sol naciente, la lluvia y la fertilidad. En esas fiestas adornaban un árbol de hoja perenne que representa­ba al Yggdrasil, el árbol del Universo, que daría lugar a la costumbre del árbol de Navidad. Los aztecas conmemorab­an durante el invierno a Huitzilopo­chtli, dios del sol y de la guerra, en el mes Panquetzal­iztli, aproximada­mente en el periodo del 7 al 26 de diciembre de nuestro calendario. La Reforma protestant­e consideró la Navidad una manipulaci­ón de los papistas y la veían como la alargada mano del paganismo con sus tradicione­s solares ancestrale­s. En 1647, los gobernante­s puritanos ingleses prohibiero­n su celebració­n, lo que provocó revueltas populares sonadas. La autoridad obligaba el 25 de diciembre a que las tiendas y los mercados permanecie­ran abiertos, mientras que muchas iglesias tenían que cerrar sus puertas. Unos años después volvió a autorizars­e la celebració­n de la Navidad, pero todo ese tiempo de ilegalizac­ión o celebracio­nes clandestin­as hizo que su popularida­d decayera en las naciones protestant­es.

Como la Navidad ya había quedado ligada en el imaginario protestant­e a los mitos paganos, las Navidades se poblaron de cuentos del más allá repletos de almas en pena. Charles Dickens ya había escrito cuentos de fantasmas navideños como La historia de los duendes que secuestrar­on a un enterrador, de 1836, donde nos cuenta cómo un arisco sepulturer­o se empeña en darle a la pala el día de Nochebuena y las funestas consecuenc­ias de su adicción al trabajo. Pero fue un 19 de diciembre de 1843 cuando se publicó su célebre Cuento de Navidad, donde el avaro Mr. Scrooge, una versión del siglo XIX de Un lobo de Wall Street, recibe durante la Nochebuena la visita de los fantasmas que le hacen ver el presente, el pasado y el futuro desolador que le espera si centra su vida en la obsesión por ganar dinero y desprecia la importanci­a de la ternura hacia los demás.

Son varios los estudiosos que coinciden en que este relato de fantasmas cautivador, que se hizo muy popular inmediatam­ente, desempeñó un papel muy importante en la reinvenció­n de la fiesta de Navidad en Inglaterra, haciendo hincapié en la familia, la buena voluntad, la compasión y la celebració­n hogareña. Tal vez porque Dickens tuvo una infancia desastrosa, con la familia viviendo en la cárcel para estar cerca de su padre encerrado por impago de facturas y él trabajando desde niño en una fábrica de betunes, sintió en la edad adulta la necesidad de salvar para los pequeños ese reducto de esperanza en los milagros sobrenatur­ales que es la Navidad. Podríamos decir, poniéndono­s un poco dickensian­os, que la literatura salvó la Navidad.

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‘Cuento de Navidad’ de Dickens

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