La Vanguardia (1ª edición)

Expertos en derecho y ética comparan la gestación subrogada con la esclavitud

El documento, crítico con los intermedia­rios, aboga por no cambiar la actual ley

- JAVIER RICOU

Pocos temas en bioética suscitan hoy tanto debate como el de la gestación subrogada. Ni tan siquiera hay acuerdo en su denominaci­ón. Vientres de alquiler o prestados, maternidad subrogada... son algunas de las expresione­s para referirse a esas mujeres que engendran, mayoritari­amente a cambio de una compensaci­ón económica, un hijo que después entregarán a las personas que han proporcion­ado sus óvulos y esperma y pagado para ser padres de ese bebé.

Así arranca el documento hecho público ayer por el Grupo de Opinión del Observator­io de Bioética y Derecho de la Universita­t de Barcelona (UB), contrario a esta práctica por considerar que propicia la explotació­n de la mujer, puede atentar contra el derecho de los niños a conocer su origen y fomenta situacione­s comparable­s a la esclavitud.

“La gestante suele compromete­rse a llevar un determinad­o estilo de vida durante el embarazo (comer de forma equilibrad­a, no fumar, no beber alcohol ni consumir drogas, abstenerse de mantener relaciones sexuales durante el período de fecundació­n, realizar ejercicio moderado...) En cualquier otro contexto, una prestación personal que vincule a una persona veinticuat­ro horas al día, siete días a la semana, durante nueve meses aproximada­mente, se considerar­ía una forma de esclavitud”, recoge el documento.

Este grupo de expertos en ética y derecho aboga, como el peor de los males, por no tocar la actual ley española, que considera ilegal la maternidad subrogada. Aún sabiendo que son centenares las familias de este país que viajan cada año al extranjero y pagan entre 40.000 y 120.000 euros para tener esos hijos gestados en vientres prestados en países donde ese proceso es legal. Es el caso de Ucrania, donde una veintena de familias pasan “un calvario”, aseguran esas parejas, por las trabas de la oficina consular de Kiev en la tramitació­n de los documentos necesarios para el regreso de esas parejas a sus casas con hijos nacidos por gestación subrogada.

En España, recuerda ese documento, existen varias propuestas de regulación, que van desde la prohibició­n absoluta, como es el caso de la del Comité de Bioética de España, hasta una regulación más permisiva, como la que propone el Grupo de Ética y Buena Práctica de la Sociedad Española de Fertilidad o la proposició­n de ley presentada por el grupo parlamenta­rio Ciudadanos, favorable a esta práctica. A lo que hay que añadir la decidida y pública postura del actual Gobierno, contrario a esta práctica.

El texto es crítico con las agencias que actúan como intermedia­rias y ponen en contacto a las gestantes con parejas que quieren tener un hijo con un vientre prestado. Un negocio que “mueve miles de millones de euros”, recalcan esos expertos, y que triunfa porque son esos intermedia­rios “quienes crean la necesidad de consumo y perciben, además, las mayores ganancias”.

El documento considera que esta práctica “produce una instrument­alización o cosificaci­ón de la mujer que gesta para otros, al reducirla a la función de mera vasija o incubadora. Y eso, recalca, este grupo de bioética y derecho no es otra cosa que “una comerciali­zación del cuerpo humano”.

Los expertos no dejan pasar la oportunida­d para proponer, ante un hipotético cambio de ley que permitiera en España la gestación subrogada, una serie de requisitos que habría que exigir a las parejas que recurriese­n a esa práctica. Consideran que los procesos deberían ser supervisad­os por un juez, proponen que las madres gestantes puedan cambiar de opinión tras nacer los bebés y crear una inscripció­n registral con los nombres de esos niños garantizan­do su derecho a conocer su origen. Y también la exclusión de intermedia­rios con ánimo de lucro y la obligación de las parejas a quedarse con esos niños.

El grupo coordinado por docentes de la UB considera que la mujer gestante queda reducida a una “vasija”

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JAZZIRT / GETTY El grupo de Bioética y Derecho de la UB considera que se trata de una “comerciali­zación del cuerpo”

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