La Vanguardia (1ª edición)

El shock y aquel cruel agosto

- Santiago Segurola

El Barça no ocultó su estado de shock contra el Valencia, pero ganó un partido que hace dos semanas hubiera merecido grandes titulares: 39 partidos invicto –récord que arrebata a la gran Real Sociedad de los Arconada, Kortabarri­a, Zamora, López Ufarte y compañía–, el título de campeón casi en la mano y la confirmaci­ón de la solidez del equipo Valverde. La realidad es muy diferente. La Liga sabe a poco después del golpazo en Roma, donde todas las cualidades que se le atribuían a Valverde se utilizaron para atacarle. Demasiado pragmático, demasiado prudente, cambios mal negociados…Por si no lo saben, el periodismo nunca pierde.

No hay torneo en el mundo con más prestigio que la Liga de Campeones. “Parece mentira que aquella copita se haya convertido en esto”, solía decir Alfredo di Stéfano, el jugador que transformó al Real Madrid en una potencia universal. Ganó las cinco primeras ediciones de la Copa de Europa y se produjo el binomio perfecto: el nacimiento de una gran competició­n y de un equipo legendario. Más de medio siglo después, la Liga de Campeones ejerce de patrón global del fútbol. Lo tiene todo: se decide de un modo rápido –tres eliminator­ias salvajes y la final–, tiene una audiencia brutal, genera dinero a chorros y se ha construido un prestigio futbolísti­co incomparab­le. En muchos aspectos, la Liga de Campeones es el signo de nuestro tiempo. Es rápida, emocionant­e e inmiserico­rde. Y bastante engañadora.

Vean al Real Madrid, que ha accedido a las semifinale­s y es el principal favorito del torneo. Estuvo a un centímetro de perpetrar un desastre de consecuenc­ias inimaginab­les. El penalti de Benathia a Lucas Vázquez en el último minuto ha cambiado un paisaje apocalípti­co por el festivo escenario del equipo en las semifinale­s en la Copa de Europa. Es el mismo Real Madrid que llegó a estar a 21 puntos del Barça y que fue eliminado por el Leganés en los cuartos de final de la Copa del Rey. Sobre esa realidad, que habla de inconsiste­ncia, dejadez y muchas derrotas, se ha arrojado la arena del olvido. La Liga de Campeones lo puede todo. Es demasiado sexy.

Hay motivos para la perplejida­d en el Barça y su entorno. No sólo recibió una goleada escandalos­a en Roma, sino que la mereció. Algunas señales en el juego del equipo invitaban a una leve preocupaci­ón, pero el trastazo fue de una magnitud superlativ­a. Dejó temblando al equipo y llenó de dudas al club. Por las razones que sean, el Barça ha perdido pegada en Europa. Tres eliminacio­nes sucesivas, con penosas goleadas incluidas, en los cuartos de final quieren decir algo. Hay déficits que el Barça está obligado a corregir. Está claro que la aportación de los fichajes ha sido casi insignific­ante desde el ingreso en el equipo de Ter Stegen, Bravo, Rakitic y Luis Suárez. Han pasado cuatro años desde entonces. El Barça, sin embargo, no puede permitirse el lujo de devaluar el título de campeón de Liga, menos aún en una temporada que parecía condenada al fracaso antes de iniciarse. Nadie daba un euro por aquel Barça destrozado por el Real Madrid en la Supercopa. La pérdida de Neymar generó un desánimo comparable a la fuga de Figo hace 18 años. Aquel Barça tardó cuatro años en ganar un título y seis en conquistar la Copa de Europa. Este Barça se encuentra a un centímetro de ganar la Liga y disputará la final de Copa. Cualquier aficionado sensato habría firmado este balance en el crudo agosto de 2017. Con todos sus defectos, merece crédito y festejo un equipo que sale vivo de una situación tan crítica. El problema es que el fútbol pierde la memoria con una velocidad supersónic­a. Ahora todo es impacto y emoción.

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ANDREU DALMAU / EFE Ernesto Valverde durante el encuentro de ayer ante el Valencia
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