Justin Welby
ARZOBISPO DE CANTERBURY
Justin Welby, arzobispo de Canterbury, aprovechó la apertura del sínodo de la Iglesia anglicana para advertir sobre la amenaza de un nuevo fascismo que, a su juicio, se esconde tras la xenofobia amparada por Trump y el Brexit.
Si Donald Trump revuelve las tripas a más de la mitad de los norteamericanos (y buena parte del planeta) con su muro, su racismo, islamofobia, sexismo y desprecio por el medio ambiente, Theresa May, a menor escala, también pone los pelos de punta a millones de británicos. No tanto por el Brexit en sí mismo como por sus efectos secundarios de tinte populista, como el portazo a los niños refugiados.
No es que las puertas del país –a pesar de su tradición de humanismo, asilo político y sensibilidad a las calamidades ajenas– estuvieran en el 2017 abiertas de par en par a los casi cien mil menores de edad que viven en condiciones casi infrahumanas en campamentos europeos de refugiados como el de Calais, vulnerables a la enfermedad, el tráfico de personas y los abusos sexuales. Pero una enmienda a la ley de inmigración, promovida por Lord Dobs (un laborista), defendía su llegada sin trabas al Reino Unido, y se esperaba la llegada progresiva de varios miles en los próximos meses.
Por el momento se han establecido doscientos, pero Theresa May ha dicho que admitirá otros 150, y a partir de ahí ninguno más, a pesar de que las autoridades municipales de numerosos condados están dispuestas a albergarlos haciéndose cargo de los costes. En los nueve meses previos a que estallara la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido organizó el llamado kindertransport para el rescate y asentamiento de diez mil niños, predomi- nantemente judíos, de Alemania, Austria, Polonia y Checoslovaquia. Ese espíritu sigue vivo en mucha gente, pero no en el Gobierno. La primera ministra Theresa May –que fue responsable de Interior durante seis años– interpreta el Brexit como una reducción drástica de la inmigración y un control férreo de las fronteras, aunque la economía sufra. A pesar de que la población inglesa envejece, y el país necesita extranjeros para que paguen impuestos y las pensiones.
No sólo la oposición, sino personajes de la sociedad civil y religiosa han criticado con enorme dureza la política de May hacia los niños refugiados, entre ellos dos centenares de figuras de la literatura, la música y el mundo del espectáculo (los actores Ralph Fiennes, Keira Knightley, Carey Mulligan y Benecict Cumberbatch, el ex futbolista Gary Lineker, el grupo Coldplay). Y también el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, prototipo de la oposición no tanto al Brexit como a la manera en que es interpretado.
En la inauguración del sínodo de la Iglesia anglicana, Welby ha situado
El Gobierno ha dado marcha atrás y ha cerrado las puertas a los niños refugiados de Calais y otros campos
tanto el Brexit como la elección de Donald Trump en el marco del “auge del nacionalismo, el populismo e incluso el fascismo en todo el planeta”, comparando al presidente norteamericano con líderes de ultraderecha como Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders, y presentando sus políticas como “un ejemplo del miedo y la exclusión”.
“El Brexit (sobre el que es ambivalente) nos da la oportunidad de reinventar Gran Bretaña para mejor, como una sociedad más equitativa y justa, sin tantas diferencias entre ricos y pobres –ha dicho el arzobispo–. Pero la solución no está en erigir nuevas barreras, en prohibir la entrada en Estados Unidos a musulmanes, ni en rechazar la tradicional hospitalidad británica a los niños refugiados que han perdido a sus padres”. Sus palabras, como las de los actores, cantantes y escritores, han entrado por una oreja en Downing Street, y salido por la otra. No son buenos tiempos para la compasión.