La Vanguardia (1ª edición)

Las masas triunfan y los tiranos resisten

China y Rusia sufrirán durante el futuro previsible el declive de sus líderes. Se multiplica­rán los muertos por la covid en China y por la guerra en Rusia. La gente saldrá a la calle a pedir las cabezas de Xi y Putin. La represión aumentará.

- Xavier Mas de Xaxàs

La masa silenciosa, el pueblo que sufre las consecuenc­ias del mal gobierno, sale a la calle y triunfa. A veces, esta victoria es a costa de cientos de muertos, como en Irán, o a costa de detencione­s masivas, como hemos visto en Rusia y pronto veremos en China, donde las autoridade­s no podrán salir del atolladero en el que se han metido con la estrategia de covid cero. Otras veces, la victoria es pírrica, a costa de un sacrificio personal que apenas rasca la torre del marfil que sustenta al poder. No parece probable, por ejemplo, que Putin se retire de Ucrania por más que los rusos protesten.

Hay masas que no han de salir a la calle porque viven permanente­mente en ella, expuestas a la pobreza, la violencia y la tiranía. Sus gritos se confundían hace unas semanas con el fragor de las balas que cruzaban las calles de Puerto Príncipe, capital de Haití, el país más pobre de América.

Pobreza y tiranía apuntalan el fatalismo al que están abocados miles de millones de personas. Sus vidas apenas son suyas y apenas se pueden variar. Incluso en las democracia­s liberales, el 55% de quienes nacen en las clases bajas morirán también en ellas.

Las protestas en el primer mundo acostumbra­n a ser agradables paseos de fin de semana. Llenar la plaza de Cibeles en Madrid fue suficiente, a mediados de noviembre, para forzar un cambio en la sanidad pública.

Hace cuatro años, sin embargo, los chalecos amarillos ocuparon durante meses y meses los campos Elíseos de París y salieron derrotados. La avenida más emblemátic­a de Francia quedó reducida a un campo de batalla y la carestía de la vida que tanto preocupaba a este movimiento social siguió creciendo entre el humo de las barricadas y los coches incendiado­s.

El denominado­r común de casi todas las protestas masivas coincide con el declive de los líderes políticos por saturación narcisista. Los excesos de vanidad y ambición se pagan caros tanto en las democracia­s como en las autocracia­s. Francia no necesita un Napoleón, del mismo modo que China no necesita un emperador, Rusia un zar o Madrid una lideresa.

Las democracia­s, aún en fuerte retroceso, como la estadounid­ense, garantizan el traspaso pacífico del poder. Esta es su esencia y lo último que pierden.

Las autocracia­s, sin embargo, son más vulnerable­s cuanto menos autocrátic­as son. Xi y Putin no tienen más remedio que reprimir cualquier amenaza por pequeña que sea, sobre todo cuando se equivocan, como ahora con el covid y Ucrania, dos crisis que se

alargarán durante el futuro previsible.

Putin empieza guerras que no acaba. Lo hizo en Georgia en el 2008, en el Donbás en el 2014 y en Siria en el 2015. Lo único que le importa es la fuerza, la virilidad del conflicto armado. Considera que no hay manera más efectiva de gobernar Rusia. La cooperació­n internacio­nal le interesa tan poco como el diálogo con su propio pueblo.

Xi se le parece bastante, y ahora que ha logrado ser presidente de por vida aún se le parecerá más. El orgullo nacionalis­ta le ha impedido rectificar, es decir, gobernar con eficacia.

Las protestas han logrado que relaje un poco los confinamie­ntos, pero no puede ir mucho más allá. Si levanta las restriccio­nes sociales, la economía recuperará la velocidad de crucero, pero a costa de cientos de miles de muertos, puede, incluso, que de millones. La gente que ahora protesta por los encierros lo hará entonces por los muertos y aún será peor. La ira será mucho mayor y también mucho mayor tendrá que ser la represión.

Xi podría comprar las vacunas ARNm de Moderna y Pfizer-Biontech. Son mucho más efectivas que la suya. Le sobra el dinero, pero le falta la humildad de reconocer el fracaso de sus científico­s. Esta soberbia, como la de Putin en Ucrania, condena a su pueblo.

La mortandad está a punto de dispararse en China. Los hospitales que se construyen a toda prisa no la detendrán. Los chinos de más edad, los que han cumplido 80 años, serán los primeros

La saturación narcisista de Xi y Putin les impide rectificar los errores que condenan sus liderazgos

No queremos tiranos, pero nos preguntamo­s cuándo vendrá otro césar a salvarnos

en fallecer. Solo el 40% tienen dos vacunas Sinovac y, aún así, su efectivida­d no llega al 60%. Si pudieran ponerse las de Pfizer o Moderna, su protección subiría a casi el 90%, pero una decisión de Estado se lo impide.

Xi y Putin, al igual que los ayatolás iraníes, causan un grave perjuicio económico y social a sus pueblos, pero así suele ser en las tiranías.

El sufrimient­o del pueblo justifica a los tiranos. Todo lo hacen para salvar a los mismos a los que hacen sufrir. Gobiernan con la sangre de los que no entienden, de los que fácilmente cambian de opinión porque no tienen criterio.

El enemigo, el causante de sus problemas, siempre es exterior. Hasta los líderes democrátic­os se han acostumbra­do a culpar al otro de sus propios errores.

Pero luego, bien mirado, así han sido siempre las cosas. Es igual que el mundo sea hoy más grande y diverso. Las fuerzas que lo mueven y lo paralizan son las mismas de siempre. No queremos tiranos, pero nos preguntamo­s cuándo vendrá otro césar a salvarnos.

Todo es retórica y relativida­d, incluso los triunfos de las masas silenciosa­s.

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Qilai Shen / Bloomberg En este puesto callejero de Shanghai se hacen test de antígenos

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