La vida nueva
Juan Vilá ajusta cuentas con el pasado en el seno de una familia con muchas tensiones y necesidades
Juan Vilá (Madrid, 1972) en el 2012 publicó su primera novela, m, donde ya se perfilan los rasgos más destacados de su narrativa. Su principal valedora e infatigable lectora Marta Sanz lo ha definido como un “alucinero literario”, dispuesto a hacer pedazos una historia para construir una novela. En lo singular es que tanto él como el hombre al que ha matado y del que intenta deshacerse están muertos.
El sí de los perros (2014), que parece una respuesta a El sí de las niñas de Leandro Fernández Moratín, es un retrato de la clase media alta, ambientado en la España del 2010. La acción ocurre una noche de fines de verano. Novela, pues, de una jornada, como el Ulises de Joyce o Tiempo de silencio, de Martín Santos, y gira en torno a una boda que se celebra en la sierra madrileña y donde presenciamos el odio del narrador hacia sus invitados. Es decir, un individuo frente a un grupo. Esto nos conduce a su tercera novela, 1980, un ajuste de cuentas con el pasado, con la manipulación de las fechas aquí muy destacada, y que gira en torno al amor y a la necesidad de amar y a las tensiones familiares, con víctimas y verdugos en una violencia psicológica pero nunca física. Se centra de forma absoluta en torno a una familia, en la que cada miembro está claramente definido y juega un papel muy importante en el desarrollo narrativo.
El narrador ha tenido una vida muy compleja, de permanente huida y ocultamiento. Su infancia “no fue terrible, pero sí tristísima y, al menos para el menor de mis hermanos, estuvo marcada por una soledad absoluta, tanto en casa con el primer padre muerto, la madre ausente y la abuela gritona, como en el colegio”. Tenemos ya los principales ingredientes, pero falta el más importante: la aparición del segundo padre en 1980, que representa el principio de una vida nueva.
El psicólogo del colegio lo ha definido como maniaco-depresivo, sin detectar que es disléxico. Todos le toman por
mtonto y sufre el acoso de sus compañeros, que empiezan a morderle mientras un tercer niño lo contempla desde una esquina y se masturba. Sufre así varias depresiones, una de ellas grave. El primer padre muere en un accidente de coche, “y eso fue una bendición para mi madre”, quien, tras la muerte del marido, se siente libre y “descubrió emociones hasta entonces desconocidas en diferentes relaciones y con diferentes hombres”.
De niña era feúcha, con unas ganas enormes de destacar. Su misterio o leyenda crece y crece. La llegada del segundo marido hace de ella una mejor persona. No menos importante que la presencia de la madre –con sus continuas ausencias– es la de la abuela, tal vez la figura más poderosa del libro. “Era casi un ser mitológico, primitivo y oscuro, la gran ogresa” a la que él querrá siempre. En cuanto al abuelo paterno, el padre de su primer padre, ellos no quieren ponerse en manos del “viejo cabrón”.
No menos poderosa es la presencia del hermano mayor, que “es y será siempre un gran misterio, el guardián de todas las claves, el auténtico enigma de esta historia”.
Sobre esta historia se reflexiona a menudo. El narrador es novelista y cree que “en el fondo todos mentimos y nos contamos a nosotros mismos una historia inventada. Puede que estas páginas también lo sean” y, al mismo tiempo, el libro habla del “magma de la mierda y el odio, del dolor y los agravios, del miedo de la pena”, y con la mierda como motivo recurrente se pregunta: “¿Es o no repugnante el amor? Y no, que no me venga nadie con la lección aprendida (…) del amor puro y civilizado, aséptico, sin intereses bastardos de por medio, sin una tonelada o dos de mierda y de detritus”. No es poco mérito que 1980 sea al mismo tiempo tan desoladora como entretenida.
ANAGRAMA. 168 PÁGINAS. 17,90 EUROS