De Niro y el ascensor
Un ascensor no es lugar apropiado para el diálogo, pero a veces permite descubrir o intuir algunas realidades. Sobre todo cuando baja. En el actor Robert De Niro lo primero que veo es mi barrio adoptivo, que ya no existe. Veo también la amistad, es decir, algunos amigos y amigas con quienes ya no volveré a pasear la playa y a disfrutar de una cerveza y una bomba, que es el sabor más genuino de la Barceloneta y que, mientras escribo esta crónica, aún se puede degustar en la Cova Fumada y L’Ostia. El neoyorquino De Niro sonríe con la mirada y asusta o advierte con las cejas y la boca. Sobre todo cuando un periodista intenta halagarlo. O cuando le recuerda alguna de las frases que dice en determinada película uno de los muchos personajes que él ha interpretado. De Niro que, como ya se ha dicho, no gusta del halago asilvestrado, no es, pues, un hijo único al uso. Tampoco parece un actor. Quizá porque sí lo es y sabe, como los buenos actores, que las sobreactuaciones, tan frecuentes en nuestras latitudes, son propias de actores y actrices mediocres. Algo tendrá que ver en ello el maestro Lee Strasberg.
A De Niro nunca lo asocio con el joven Vito Corleone de El Padrino II sino con aquel Alfredo Berlinghieri, hijo de terrateniente italiano y amigo de Olmo Dalcó, líder campesino, que en la película Novecento, dirigida por Bernardo Bertolucci, interpretaba Gérard Depardieu. También lo asocio con Noodles, que, en la película Érase una vez en América, era el componente de una banda juvenil, pese a que Sergio Leone, su director, quizá no quiso hablar en la misma de muertes y robos sino de amistad y traición. En cualquier caso la figura de Robert de Niro siempre me remite a la música de Ennio Morricone. A La canción de Cockey y al tema de Érase una vez en América .Yalde Novecento, con cuyo director, Bertolucci, vecino de un amigo mío, me he cruzado más de una vez en el Trastevere, barrio romano que, a veces, me recuerda a mi Barceloneta.
Quizá por los tiempos que nos afligen, la mañana que un ascensor que bajaba me permitió conocer personalmente a De Niro, que concluyó su estancia en Barcelona saboreando un plato de crema catalana, volví a pensar en su personaje Alfredo Berlinghieri, el de Novecento .Yen el de Olmo Dalcó, que, en determinada escena, dice: “Los fascistas no son como los hongos, que nacen en sólo una noche”. Advertencia inútil porque el fascismo llegó nuevamente al poder hace ya bastantes años gracias a nuestra estúpida e inconsciente colaboración o desidia. Lo digo, porque, como me enseñó y demostró en su día cierto intelectual catalán, independentista pero demócrata, el catalán cree que por ser catalán no puede ser fascista. Y se equivoca, claro.
Para conocer a De Niro yo aposté por el ascensor del hotel torre Catalunya, propiedad de Jordi Mestre, que pronto se convertirá en el Nobu Hotel Barcelona, del que también será socio el actor. En un ascensor, el amigo de Al Pacino, Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Joe Pesci se parece al hombre que quizá es: alguien próximo a la gente, no a los periodistas, que tiene un hijo autista y sabe lo cruel que es esa realidad. Aunque ese padre sea rico, popular y se desplace con un avión privado.
En un ascensor casi todos somos iguales.