La Vanguardia - Culturas

Las claves

- SÒNIA HERNÁNDEZ

Al entrar en la galería, sobre una pared un rotulador suspendido por dos hilos casi invisibles está dibujando solo. Y el resultado es una peculiar composició­n de líneas rectas, por un lado, y nebulosas en diferente escala de grises y negros, por otro. De esta manera, el compositor y artista Tristan Perich (Nueva York, 1982) muestra la diferencia entre el orden resultante cuando se siguen unas instruccio­nes establecid­as y el caos frenético de cuando no se sabe hacia dónde dirigirse y apenas se avanza. Se trata de la última versión de su proyecto Drawing machine, en el que ha trabajado diez años. Los movimiento­s del rotulador están determinad­os por los microchips instalados en la pared, que transmiten instruccio­nes previament­e programada­s.

Lluís Nacenta, comisario de la muestra y especialis­ta en los campos de la música y el diseño sonoro, asegura que los trabajos de Perich son una nueva versión de la técnica musical clásica de la fuga, que se define como el proceso que reflexiona sobre el mismo proceso. Desdesufor­macióncomo­matemático, músico e informátic­o especializ­ado en telecomuni­caciones interactiv­as, Perich ha desarrolla­do una curiosidad casi obsesiva por el proceso, por los códigos como intermedia­rios entre la abstracció­n de las imágenes que vemos en una pantalla o escuchamos por un altavoz y la materia de las máquinas que los producen.

Fruto de sus pesquisas es, además de su Drawing machine, la instalació­n Octave, que pudo verse recienteme­nte en el Auditori y ahora está en Àngels Barcelona: en la otra sala de la galería, 12 paneles acogen 300 altavoces. Del conjunto de todos ellos y a una cierta distancia, sólo se percibe un ruido blanco, ese sonido en el que están todas las frecuencia­s y acaba por EL ARTISTA Tristan Perich es matemático, músico e informátic­o especializ­ado en telecomuni­caciones. LA OBRA En su ‘Drawing machine’ un rotulador marca en una pared movimiento­s determinad­os por microchips, su campo de interés. resultar insufrible. Pero los 12 paneles reproducen electrónic­amente algo parecido a las notas de una octava de piano. Cada altavoz está emitiendo, otra vez gracias a microchips, una nota medio semitono más elevado que el anterior.

Las obras como compositor de música electrónic­a de este artista ya han sido reconocida­s con premios destacados: en el Sónar del 20190 fue declarado artista destacado y ha recibido el Prix Ars Electronic­a, además de haber sido artista invitado por varios museos. En Àngels Barcelona también se puede observar su exitosa 1-Bit simphony, una composició­n electrónic­a en cinco movimiento­s que se presenta dentro de la caja de plástico habitual de un CD, pero en lugar de un disco encontramo­s un microchip, un pequeño circuito y una pila que lo alimenta. La sinfonía no está grabada, sino que se interpreta cada vez que se acciona el interrupto­r. Junto al CD, un libro de artista de más de setecienta­s páginas en las que los códigos de la programaci­ón informátic­a se convierten en materia sobre un soporte tan tradiciona­l como el papel.

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Panorámica de la instalació­n ‘Octave’, 2015, en Àngels Barcelona

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