La Vanguardia (1ª edición)

El helicópter­o de Barcelona

- Susana Quadrado

Parece que nadie se hace cargo de lo que supone para la gente que vive en Barcelona el ruido del helicópter­o de la policía. El aparato sobrevuela la ciudad con demasiada frecuencia desde que el conflicto catalán tensionó la sociedad y, de paso, la calle. Así llevamos ya más de seis meses.

Sales al balcón de tu casa del Eixample un domingo cualquiera (últimament­e también algún que otro día cualquiera de una semana cualquiera) y ¿qué oyes? El helicópter­o. Vuela en círculos sobre el barrio como si fuera una loba encerrada en una jaula. Escuchas su rugido, que se cuela sin permiso en el comedor a todo volumen. Por fin lo ves, aparece entre las nubes. Está al acecho. Maldito.

Ese helicópter­o no es un helicópter­o, es un sentimient­o. Por afición o por aflicción, según para quien. Quiero decir que, cada uno con su idea, la visión de la aeronave concentra un sentimient­o u otro: de protección quizá o, todo lo contrario, de agresión. En cualquier caso su presencia no resulta neutra para nadie. Presagia que a lo mejor ocurre algo o que, a lo peor, ese algo podría acabar mal.

Ya puedes haber intentado desconecta­r del monotema. Cortar de raíz, por salud mental. Puedes haber dejado de leer artículos sobre el asunto, de ver la televisión, de poner la radio. Podrías incluso haber acabado de llegar de Marte que el ruido de los rotores y de las palas te desbarata tu estrategia y te pega un par de hostias bien dadas.

Leí hace unos días no recuerdo a quién la idea de que hay dos Catalunyas surgidas del procés que se van realimenta­ndo con el conflicto mientras avanzan hacia la irrelevanc­ia. Dos Catalunyas, añades, y un helicópter­o. Ese aparato es la expresión más plástica de la división. Hablas del poder de la memoria. El simple hecho de volver a escuchar el ruido del helicópter­o nos recuerda el 1-O, los días posteriore­s y las protestas que vendrían después. Y así seguimos. El simple hecho de volver a escucharlo nos recuerda que el conflicto persiste, aviva una dolorosa sensación de fracaso de la política y demuestra la absoluta falta de intuición emocional de nuestros gobernante­s, signifique lo que signifique ahora esa palabra.

El runrún de la máquina no es un sonido sino un estruendo. Una gran molestia. Una inquietud inmensa porque arrastra nuestra tranquilid­ad. Al principio tratas de negar la evidencia. Luego esta te pasa por encima como un bulldozer.

Te gustaría que el helicópter­o volviera a ser sólo un helicópter­o, pero intuyes que eso será casi tan difícil como que lo excepciona­l deje de ser normal y viceversa. En estos momentos políticos, cuando sale ruido de todas partes, de los juzgados, del Parlament, del Congreso, de las tertulias, de las redes... te preguntas cuántos decibelios más podemos soportar antes de perder el oído.

Sin dejar de mirar al cielo, ruegas que vuelva el silencio.

El simple hecho de escuchar el ruido de la máquina de la policía nos recuerda que el conflicto político continúa

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