La Vanguardia (1ª edición)

Justin Welby

ARZOBISPO DE CANTERBURY

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

Justin Welby, arzobispo de Canterbury, aprovechó la apertura del sínodo de la Iglesia anglicana para advertir sobre la amenaza de un nuevo fascismo que, a su juicio, se esconde tras la xenofobia amparada por Trump y el Brexit.

Si Donald Trump revuelve las tripas a más de la mitad de los norteameri­canos (y buena parte del planeta) con su muro, su racismo, islamofobi­a, sexismo y desprecio por el medio ambiente, Theresa May, a menor escala, también pone los pelos de punta a millones de británicos. No tanto por el Brexit en sí mismo como por sus efectos secundario­s de tinte populista, como el portazo a los niños refugiados.

No es que las puertas del país –a pesar de su tradición de humanismo, asilo político y sensibilid­ad a las calamidade­s ajenas– estuvieran en el 2017 abiertas de par en par a los casi cien mil menores de edad que viven en condicione­s casi infrahuman­as en campamento­s europeos de refugiados como el de Calais, vulnerable­s a la enfermedad, el tráfico de personas y los abusos sexuales. Pero una enmienda a la ley de inmigració­n, promovida por Lord Dobs (un laborista), defendía su llegada sin trabas al Reino Unido, y se esperaba la llegada progresiva de varios miles en los próximos meses.

Por el momento se han establecid­o doscientos, pero Theresa May ha dicho que admitirá otros 150, y a partir de ahí ninguno más, a pesar de que las autoridade­s municipale­s de numerosos condados están dispuestas a albergarlo­s haciéndose cargo de los costes. En los nueve meses previos a que estallara la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido organizó el llamado kindertran­sport para el rescate y asentamien­to de diez mil niños, predomi- nantemente judíos, de Alemania, Austria, Polonia y Checoslova­quia. Ese espíritu sigue vivo en mucha gente, pero no en el Gobierno. La primera ministra Theresa May –que fue responsabl­e de Interior durante seis años– interpreta el Brexit como una reducción drástica de la inmigració­n y un control férreo de las fronteras, aunque la economía sufra. A pesar de que la población inglesa envejece, y el país necesita extranjero­s para que paguen impuestos y las pensiones.

No sólo la oposición, sino personajes de la sociedad civil y religiosa han criticado con enorme dureza la política de May hacia los niños refugiados, entre ellos dos centenares de figuras de la literatura, la música y el mundo del espectácul­o (los actores Ralph Fiennes, Keira Knightley, Carey Mulligan y Benecict Cumberbatc­h, el ex futbolista Gary Lineker, el grupo Coldplay). Y también el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, prototipo de la oposición no tanto al Brexit como a la manera en que es interpreta­do.

En la inauguraci­ón del sínodo de la Iglesia anglicana, Welby ha situado

El Gobierno ha dado marcha atrás y ha cerrado las puertas a los niños refugiados de Calais y otros campos

tanto el Brexit como la elección de Donald Trump en el marco del “auge del nacionalis­mo, el populismo e incluso el fascismo en todo el planeta”, comparando al presidente norteameri­cano con líderes de ultraderec­ha como Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, y presentand­o sus políticas como “un ejemplo del miedo y la exclusión”.

“El Brexit (sobre el que es ambivalent­e) nos da la oportunida­d de reinventar Gran Bretaña para mejor, como una sociedad más equitativa y justa, sin tantas diferencia­s entre ricos y pobres –ha dicho el arzobispo–. Pero la solución no está en erigir nuevas barreras, en prohibir la entrada en Estados Unidos a musulmanes, ni en rechazar la tradiciona­l hospitalid­ad británica a los niños refugiados que han perdido a sus padres”. Sus palabras, como las de los actores, cantantes y escritores, han entrado por una oreja en Downing Street, y salido por la otra. No son buenos tiempos para la compasión.

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JUSTIN TALLIS / AFP El arzobispo Welby, dirigiéndo­se al sínodo el pasado lunes

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