Fútbol con VAR, sexo sin orgasmo
Los aficionados al fútbol somos gente latosa y tribal. Desde que los ingleses inventaron este deporte para que los obreros de la siderurgia, la construcción naval y la red ferroviaria discutiesen de offsides y no sobre el Almirantazgo, el fútbol se ha convertido en la pasión colectiva más parecida al sexo: el extremo Stevenson perforó la portería, Johnstone logró un hat-trick –tres goles en un partido–, McMahon besó el cielo...
Y ahora viene la tragedia: el VAR o videoarbitraje está cargándose la celebración del gol, lo más parecido a un orgasmo en el mundo del sexo.
Hasta esta temporada, el aficionado al fútbol era una persona educada en la injusticia. Las rubias se iban con los mismos de siempre y los árbitros pitaban lo que les daba la gana, pero mientras a las rubias les seguimos riendo las gracias, a los árbitros ya no les podemos insultar porque aplican el VAR, anulan el gol de Vicentín III y a ver quién es el carpetovetónico que desautoriza a la tecnología.
El aficionado celebraba los goles al límite del código penal. De repente, el pelma de delante se te abrazaba, el cuñado saltaba sobre su sofá impoluto y uno se ponía a gritar como un energúmeno algo simple y esencial: –¡Goool! ¡Goool! ¡Goool! Para no ser el hazmerreir de la grada y saltar a destiempo, el aficionado había desarrollado un sistema de detección eficaz y barato: el rabillo del ojo. Antes de abrazar en vano al cuñado, el rabillo del ojo permitía saber en décimas de segundo si el tanto podía festejarse o quedaba anulado porque el cabestro del linier alzaba una ridícula banderita o el árbitro titubeaba en cuyo caso adiós al gol.
Una vez procesada la información –insisto: en décimas de segundo–, el aficionado estallaba y rozaba el efecto liberador del orgasmo. Toda la energía que invertía antes y durante el partido encaminada a celebrar un gol –nadie celebra un empate a cero ni toma un café con una rubia para decir “podemos ser amigos”– era recompensada por esos segundos de joya desbordante.
El VAR difiere la celebración de muchos goles en nombre de la justicia y obliga al aficionado a congelar la euforia y aplazar el orgasmo, un pésimo negocio porque hay cosas que tienen su punto exacto, como el grano de arroz en paella, la compraventa de acciones en el mercado de valores o las rubias en la cama.
–Gol, al parecer hemos marcado, quizás ganamos 1 a 0. –¿Seguro? ¿Podemos celebrarlo ya? –Yo esperaría cinco minutos... Al fútbol le está pasando lo que al sexo del siglo XXI: mucha tecnología, muchas aplicaciones y pocas alegrías. Menos mal que en el fútbol de Tercera División –refugio de esencias– y entre las mujeres de bandera no hay VAR. Y cuando la pelota entra –a veces la pelota no quiere entrar–, se puede gritar sin miedo: ¡gooooool!
–¿Celebramos el gol? –Yo esperaría cinco minutos antes de gritar y abrazarle no sea que el VAR lo anule...