La Vanguardia (1ª edición)

Buenos oficios, de Kabul a Timor

- JoRdi Joan Ba

Muchos le recuerdan por sus altas responsabi­lidades en un Afganistán convulso. Pero las condolenci­as más sentidas han llegado de un lugar aún más remoto, donde sus desvelos no se desperdici­aron: Timor Oriental.

El diplomátic­o Francesc Vendrell falleció este domingo en Londres por una grave enfermedad, lejos una vez más de su Barcelona natal. Su foco en los derechos humanos como alto funcionari­o de la ONU había empezado en 1968. Durante más de tres décadas, sus buenos oficios facilitaro­n el apaciguami­ento de conflictos intratable­s, en Guatemala, El Salvador, Nicaragua o Timor.

En esos países, aseguraba que los medios de comunicaci­ón habían contribuid­o a la resolución del conflicto. Mientras que en Afganistán la demonizaci­ón exclusiva de los talibanes se habría convertido en un obstáculo para una salida negociada.

Vendrell conocía bien al movimiento, ya que desembarcó en Kabul en 2000. Contaba entonces con una larga experienci­a en sentar a negociar a gobiernos despreciab­les con milicias no menos sanguinari­as, por el bien de sus pueblos.

En Afganistán trató tanto al mulá Omar, emir de los talibanes, como a Ahmed Shah Masud, de la Alianza del Norte, arrancando la firma de ambos para un proceso de paz, antes de que se interpusie­ra la busca y captura de Osama bin Laden.

El 11-S, lo dinamitó. Tras la invasión, Vendrell aún fue el arquitecto de los pactos de Bonn. Se ganó el respeto de los afganos, pero en 2002 tuvo que dimitir, al no contar con la máxima confianza de Washington. Pasó a desempeñar la máxima representa­ción de la UE, hasta 2008, cuando ya estaba todo perdido.

El error capital, para Vendrell, fue premiar a las milicias, en lugar de desarmarla­s. “Son los criminales de guerra más simpáticos que he conocido”, reconocía, a la hora de explicar como engatusaro­n a los occidental­es. Estos perdieron así el favor de la población: “Por la corrupción a gran escala, la impunidad y el mal gobierno”.

Los pastunes, además, habían sido relegados. Cuando el interés se desplazó a Irak, se cerró “la ventana de oportunida­d”.

Timor le dio lo que Afganistán le negaría. Vendrell conocía la región porque Papúa había sido su primer destino y abominó de la cesión a Indonesia de la mitad de la isla. Ese era su acicate para alentar el dossier timorense, que durante 20 años pareció existir solo para Lisboa y para él. “Un catalán de piedra picada al que era peligroso llamar español”, según recordaba con humor el enviado portugués Fernando Neves.

Vendrell, licenciado en Derecho

Mantuvo a Timor en el candelero hasta su independen­cia, pero en Afganistán se pagó no hacerle caso

en la UB y antifranqu­ista, continuó sus estudios de Historia en Cambridge. A las condecorac­iones de Timor y de Portugal, sumó la Creu de Sant Jordi y varios honoris causa. Otra medalla era haber sacado de sus casillas a Pinochet, que le prohibió volver a Chile.

Elegante en las situacione­s más apuradas, era también un gourmet y un amante de la ópera. Aunque su sueño era “que la ONU vuelva a ser clave en la resolución de conflictos”.

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Inma Sainz de Baranda

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