La Vanguardia (1ª edición)

El secreto de la felicidad

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Por si no lo sabían, los ciudadanos españoles somos medianamen­te felices. Según los últimos datos del riguroso World Happiness Report (WHR), en una escala de 0 a 10, nuestro índice de felicidad es de 6,354, y ocupamos el puesto número 30 del mundo. Finlandia es el lugar con más gente feliz, seguido de Noruega. Cada vez más, los científico­s afinan las variables que tener en cuenta para objetivar un concepto tan difuso y, junto a los datos económicos y sociales, se usan multitud de encuestas y hasta escáneres cerebrales y análisis del genoma humano, pues parece ser que hay un gen que nos predispone al buen rollo y a un alto índice de serotonina. Parece sensato atender a este tipo de considerac­iones –más que al PIB– para valorar el desarrollo de una sociedad.

En estos tiempos de blues otoñales, conviene recordar la ineficacia de cualquier disposició­n legal al respecto. La primera Constituci­ón española, la de Cádiz de 1812, proclamaba, en su artículo 13, que “el objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación”. No salió muy bien la cosa, del mismo modo que hoy tienen ministros de la Felicidad países como (ejem) Venezuela, Ecuador, los Emiratos Árabes Unidos y Bután. A escala más pequeña, la revista Forbes señala que en las empresas está en auge un nuevo cargo, el director de felicidad (o chief happiness officer), máximo responsabl­e de que todos los trabajador­es se sientan cómodos y a gusto (¿cómo?, ¿no tienen uno ustedes?).

Buceando en los estudios que acompañan el informe WHR, me detengo en un trabajo de George Ward, profesor del MIT, que relaciona la conducta electoral con la felicidad. La gente, cuanto más feliz, más vota, en especial por los partidos gubernamen­tales, pero no existe aún ninguna evidencia científica de que los populismos se nutran de votantes infelices, como apuntaría el sentido común.

¿Quién gobierna en los países más felices del mundo? Vamos a ver: en Finlandia tienen un pentagobie­rno de coalición, compuesto por socialdemó­cratas, centristas, verdes, Alianza de Izquierdas y el partido que representa a la minoría sueca. Vaya. ¿Y en el segundo, Noruega? Una coalición entre cuatro partidos: el conservado­r, los liberales, los democristi­anos y una formación de derecha libertaria. Allí, además, la Constituci­ón prohíbe las elecciones anticipada­s.

Así que, señores políticos, ya saben, si quieren que los ciudadanos seamos felices, pacten de una vez y dejen de marearnos.

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