Morir en libertad
En su adolescencia, era prisionero. Prisionero de las drogas. No estaban ahí los padres, listos para pararle los pies. ¿Dónde estaban? ¿Quién sabe? Se sabe que no estaban allí, y punto.
Nuestro protagonista había penetrado en el mundo de la heroína y se perdía en las calles de su ciudad. Mendigaba. La heroína gobernaba su mente. Sucio y desamparado, se evadía. Pasó tres años en aquel infierno al aire libre. Tres años, hasta que le rescató su hermana. Aquí se inició otra lucha: ahora se veía durmiendo en un centro de desintoxicación, al menos durante tres meses. No fueron suficientes: tardó poco en recaer. Esta vez, el tratamiento se prolongó por dos años.
Salió al fin, dispuesto a comerse el mundo, como cualquier veinteañero: decidió recorrerlo. Lo hizo en autostop. Carecía de medios y tampoco sabía cómo conseguirlos. Esta realidad marcaba su vida: permaneció siempre lejos de los estándares. Un espíritu alternativo.
A dedo llegó a India, en otro episodio novelesco. Trabajó en un hospital, atendiendo a víctimas de la lepra. Sigue habiendo leprosos en India, y también en Nepal, en Brasil o en Madagascar. Curando llagas y nódulos, nuestro hombres se iluminó. Sintió que le llamaba el Nanga Parbat.
Le habló el espíritu de las alturas: decidió curarse de sus adicciones centrándose en otra. Se entregó a la montaña. En realidad no fue así: pretendía que la montaña se le entregara él.
Como un explorador, quiso domesticarla.
Por supuesto, pensó en hacerlo a su manera. Sin números circenses ni estructuras mediáticas. ¿No hemos dicho que se trataba de un antisistema?
En su adolescencia era prisionero de las drogas; no estaban ahí los padres, listos para pararle los pies
Nunca tuvo dinero, y tampoco sabía muy bien cómo conseguirlo. No era un atleta ni perseguía récords. Soñaba con mimetizarse en la naturaleza. Sin subvenciones ni patrocinadores, con cuatro ahorros, se fue a por el Nanga Parbat (8.125 metros). Decidió hacerlo en el invierno, cuando soplan los vientos y se sepultan los termómetros. ¿Cuándo, si no? Fracasó una y otra vez, pero ahí iba un cabezota.
Lo intentó por última vez este enero. Ahora sí, al fin conquistó la cima. Sin embargo, algo falló durante el descenso. Sufría un edema y pérdidas de conciencia. Era incapaz de moverse. Su compañera de viaje halló un escondrijo en una grieta. Allí se metieron ambos. Ella dejó aquel refugio horas más tarde. Él nunca lo hizo.
Nuestro hombre se quedó en la montaña, en el gigantesco Nanga Parbat, la droga que había determinado la segunda etapa de su vida.
Tomek Mackiewicz, que había nacido preso, murió libre.