Construir para el usuario, no para la foto
Enric Batlle defiende el urbanismo humano, tras recibir la medalla del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos
El sensacionalismo no es exclusivo de la prensa amarilla. También lo practican los falsos artistas y los diseñadores caraduras. O algunos arquitectos. Lo subraya el barcelonés Enric Batlle: “Ha llegado un momento en que parece que los arquitectos no servimos si no impresionamos”, dice en conversación con La Vanguardia en Madrid a raíz del premio que su despacho, Batlle i Roig, acaba de recibir de la más alta institución del sector en España: la medalla del Consejo Superior de Colegios de Arquitectos. El galardón reconoce la labor del estudio –fundado en 1981 junto con Joan Roig– “como referente de calidad y rigor profesional”, caracterizado por “un funcionamiento empresarial y solvente”; con una “filosofía colaborativa y global”, y siempre “en la vanguardia en el uso de nuevas tecnologías”.
Batlle contrapone su concepción de la arquitectura, “holística y al servicio del usuario”, a esa otra de “la edificación icónica y de una sola foto” que tanto ha primado en los últimos años. El premiado se refiere a determinados inmuebles emblemáticos de Barcelona –como por ejemplo la torre Agbar, señala– caracterizados por un poderío visual exterior indudable, pero de los que “nadie se pregunta” si su interior es práctico y amable para las personas que trabajan dentro.
Más optimista se declara respecto a la evolución del urbanismo y el paisajismo en urbes como Barcelona y Madrid. “Muchas grandes ciudades han empezado a corregir errores y a buscar soluciones de futuro”, afirma. Y destaca la tendencia a rectificar los crecimientos de desborde hacia fuera –a modo de “mancha de aceite”– mediante una mayor incidencia en la reforma y la recuperación interiores.
La capital catalana es ya un modelo dentro de esa estrategia, indica Batlle. La fórmula consiste en “rescatar lo que habíamos estropeado” en la ciudad; en “regenerar las zonas y los barrios degradados”, y en dignificar los “no-espacios” situados en las fronteras con la periferia. Todo lo cual, sumado a los requisitos medioambientales en boga, propicia la fusión de la metrópoli con la naturaleza.
Un factor clave a favor de esta mejora y “renaturalización” de las metrópolis es el de la progresiva reducción del transporte privado en beneficio del público y compartido. “Aunque todavía no seamos conscientes de ello, de hecho ya estamos quitando los coches de las ciudades”. Se impondrán el transporte colectivo y a la bicicleta. Ya no hay marcha atrás, insiste Batlle.
Uno de los efectos y de los precios de la regeneración urbana hacia el interior es la gentrificación, es decir, la elitización del centro en perjuicio de los residentes con menor capacidad adquisitiva, por efecto de una subida de precios, a lo que suele añadirse un aumento del turismo en las zonas afectadas. Tales consecuencias ocasionan rechazo social y cuestionan el propio modelo. Pero entonces –opina Batlle– conviene preguntarse: “Tendríamos que renunciar a las mejoras y dejar esos barrios degradados?”. Es obvio que no, pero ¿como frenar la escalada de precios y la expulsión de los más débiles? La respuesta es, en el fondo, igualmente obvia: “Hay que mejorar todos los barrios”, responde.