Obispos contra los abusos sexuales
JUSTO y necesario es que los obispos de Catalunya hayan reaccionado ante los nuevos casos de abusos sexuales a menores cometidos presuntamente por sacerdotes en Constantí (Tarragonès), Arbeca (Garrigues), Vilobí d’Onyar (Selva) y un monje de Montserrat. Precisamente la responsabilidad de los obispos centrará, entre otros asuntos, la primera cumbre antipederastia organizada por el Vaticano la semana próxima, en la que participarán los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo y el papa Francisco, que ha hecho de la lucha contra la lacra de los abusos sexuales en la Iglesia el principal eje de su pontificado.
Los obispos catalanes, igual que el papa Francisco, asumen que el abuso sexual es inadmisible, en completa contradicción con lo que Cristo y la Iglesia enseñan, y por ello piden perdón a las víctimas y se solidarizan con su dolor. También extienden esa petición de perdón a todas las personas que se han escandalizado y que ahora dudan de su confianza en la Iglesia.
Tras la reunión de la Conferencia Episcopal Tarraconense, celebrada en Tiana, los obispos catalanes van más allá de la petición de perdón y se comprometen activamente a colaborar en el esclarecimiento de los hechos del pasado y a encontrar la mejor manera de ayudar a las víctimas. Hacen bien, además, en asumir su compromiso de cumplir con la legislación vigente, canónica y civil, así como de poner en conocimiento del ministerio fiscal los hechos que pudieran constituir delito contra la libertad e indemnidad sexual, al mismo que instan a las víctimas a que denuncien los hechos ante las autoridades.
Pero ni la petición de perdón ni el castigo bastan para erradicar los abusos sexuales en el seno de la Iglesia. Por eso es importante que los obispos catalanes se hayan conjurado también para adoptar rigurosas medidas de prevención, que impidan la comisión de nuevos abusos, a partir de la formación de aquellos a quienes les son confiadas misiones de responsabilidad y educativas. Pero la Iglesia, tanto la catalana como la universal, debería ir aún más allá en esta política de prevención y analizar las razones de fondo de por qué se producen tantos casos de abusos sexuales por parte de los sacerdotes, no sólo a niños sino también a mujeres, monjas entre ellas, y en ese marco valorar la pertinencia o no del mantenimiento del celibato.
El compromiso público asumido por los obispos catalanes contra los abusos sexuales debe ser el inicio de una nueva etapa que ponga fin al silencio y a la ocultación por miedo al escándalo, que ha impedido luchar abiertamente contra esta lacra que lacera a la Iglesia católica y que mancha la imagen de la inmensa mayoría de sacerdotes y religiosos que tienen un comportamiento ejemplar.