Llamamiento a la santidad
El papa Francisco ha publicado la tercera exhortación apostólica de su pontificado, Gaudete et exsultate, sobre el llamamiento a la santidad en el mundo contemporáneo. No quiere ser un tratado ni académico ni doctrinal sobre la santidad, más bien es una carta con un marcado tono espiritual dirigida a cada cristiano, un mensaje para los que viven los riesgos, las oportunidades y los desafíos de hoy sin “conformarse con una existencia mediocre, aguada, licuada”.
Quizás para algunos la palabra santidad se asocia a unas pocas personas que han disfrutado de dones extraordinarios y que la Iglesia propone como modelos. Las fachadas de las catedrales y basílicas a menudo muestran las imágenes imponentes de los santos, hombres y mujeres que han ejercitado las virtudes en un grado heroico, o que han dado su vida en el martirio o en un ofrecimiento de la propia vida para los demás.
Francisco plantea una mirada diferente: la santidad es tan diversa como diversa es la humanidad y existe un camino particular hacia la santidad para cada creyente, no sólo para el clero, los consagrados, o los que viven una vida contemplativa. Todo el mundo está llamado a la santidad, sea cuál sea el estilo de vida, “viviendo con amor y dando su propio testimonio”, en el día a día, orientados hacia Dios. Para ver a los santos no sólo hay que mirar las fachadas de las catedrales, los santos se encuentran también en la “puerta de la casa de los vecinos”.
Francisco ha querido recordar la santidad de todo el pueblo de Dios: “En los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en estos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo”. Esta ha sido una enseñanza constante en el cristianismo que en algunos momentos históricos quedó desdibujado pero que el concilio Vaticano II ha puesto de nuevo a la consideración de todos. No se trata de hacer rebajas para alcanzar la santidad, sino al contrario, aproximarla a la gran mayoría de hombres y de mujeres y descubrirla en los miembros más humildes del Pueblo de Dios, ya que, como decía Edith Stein, carmelita mártir de Auschwitz, “seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los libros de historia”.
El camino hacia la santidad de la vida cristiana parte de una conformación real a Cristo a través del estilo de las Bienaventuranzas, el texto evangélico, “el carnet de identidad del cristiano”, que propone como vivir el seguimiento de Jesucristo aunque muchas veces sea a contracorriente, y de lo que Francisco hace un precioso comentario en el capítulo tercero de la exhortación. “La palabra ‘feliz’ o ‘bienaventurado’ pasa a ser sinónimo de ‘santo’, porque expresa que la persona que es fiel a Dios y vive su Palabra consigue, en la entrega de sí mismo, la verdadera felicidad”.
Hay fragmentos realmente sugerentes, muy del talante de Francisco, como cuando nos dice que la santidad es el rostro más bello de la Iglesia; que hay estilos femeninos de santidad indispensables para reflejar la santidad de Dios en el mundo; que una de las notas de la santidad es la alegría y el sentido del humor y, en cambio, el malhumor no es un signo de santidad; o que –como buen hijo de san Ignacio de Loyola que es el Papa– el camino hacia la santidad necesita un serio y constante discernimiento.
Interesante también, porque nos toca de cerca, la referencia a la utilización de los medios de comunicación por parte de los cristianos poniendo el acento especialmente en los de titularidad católica, a los que advierte que no tienen que tolerar la difamación y la calumnia”. “Llama la atención –dice Francisco– que algunas veces, queriendo defender otros mandamientos, se pasa por alto el octavo: ‘no dirás falso testimonio ni mentirás’, y se destroza la imagen de los otros sin piedad”.
Una característica de los escritos de los cinco años de pontificado de Francisco es el uso de la palabra alegría en el título de sus documentos. En unos tiempos de incertidumbres, como los que la humanidad vive hoy, Francisco invita a encontrar motivos para alegrarnos y abrir exactamente puertas y ventanas al Espíritu.
Francisco apela a la santidad de todos los creyentes, no sólo de los que actúan en virtudes de grado heroico