La Vanguardia (1ª edición)

La modelo ligada al fútbol y al yoga

vanesa lorenzo

- NÚRIA ESCUR

Se pide un té negro aromatizad­o, un Marco Polo de la casa Mariage Frères. Vanesa Lorenzo (Barcelona, 1977), esa modelo que entró a los once años en el mundo de la publicidad y el cine y a los dieciocho ya había dado el salto a la escena internacio­nal, es menuda y armónica. Y aunque reconoce que el éxito le llegó demasiado rápido, demasiado intenso para asimilar, aprendió pronto a manejarse entre culturas, idiomas y países distintos. Publica Yoga, un estilo de vida (Planeta), una ventana al universo donde aloja sus deseos esta muchacha de ojos celestes y aspecto de gato siamés que un día se enamoró de Carles Puyol, un futbolista que rompió todos sus esquemas.

¿Qué da el yoga que no tenga otra disciplina? De momento, no es competitiv­o como el fútbol...

¡En el yoga no existe la competició­n ni siquiera contigo misma! En su filosofía, si no fluyes, si te fuerzas física o emocionalm­ente, no avanzas.

¿Le ha servido para gestionar qué emociones? Usted que dice ser una duda constante...

Sí, lo soy. Me ha ayudado a aceptarme. Vivir en la duda me complicaba porque siempre que escogía algo me dolía la opción que desechaba. ¡El yoga me enseñó a parar! Yo no gestiono nada bien el tiempo, creo que puedo hacer mil cosas en 24 horas y en la esterilla me obligo a apartar mis quehaceres. Eso me ayuda luego a priorizar mejor.

¿En qué puede ayudar el yoga a una persona con una depresión o una adicción?

Como el yoga te obliga a “sentirte”, empiezas a descubrir lo que le sienta bien a tu cuerpo. Y apartas de ti cualquier cosa nociva, sea una sustancia o un pensamient­o negativo.

El mundo de la moda arrastra un catálogo de tentacione­s. ¿Alguna vez se ha visto metida en algún tipo de adicción?

Colocar la salud de tu cuerpo en la primera casilla te hace quererte mejor. Y si te quieres no quieres destruirte. Las dinámicas que destruyen mente y cuerpo con el yoga dejan de ir contigo.

¿Es cierto que practicó boxeo?

Sí, me gusta el esfuerzo físico y su coordinaci­ón, su baile.

¿Por qué dice que la disciplina es maravillos­a?

Cuando llegué a Nueva York solía utilizar el jet lag para levantarme supertempr­ano y hacer mi práctica de yoga antes de ir al estudio.

Una niña de cuatro años y otra de uno le habrán marcado límites.

Eso me costó, sí, porque mi vida nunca había sido rutinaria. Extrañamen­te, en mi vida anárquica había mucho orden. Yo no sufría la libertad, la disfrutaba. Sabía manejarme improvisan­do. Con las niñas eso se acabó, hay que prever.

La vimos practicand­o asanas con Carles Puyol. ¿Quién es más fuerte mentalment­e, él o usted?

¡Él, él! ¡Sin duda! De forma natural Carles ha desarrolla­do ese control mental en su carrera. Ellos tienen que gestionar cosas muy gordas como la presión de millones de personas que les están viendo. Deben aislarse de toda esa expectació­n para seguir con su trabajo. Pero él está hecho de una pasta especial, de honestidad aplastante, está en su naturaleza y eso le ayuda muchísimo.

También practicaba pilates.

Es muy elástico. Pero las fotos de las asanas las hicimos casi como una broma acrobática.

El yoga es austeridad. ¿Usted se acostumbra­ría a vivir con un tren de vida inferior al que ha podido disfrutar hasta ahora?

Es difícil cuando uno tiene la suerte de que la economía no es causa de angustia ni conflicto. Lo tengo muy presente y me siento privilegia­da. Yo vengo de una familia humilde –mi padre trabajaba en la hostelería y mi madre cuidaba de los tres hijos– y nadie me ha regalado nada.

Cuando los dos miembros de una pareja son famosos, ¿cómo librarse?

Es cierto que con Carles, que es mundialmen­te conocido, hay sitios donde no te puedes meter. Por ejemplo, algo tan sencillo como ¡pasear por la Boqueria! Pero la gente es muy respetuosa.

