Defensa de la bruja
ituba. Bruixa, negra i ramera Autoría y dirección: Denise Duncan Intérprete: Kathy Sey
Lugar y fec a: Sala Periferia Cimarronas (29/VII/2022)
En pleno verano se estrena una nueva sala de teatro en Barcelona: Periferia Cimarronas. El nombre –en femenino– de los esclavos negros rebeldes. Un espacio de reivindicación cultural, feminista y de encuentro de la diáspora afrodescendiente. Que esté enclavada en Sants, cooperativista y contestataria, parece lo más natural.
Local en construcción. La futura tienda de comercio justo, la zona de exposiciones, el bar. Al fondo la puerta que lleva al teatro. La sala pintada de negro, sin escenario elevado. El público repartido entre una pequeña grada frontal y sendas filas laterales. Espacio desnudo, excepto por un podio y un estilizado árbol de cuerda de yute que evoca una naturaleza sureña, aunque el referente histórico que nos ha convocado esté en la fría Nueva Inglaterra, en Salem.
Aquí las actas judiciales y Arthur Miller sitúan el episodio de histeria colectiva y fanatismo puritano que en 1662 llevó a torturar a 150 mujeres y condenar a muerte a 24. Todas sentenciadas por brujería. Denise Duncan ha preferido hurgar en los testimonios reales antes que rehacer el drama para escribir un monólogo que transforma un personaje secundario para Miller en única protagonista. Con un discurso igual de político: la metáfora macartiana reemplazada por la vindicación de una mirada no patriarcal y sincrética. La caza de brujas como reacción violenta a la disidencia de las mujeres, sobre todo si la pobreza y la etnia se entrecruzan. El relato de una superviviente que regresa del pozo del pasado para enfrentarse a un nuevo juicio para asumir su defensa con voz propia.
Ella es Tituba, esclava nacida libre en las Barbados que cuida de la familia del reverendo Samuel Parris. Una de las primeras acusadas y ella misma acusadora. Duncan desplaza el foco y lo coloca sobre las más invisibles de las invisibles. Un ejercicio de empoderamiento atemporal que ha confiado a Kathy Sey. Su primera interpretación teatral en solitario. El inicial titubeo –como si tuviera que acomodar su energía a la cercanía del público– deja pronto paso a una actuación que repudia casi todos los filtros que suelen añadir los intérpretes entre ellos y sus personajes, además de usar a su favor sus conocidas dotes como cantante. Una interpretación in crescendo que acaba por imponerse a cualquier riesgo de que la tesis domine sobre la teatralidad.
Un buen equilibrio entre el discurso que construye la autora y la verdad del convencimiento que expresa un cuerpo-símbolo: el de una mujer estigmatizada por ser negra, por ser sabia sin el apadrinamiento de la ciencia de los hombres, libre y ajena a una moral represora. Por ser todo aquello que los otros y su miedo sólo saben reducir a una palabra: bruja.n