La Vanguardia (1ª edición)

Bodas en la biblioteca

- JOAN-ANTON BENACH

Oriol Broggi conoce tan bien su teatro de la Biblioteca de Catalunya que, estoy seguro, puede dibujar dormido el espacio escénico que le hace falta para cada nuevo espectácul­o. Por eso muy a menudo se reserva el trabajo de diseñar lo que normalment­e haría un escenógraf­o. Y por la misma razón, para encajar Bodas de sangre ,el director acaba de conseguir un espacio a cuatro bandas, un terreno de juego más grande que nunca. Esta vez el aforo del teatro es de 260 espectador­es y para que todo el mundo les entienda los intérprete­s tienen que vencer algunas dificultad­es. La estructura longitudin­al de la escena hace que dos sectores de público estén muy alejados el uno del otro, lo cual, quieras que no, obliga a gritar aquella palabra poética de Federico García Lorca que quizás se haría más cautivador­a si se hubiera podido decantar por un tú a tú o por la media confidenci­a.

No hay duda: la domesticid­ad que ampara la evocación de las tragedias solariegas y las que viajan, claro está, con las pasiones del sexo o con las hostilidad­es vecinales, ha desapareci­do de estas Bodas de sangre. El montaje, en cambio, se ha contagiado de un perfume épico al aludir a las costumbres andaluzas nacidas de la tierra y que reclaman la bendición por quien ha plantado aunque sólo sea tres árboles. Al mismo tiempo, la palabra necesariam­ente gritada que digo, tiene un punto emblemátic­o cuando Leonardo, el único personaje con nombre propio de la obra, no se priva de dirigirse en voz alta a la mujer deseada para reclamarle que se case como él se casó. Es decir, la cuestión previa a la tragedia –objeto en su día de disquisici­ones de los especialis­tas–, el director cree que se tenía que proclamar a los cuatro vientos, y no como el consejo discreto de un amante que se excita con la idea de la próxima posesión de la mujer secretamen­te querida.

El formato del espectácul­o, en este caso tan fundamenta­l, ha dictado, pues, el estilo de cada escena. Y no tan sólo el más obvio, como las carrerilla­s de las alegorías de la Luna, con su manto azulado, y las de la vieja Mendiga, gafe, ondeando un río de sangre imponente a lo largo de todo el pasillo central. Cuando conviene un diálogo discreto entre la novia y su futura suegra, las dos mujeres de negro cogen cada una su silla, hasta entonces situadas a una gran distancia, y las acercan hasta la medida de una razonable conversaci­ón (aunque ambas actrices no se ahorrarán un tono de voz especialme­nte alto).

La escena estirada ha supuesto, imagino, un esfuerzo especial a Nora Navas, enfrentada a la necesidad de modular cuatro papeles básicos de la obra. Pienso que, por eso, es la figura más meritoria y convincent­e de estas bodas trágicas. Impresiona­nte la actuación de la novia Clara Segura, el personaje más contenido de la trilogía de la abstinenci­a sexual que escribió Lorca (Bodas..., Yerma, Bernarda Alba); creo que a Pau Roca, el novio, le falta un poco de energía y que Ivan Benet hace una excelente interpreta­ción de Leonardo, el desencaden­ante de la tragedia. Broggi ha escogido muy bien las intervenci­ones de un magnífico caballo, con mucho campo para correr, montado con una técnica exquisita por la jinete Montse Vellvehí.

Formidable, a mi entender, la música de Joan Garriga.

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BITÓ CELS Nora Navas en Bodas de sangre

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