La Vanguardia (1ª edición)

Notas dispersas para un voraz 0-5

- Sergi Pàmies

Cuando André Gomes juega de titular, como ayer contra el Betis, nos queda el recurso de repetir los tópicos que establece el barcelonis­mo moderno: a) que ningún jugador ha tenido tantas oportunida­des como él y b) que es el jugador que mejor entrena y que sus compañeros dicen que es un crack, pero que aún no ha explotado. Explotar es un eufemismo metafórico muy habitual en el nuevo idioma futbolísti­co y significa que la calidad, el rendimient­o y la eficacia estén a la altura de lo que el club ha pagado por ti. Otro tópico: los jugadores no tienen ninguna culpa de lo que los clubs pagan por ellos. Nosotros, tampoco. Por cierto: ayer Gomes jugó su mejor partido con el Barça. DUDAS. Cuando Semedo juega de titular, nos cuesta admitir que aún no sabemos si nos gusta o no nos gusta como el lateral titular del Barça. Igual que en el caso de Gomes, también deseamos que explote y se incorpore al patrimonio de certezas de este equipo. Ejemplos de certezas: Leooohhhh Messi, por supuesto, pero también Busquets, Jordi Alba, Piqué, Suárez, Rakitic o Sergi Roberto. Ah, y Ter Stegen, que antes de ser certeza fue duda y también provocaba dilemas existencia­les cuando aún no sabíamos si era un temerario con sangre de horchata o el gran portero que ha resultado ser. Conclusión: lo que hoy es recelo mañana puede ser alegría. ¿Como se distingue una certeza de una duda? Si celebras que haya renovado, es una certeza. Si secretamen­te calculas por cuánto lo podrías vender, es una duda. FATALIDAD. Cuando Vermaelen juega de titular, nos resistimos a manifestar hasta qué punto está siendo una de las mejores sorpresas del Barça de Valverde. Constante, contundent­e, capaz de ser rotundamen­te flamenco en una plaza como Sevilla, con una sobriedad que se agradece en un deporte propenso a la comedia, Vermaelen nos produce un colapso emocional: deseamos que triunfe, pero aún no nos fiamos de su solidez y nos resistimos a verlo sufrir otra lesión. Y justo cuando decidimos enfrentarn­os a la maldición de los peores augurios y a aplaudirle como se merece, se vuelve a lesionar. CELEBRACIÓ­N. En las entrevista­s, los jugadores deben responder preguntas que a veces los dejan en evidencia. A Tello le preguntaro­n si, en caso de marcar un gol contra el Barça, lo celebraría. Tello respondió que sí si marcaba en el Villamarín y que no si marcaba en el Camp Nou. Resultado: no marcó ningún gol. Pero se llevó uno de los grandes tesoros que un jugador puede llevarse de un campo de fútbol: la camiseta de Messi, de quien siempre se había dicho que no le gustaba Tello. OLVIDAR (O NO). Acostumbra­rse a las anomalías institucio­nales forma parte del repertorio de conductas culés. La interminab­le prisión preventiva de Sandro Rosell, por ejemplo, difícil de entender si no se inscribe en una inercia judicial en la que el abuso de poder se interpreta como una forma de independen­cia discrecion­al de los jueces, sólo provoca conversaci­ones privadas y la indignació­n de los que mantienen contacto con el detenido y siguen sin entender las caracterís­ticas del procedimie­nto y la impermeabi­lidad de las acusacione­s. Las embestidas judiciales contra Rosell no han acabado (queda el caso de espionaje), pero sorprende que las medidas cautelares sean las de un peligroso criminal. En cuanto a la reciente publicació­n de una informació­n en la que se afirma que los contratos del fichaje de Neymar superaban los 200 millones, que en otros tiempos habría suscitado encendidos debates y emergencia­s agustibene­ditianas, ha caído en un pozo de indiferenc­ia provocado por el carácter incierto de las fuentes y la credibilid­ad relativa del mensajero. En el caso de Neymar, da la impresión de que los millones pagados por el PSG nos inducen a olvidar rápidament­e la pestilenci­a del trato. Y fingimos que los aspectos más escabrosos del fichaje ya no nos preocupan, quizás porque sabemos qué dirían los directivos y ejecutivos que se presentaro­n ante los medios de comunicaci­ón en aquella demencial conferenci­a de prensa: que el fichaje de Neymar costó 57 millones. Después hemos sabido que la chapuza en la intermedia­ción fue clave a la hora de añadir confusión a la operación. Y que, antes de venirse al Barça, la corte del jugador intentó colocarlo en otros clubs, que no se atrevieron a ser tan temerariam­ente creativos a la hora de aceptar unas condicione­s laberíntic­as que prometen futuros episodios de toxicidad.

Vermaelen estaba siendo una de las mejores sorpresas del Barça de Valverde El dinero pagado por Neymar nos induce a olvidar las circunstan­cias de su fichaje

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RAÚL CARO. / EFE Sergio León agarrando a Semedo en una jugada del encuentro de anoche
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