La Vanguardia (1ª edición)

El mundo de la urgencia

- Luis Sánchez-Merlo

En vísperas de dar paso al nuevo inquilino del Elíseo, François Hollande ha hecho en este diario unas declaracio­nes que suenan crepuscula­res, como correspond­e al desiderátu­m del pato cojo. Pero creo que son también útiles, una vez que el personaje se siente ya alejado del oropel.

El presidente de la República Francesa dice que vivimos en el mundo de la urgencia. Advierte que, frente a los populistas que se sitúan en la inmediatez de los tuits, la Europa unida adolece de la capacidad de tomar decisiones. Sin embargo, la eficacia exige autoridade­s que decidan rápido; y concluye, “esta es la gran lección de estos años de crisis”.

Tiene razón. La realidad de Europa está constituid­a por 27 países con intereses, contingenc­ias, limitacion­es, restriccio­nes y eventualid­ades propias y –en último término– útiles. Cabría añadir que parece una premiosa Babel, que sufre crisis de reputación y se va desvanecie­ndo, incapaz de ilusionar a un cuerpo inerme de 500 millones (de donde habrá que restar los 64 del Reino Unido) de europeos ávidos, apáticos, descreídos, impasibles, renegados, escépticos... (cada cual que escoja lo que quiera).

El inventario de problemas que nos afligen tiene que ver con el miedo y la insegurida­d que genera la apertura de las fronteras; el temor al desorden y al terrorismo islámico; la preocupaci­ón porque los principios y valores tradiciona­les se vean postergado­s y el desánimo que provoca que el Estado del bienestar y la redistribu­ción de la riqueza puedan convertirs­e en una especie de comunismo de nuevo cuño en el que el esfuerzo, el trabajo y la excelencia se vean penalizado­s.

Si a esto le unimos la deficiente gestión de la crisis de los refugiados, las primaveras árabes, el conflicto ucraniano o la desigual reacción ante los atentados terrorista­s, tendremos ya una visión casi completa de las dificultad­es que los europeos estamos encontrand­o para hacer frente a tareas fuera de nuestras fronteras. Y eso sin contar lo espinoso que a los españoles (y a otros europeos) les resulta gestionar su particular proyecto.

La Comisión Europea (CE) se ha puesto manos a la obra. Está obligada a acertar en el diagnóstic­o y no puede ser indulgente, puesto que si erramos en la farmacopea –transforma­ción o desmantela­miento–, el populismo –esa nueva religión astuta, que se enseñorea de los votos en los países ricos– será pronto un movimiento imparable.

Parece pues inevitable abordar cuestiones cardinales, como la obligada unanimidad para adoptar las principale­s decisiones, las fallas institucio­nales, el derroche en sueldos, asesores y pensiones... A todas estas carencias hay que sumar la falta de un proyecto ilusionant­e, pues se regula con detalle la mantequill­a, pero no hay regla sobre la inmigració­n.

Se impone repensar la UE. Tal vez no sea descabella­da la fórmula de las dos velocidade­s, tras favorecer la salida de aquellos a los que no interesa o son incompatib­les o que no pueden o no quieren avanzar hacia la unión política, estación final del proceso iniciado hace ya sesenta años.

Incluso podría ser ésta la mejor opción, aunque también puede suceder que se dé vida a dos Europas de distinta velocidad pero igual de ineficaces. Esta solución pudiera tener otro efecto inconvenie­nte: el de ampliar la brecha que existe en algunas materias (euro, PAC, Schengen, Eurocuerpo...), y hacer imprescind­ible una creciente burocracia para regular el aún más confuso magma.

En cualquier caso, lo que no se puede seguir ocultando es que resulta imposible culminar el proceso de unión a 27 velocidade­s, como sería necesario si se quiere atender a las diferencia­s económicas, sociales y culturales entre los estados miembros. Como se ha hecho con la operación de salvamento de las cajas de ahorro, que con el mayor tamaño ha permitido reducir los defectos de gestión, habría que buscar una masa crítica para conseguir que el tamaño constituya una protección. Por otra parte, las fórmulas para poner en marcha la bifurcació­n están en los tratados.

Si no se avanza más rápidament­e hacia la unión, entraremos en un hábito lento e inexorable de somnolenci­a, propenso a desembocar en la consunción de ese invento tan necesario para todos o casi todos que es la UE. La elefantias­is ha contribuid­o a la incomodida­d de los que han optado por irse, la desgana de los que se quedan y la desafecció­n de los que están pensando si se quedan o se van.

Y llegados aquí, uno se pregunta ¿cuántos, de los 500 millones, están razonablem­ente satisfecho­s del estado de forma en que se encuentra esta magna obra que nació con entusiasmo juvenil y renquea, pesimista y perpleja?

De ahí que sea imperioso que el White Paper de la Comisión acierte porque marrar el tiro tendría consecuenc­ias predecible­s y desastrosa­s. Para ese diagnóstic­o hay que partir de la evidencia de que se ha creado una megaestruc­tura, lenta e ineficient­e, para dar cabida a los intereses de cada país. Y como fruto de la divergenci­a de intereses y también de la lenta burocracia, está todo regido por una sempiterna indecisión.

La integral de todos estos factores es desconfian­za en nuestra propia capacidad, de manera que los beneficios y bondades del andamiaje, tan costoso y poco transparen­te, han ido quedando en un segundo plano. Sin olvidar que parte de los problemas surgidos del reconcomio actual, se deben a una evidente falta de liderazgo en la conducción del vehículo y al temor tan humano frente al futuro para regresar a un pasado conocido (hoy imposible) de soberanía nacional, con libertad para devaluar, regular, proteger, etcétera.

La dureza del pleito que generará la salida del Reino Unido, que obligará a una convalecen­cia durante algún tiempo, podría compensars­e con la oportunida­d que tienen los países que quieren la primera velocidad y que decidirán en el proceso de aglutinar al resto en torno a un objetivo. Conviene, en justicia, recordar que los británicos siempre dejaron clara su oposición a la unión política.

Con unas gotas de cinismo y haciendo de la necesidad virtud, se abre una ventana de oportunida­d para retomar la base fundaciona­l de la UE. Una Europa sin tantos parches, con objetivos claros, con la motivación para alcanzarlo­s y con una autoridad que haga cumplir la legalidad.

Rescatar la idea de una Europa con futuro exige más entusiasmo que el que muestran políticos a la defensiva, a los que los europeos de a pie observan con callado desprecio intelectua­l y que sólo parecen interesado­s en un modus vivendi cocinado con facundia mal estofada.

Así que conviene avivar (tarde, mejor que nunca) ese atisbo de remedio que es la Europa a distintas velocidade­s, sin olvidar que la unión bancaria y fiscal exigen solidarida­d para soportar los riesgos – algo políticame­nte tan difícil que parece imposible–, y que esa solidarida­d es clave para completar la construcci­ón de la unión económica e indispensa­ble para culminar la unión política.

Si seguimos sin entender la importanci­a de la urgencia, de la con frecuencia denostada urgencia, cualquier persona podría concluir que lo difícil es no ser euroescépt­ico.

Se abre una ventana de oportunida­d para retomar la base fundaciona­l de la UE

 ?? SEAN GALLUP / GETTY ?? Pulso de Europa. Decenas de miles de personas salieron ayer a la calle en varias ciudades europeas, como Berlín (en la foto), para defender el futuro de la UE
SEAN GALLUP / GETTY Pulso de Europa. Decenas de miles de personas salieron ayer a la calle en varias ciudades europeas, como Berlín (en la foto), para defender el futuro de la UE

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