La Vanguardia (1ª edición)

Maria João Pires encuentra su retiro artístico en Cervià

La pianista alumbra un festival íntimo, para 200 personas

- M. CHAVARRÍA

mente pero que tienen un efecto opuesto en el público. Naharin parte de un punto de referencia para acto seguido darle la vuelta al calcetín, ponerse en los zapatos del prójimo, observar desde otro punto de vista... Una suerte de manipulaci­ón.

Lo que primero se perciba al son de música gregoriana, se escuchará después a ritmo de rock o rap. De modo que la compañía, que incluye gente de distintas edades, nacionalid­ades y background­s dancístico­s (del ballet al hip-hop), está representa­da en toda su variedad.

“En Venezuela hay compresión y descompres­ión. De tener poca informació­n en escena se pasa a una avalancha de movimiento­s y de informació­n visual, que luego Ohad quita. Él es bueno jugando con la tensión entre esos elementos: movimiento, luz, sonido, es pura alquimia”. Quien habla es Luc Jacobs, di- rector de ensayos de la Batsheva. Alguien con una visión muy cercana del genio israelí y de su contribuci­ón al mundo de la danza...

“Su trabajo es muy visceral, palpable. Y tiene un efecto inmediato en el estado de ánimo: no necesitas llegar a casa para pensar en ello, no es un ejercicio intelectua­l. Su contribuci­ón también tiene que ver con el placer del movimiento, la celebració­n, y la inutilidad del baile, que es a su vez su belleza. Además es muy inclusivo: todo puede ser transmutad­o en danza, ya sea nuestra locura, nuestra tontería emocional... nada es despreciad­o”.

Jacobs recuerda la primera vez que vio un espectácul­o de Ohad Naharin. Él bailaba, vivía en Amberes. Y en un viaje se topó con un espectácul­o de la Bathseva. “No recuerdo qué vi, pero sí cómo me hizo sentir: totalmente conmovido. Tomé nota y no escatimé esfuerzos para no perderme sus piezas. Oí rumores de cómo trabajaba, de cómo de distintas eran las imágenes que usaba para transmitir lo que buscaba. Yo venía del ballet, con reglas y estéticas estrictas, y aquello me intrigaba. Así que audicioné para él en Dinamarca y me cogió para algo breve. En un fin de semana aprendí más de danza y movimiento que en diez años”.

Jacobs quiso proponerse para la compañía, pero la muerte de la esposa de Naharin estaba muy reciente. No quiso insistir. Al año siguiente lo volvió a intentar. “Creo que me gustaría trabajar contigo”, cuenta que finalmente le dijo Naharin después de observarle fijamente y en silencio un buen rato. Jacobs le imita una voz grave y afectada. Al mes siguiente –en el año 2002– se mudaba a Tel Aviv. Y al entrar en el estudio vio a la compañía trabajando en una pieza con música árabe... “Oh, dios mío, aquello era increíble. Fue como si Naharin hubiera creado todo un mundo alrededor de las respuestas a las preguntas que yo tenía sobre danza y movimiento”.

No es el único creyente del universo Naharin. Aunque la relación con el genio se fue volviendo más real. Menos sujeta a la fascinació­n. Para Jacobs, en todo caso, este es el hombre que le enseñó a bailar.

Respeto a su renuncia a la dirección artística de la Batsheva, Jacobs opina que no es que estuviera cansado, sino que ya tenía un equipo creado con figuras clave para que la organizaci­ón funcione sin él. Quiere crear y hacer gaga. Aunque no sé si podrá mantenerse al margen, pues es un auténtico controlado­r. A partir de este agosto, el pequeño festival de clásica que Ibercamera organiza desde hace ocho años en Santa Maria de Cervià de Ter, de la mano de Amics de Cervià Antic, pasa a convertirs­e en el Days of Wisdom (Días de sabiduría), una exquisitez concebida por la mítica Maria João Pires que cuenta, eso sí, con el apoyo técnico de Ibercamera. No en vano es la única promotora a la que sigue vinculada después de décadas. La única en el mundo que logra que siga activa en salas de España, como demuestra el recital de Chopin y Mozart que mañana celebra en el Palau de la Música y que lleva meses sold out.

La pianista portuguesa ha sido siempre una artista mágica. Persigue una pureza artística. Y como tal su mensaje no siempre es comprendid­o. ¿Y dice usted que deja una carrera comercial de concertist­a en grandes auditorios para recluirse y montar un festival de tres días de agosto, en una iglesia en la que caben doscientas personas?

Sin embargo, Pires está cargada de razones para hacerlo. La primera es que lleva 25 años con un profundo deseo artístico de tener “un festival que nos devuelva al arte, que nos replantee la cuestión de qué significa el arte, tanto a los artistas como a la gente en general”, comenta dulce pero determinad­a.

La segunda es que a su edad (74), tocar ha de tener un significad­o para ella. Así que a partir de ahora, si el Concertgeb­ouw, la Filarmónic­a de Berlín o el Kontzerhau­s de Viena –por citar catedrales de la clásica– llaman a su puerta, es probable que les proponga que la inviten con su festival de Cervià. Pues lo concibe como algo itinerante, que pueda celebrarse en dos o tres lugares especiales del planeta cada año, además de en la localidad del Gironès, “la casa madre”.

“No tengo nada en contra de los grandes auditorios, solo que para mi ya no es bueno tocar allí. ¿Cómo contribuye­n al futuro de la música? Claro, dependen de un sistema de financiaci­ón... Bueno, en lugar de luchar contra los sistemas antiguos podríamos crear otros nuevos. Y a mi los espacios pequeños me gustan. En la intimidad eres más consciente de que escuchas, y escuchar es algo tan activo como tocar. Es un diálogo. En cambio, un público de dos mil personas no tiene valor. No puedes ser activo en la masa, sólo perteneces a una masa que acepta el poder del escenario”.

Pires habla desde esa timidez –“mi primer sentimient­o al saber que la Pompeu Fabra me distingue es que no me lo merezco”– que se convierte en asertivida­d en cuanto da detalles de su Days of Wisdom. Para esta edición inaugural ha invitado

‘Venezuela’ consiste en dos partes: una idéntica coreografí­a se ve con intérprete­s, luces y músicas distintas

Pires deja atrás una carrera convencion­al, con excepcione­s como el recital de mañana en el Palau

a dos pianistas más, una soprano armenia y una actriz. “Hay que escoger a la gente desde la pura idea del arte. Y es importante saber distinguir entre amar al público y querer complacerl­e”, dice.

El primer día, el de la espiritual­idad, habrá Bach, Arvo Pärt, Mompou, Kurtag y Komitas. El segundo será el de las citas entre ángel y demonio, con Chopin y Liszt. Y el último irá sobre el deseo, con Beethoven y la lectura de sus cartas.

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