Realismo progresista
Por qué se hizo activista por los derechos humanos? Mis abuelos eran sudafricanos y mi padre creció en el apartheid, pero lo que me influyó fue que mis padres ejercían como abogados en Londres y eran liberales. ¿Por eso estudió Derecho?
Estudié Filosofía en Berlín y Edimburgo para dedicarme después, en la tradición británica, al Derecho, directamente como aprendiz.
¿E ingresó en Amnistía Internacional? Antes conseguí una beca para trabajar en la Oficina del Comisionado para los Derechos Humanos en el Consejo de Europa, que entonces era Álvaro Gil Robles.
¿Le gustó la experiencia?
Fui para tres meses y me quedé seis años con Gil Robles, que me proporcionó una sólida formación en derechos humanos.
¿En qué casos trabajó usted?
Chechenia fue tal vez la mejor experiencia, porque tratamos de lograr lo posible para las víctimas en una situación imposible. Negociar con Putin era exactamente eso.
¿Qué aprendió?
A enfrentarme a un dilema que se repite una y otra vez en derechos humanos y es la posibilidad de conseguir mejoras objetivas en la situación de personas concretas o mantenerte inflexible en tu postura de total condena y no conseguir nada para las víctimas.
¿Es el dilema de Amnistía Internacional? Ingresé en la organización tras hacerme abogado y es un equipo magnífico. Pero algunos idealistas rechazan todo cuanto no sea un universo perfecto, pese a que una y otra vez se demuestra que, para poder mejorar los derechos humanos, hay que negociar y no solo condenar. Por ejemplo, en la inmigración en Europa.
¿Cuál es su posición?
Podemos evitar que los inmigrantes se ahoguen en el Mediterráneo, aunque eso suponga aceptar una política migratoria que no sea la perfecta para los derechos humanos.
¿Cuál sería el compromiso aceptable?
El statu quo hoy en el Mediterráneo es que ya nadie rescata a los inmigrantes. Es decir, dejamos que los inmigrantes se ahoguen para que los demás no se atrevan a cruzarlo.
Me temo que no es una exageración.
Y las autoridades libias torturan a quienes quieren arriesgarse para sacarles dinero. Y –atención– los principales partidos políticos europeos están de acuerdo en mantener esa situación inhumana. Tras 20 años trabajando por los derechos humanos, Dalhuisen acusa al purismo de los idealistas intransigentes de convertirse en el mejor aliado de los populismos. Los puristas conservan sus principios, pero los inmigrantes siguen ahogándose en el Mediterráneo. Y hoy es más necesario que nunca que los defensores de los derechos humanos acepten compromisos, porque el populismo gana votos con un cuento tan simple y falso como poderoso: millones de africanos nos invaden y amenazan nuestro bienestar e identidad. Sólo el pragmatismo de los activistas al pactar con los estados la gestión de la inmigración evitará que el populismo levante un muro que en un lado hunda a nuestras democracias y en el otro, a los inmigrantes.