Una colección particular
En Landerneau, pueblo bretón, se exponen 200 obras del genio
“Por la mañana, misa; toros por la tarde y por la noche al burdel”, definía Picasso el domingo español. El séptimo día bretón, en cambio, indica vernissage. Ayer, el Fonds Hélène & Édouard Leclerc (FHEL), en Landerneau, villorrio perdido de Bretaña, desveló 200 Picasso –óleos, dibujos, cerámicas, libros ilustrados…– de la colección personal del artista.
En la vecina Normandía, en Rouen, precisamente, la “amistad de hierro” de Picasso con Julio González, la obra realizada durante un lustro en su castillo normando de Boisgeloup, y una selección de sus esculturas y cerámicas, compartían el verano en tres museos.
Picasso es una religión predicada en cada rincón de Francia. Jack Lang, apoyado en el tesoro Picasso que recibió Francia gracias a las leyes que permiten pagar con obra derechos sucesorios, decidió que cada museo del país tendría por lo menos un Picasso. Y el trust de herederos, sumado a la riqueza del museo parisino, la colección de Maya, la del muy discreto y generoso Bertrand Ruiz Picasso y la de la polémica Catherine Hutin, la hija de Jacqueline, alimentan continuas exposiciones.
La de Hutin, precisamente, permitió esta de los Picassos de Picasso. El artista guardó consigo, hasta su muerte, obras con las que mantenía una relación particular. El conjunto presentado en el FHEL “es el más vasto jamás mostrado” según Michel Édouard Leclerc, 64 años. Al frente de la cadena de supermercados familiar, es también uno de los mayores coleccionistas del llamado noveno arte, el cómic. Y como nació y creció en Landerneau, creó FHEL, hace poco más de dos años, como “un intermediario entre el arte moderno y la gente”.
La respuesta popular estuvo a la altura de la propuesta: las exposiciones dedicadas a Miró, Giacometti, Dubuffet, Monory, Mattotti, Kersalé y Chagall atrajeron más de medio millón de visitantes. Entre otras cosas porque cada muestra conlleva, además del correspondiente catálogo en venta, una guía del recorrido, pedagógica y gratuita.
En este caso, el recorrido agrupa todas las épocas de Picasso. Desde el retrato de Josep Maria Folch i Torres, de 1899, hasta Mousquetaire et personnage (1972). Nueve estaciones que comienzan con la denominada Picasso antes de Picasso :el buen alumno, que asimila el estilo académico con una precocidad desconcertante, apuntará otras maneras al tiempo que cambia de apellido, del Ruiz del padre, profesor de dibujo y pintor, al Picasso materno.
Cubismos lo sitúa en 1904, en Montmartre; su encuentro con Apollinaire, su relación con Fernande Olivier. Al descubrimiento de Van Gogh, Ingres, Cézanne se suma el de las artes ibéricas y africanas. Y la vuelta del revés de la perspectiva con el cubismo. Un viaje a Italia, en 1917, le produce una recaída neoclásica.
Metamorfosis cierra el periodo dandy (1918-1925) de su matrimonio con Olga. Las mundanidades que coincidieron con los ballets rusos y las primeras ventas impor- tantes, el piso burgués en la rue de la Boétie, vecino de su marchante Paul Rosemberg. En 1927 conoce a Marie-Thérèse Walter, 17 años y, con ella como modelo, modifica la representación del cuerpo femenino.
Años de tinieblas reúne dos guerras –la española y la segunda mundial– y su tormentosa relación con la fotógrafa Dora Maar, musa intelectual –y cronista gráfica– del Guernica. Encerrado con un solo juguete en el París ocupado, Picasso se airea tras la liberación. La que la muestra titula La posguerra lo devuelve al sol de la Costa Azul, descubierta en 1920. Lo acompaña Françoise Gilot, pintora de 22 años, a la que conoció en el invierno de 1943, cuando trabajaba en la Rue des Grands Augustins.
Con Gilot, la única entre sus mujeres que conserva una forma de independencia, Picasso vivirá dos lustros de renovación artística. El entorno mediterráneo impregna la
Jack Lang decidió que cada museo de Francia tendría por lo menos un Picasso
obra de resonancias mitológicas y vuelve con fuerza el desnudo femenino.Una nueva luz aúna el interés de Picasso por la cerámica, que se vuelve una práctica frecuente, y la aparición de Jacqueline Roque, una joven que acaba de instalarse en Antibes. Un año después de su ruptura con Gilot, Jacqueline será su compañera, primero, su esposa en 1961 y la última musa. Es también el adiós a París y la instalación definitiva en la costa.
Último tramo en tres etapas decisivas. Los talleres se abre en 1955 con la compra de La Californie en los altos de Cannes. Nunca ha dispuesto de tanto espacio y las habitaciones son ocupadas sucesivamente por talleres de grabado, dibujo, pintura, escultura. No quedan espacios libres porque la obra crece cada día y Picasso vende con cuenta gotas. Al mismo tiempo, La Californie se convierte en modelo.
Cinco años más tarde Picasso, que conservará La Californie, compra Notre-Dame-de-Vie, en Mougins, donde fechará sus Mujeres
sentadas. Trabajo prolífico y obsesivo: en 1963 terminará más de 160 retratos de Jacqueline. Sentada, con frecuencia, porque según el artista era la posición que permitía las mayores innovaciones.
Los últimos años serán frenéticos. Con vigor juvenil y la urgencia de quien avizora el final el nonagenario puebla su mundo final con toreros, mosqueteros y pintores inspirados por Rembrandt. Son a menudo grandes formatos, colores vivos, nuevos senderos para la pintura. Como para despistar a la muerte.