Eugenio scalfari
“No graba a sus interlocutores y presume de no tomar ni siquiera notas”
complicidad. Y tenía una mirada sin contemplaciones, que es la que debe tener un periodista. Mirada y gabardina que nunca se arrugaron pese a que en cierta ocasión, en plena calle, por la espalda, le endilgaron cuatro balazos del calibre 9 con un revólver. Y sólo por escribir en voz alta.
Mientras aquí estamos perdiendo el tiempo en veleidades terrenales y obsesiones sectarias, el ateo Scalfari, superados los 90, se ocupa de lo importante y la lía una vez más escribiendo lo que, según él, le dijo el papa Francisco: que el infierno no existe. En Italia, cuando alguien te ha engañado o traicionado, se le suele decir: “Mi hai già fregato una volta; due no”. Pues bien, si hemos de hacer caso a los defensores de Francisco, es la cuarta volta que Scalfari se la frega al Papa argentino. Algo que yo no creo. Es cierto que Scalfari, como Gabriel García Márquez y aquel zascandil de o conversación. Utilizar a un periodista amigo, supongo que con su consentimiento, para decir públicamente lo que uno no puede decir, es algo que sólo se puede hacer, con éxito, una vez, pero no cuatro.
Mientras escribo esta crónica, siempre peatonal, y después de conversar con varios amigos romanos, recibo el texto de la exhortación apostólica Gaudete et exsultate (Alegraos y regocijaos) en la que Francisco habla de los santos. Pero a mí, por razones literarias y periodísticas, me interesa mucho más saber si el Papa argentino cree o no en la existencia del infierno. Además, a favor del maestro Eugenio Scalfari están las palabras que en cierta ocasión le dedicó su amigo Montanelli: “Es de cerca cuando observo en Scalfari su ingenuidad y su limpieza”.
O sea, que creo más en algunos maestros del periodismo que en determinados papas.