¿Cual es la peor situación que ha presenciad­o durante su carrera de modelo?

Lo más peligroso es creerte tu propio personaje porque es una profesión muy surrealist­a: esto no es un trabajo, es un regalo. Al final debes aprender que el examen físico diario al que te enfrentan es relativo.

¿Qué es lo que más le dolía?

Me decían que era bajita, mido 1,70, y siendo adolescent­e una piensa ¿por qué no habré crecido más? Estaría haciendo todas las pasarelas. ¡Que absurdo ¿no?!

¿No le parece más excesiva la lupa que se aplica sobre los futbolista­s? Lo que cobran, sus embates con hacienda, etcétera.

Les aplican una lupa muy estricta, sí. Pero es como si pusieran el foco sobre lo que ganan algunos actores... y nadie habla de eso.

Es catalana de padres andaluces. En casa, con su pareja, ¿hablan castellano y catalán?

Con Carles hablo castellano y él les habla en catalán a las niñas. Manuela y María son trilingües porque hablan inglés también.

¿Le resulta creíble una Catalunya independie­nte?

No pienso mucho en ello, sinceramen­te, prefiero poner mi energía en otros ámbitos. Pero en nuestro planeta parece que el respeto y la empatía hacia los otros son palabras abandonada­s... No hay que tener miedo a escuchar a la gente.

Verónica Blume también se dedica al yoga. ¿Es una salida para modelos cuando ya no se puede desfilar como una veinteañer­a?

¡No, no! En ambos casos el yoga nos ha acompañado desde hace mucho. Cuando creces respetas más tu cuerpo porque sabes que va a envejecer y lo valoras como nunca.

El pasado día 7 cumplió 40 años. ¿Hay crisis?

Ese cuatro, socialment­e, me llega como un peso que no me gusta, me chirría un poquito. Tiene que ver con la profesión, que es muy jodida en ese aspecto. Es más cruel para la mujer que para el hombre. Pero no quisiera tener la cabeza de mis veinte años ¡ni en sueños! Deberíamos gritar: “¡La belleza no es sinónimo de juventud, no lo es!”.

Usted se enamoró de un hombre que no era el prototipo, el canon establecid­o de belleza. ¿Que encontró en él que no tenían esos modelos tan estandariz­ados con los que usted se cruzaba a diario?

Quizá porque estaba rodeada de esa gente guapa –y en la moda hay mucho fantasma, ya puede decirlo–, en Carles vi la belleza de lo auténtico, la verdad, que es la que me interesa. La real. No tiene doblez. Y sus manos... tiene unas manos maravillos­as, preciosas, me impactaron.

¿Quién es más celoso?

¡Él nada, cero! Él es “el hombre tranquilo”. Yo soy algo celosa pero por tonterías. No nos hemos casado –aunque una boda es una fiesta hermosa– pero llevamos cuatro años juntos y era lo que necesitába­mos.

¿El yoga incide en el sexo?

El yoga ayuda a mejorar la vida sexual, sin duda, absolutame­nte. A las mujeres nos enseña a activar la musculatur­a interna y eso nos ayuda a obtener mayor placer sexual. Luego está la mente. En una práctica sexual tu cabeza puede estar ahí o en otro lado –más nosotras, que no precisamos la evidencia de una erección– y el yoga ayuda a estar solamente ahí.

El yoga puede proporcion­ar estados de la mente muy especiales ¿Practica la meditación?

Me metí en ella poco a poco. Pero sólo dos veces he llegado a ese estado mental tan especial... y recuerdo que arranqué a llorar. “¡Es esto!”, pensé. Paz, plenitud, mente clara.

Hay quien desde ahí descubre el budismo.

Empecé mis lecturas en ese aspecto y quizá el budismo sea la religión donde he encontrado mensajes más cercanos, acordes, a mi filosofía de vida. Para empezar, no juzgar.

¿Me puede explicar alguna de sus obsesiones gastronómi­cas?

En casa consumimos comida de producción orgánica y de temporada. Prohibimos los azúcares y no renunciamo­s a la proteína animal.

Usted pesa poquito.

Cincuenta quilos. He intentado aumentar de peso, me apetecía, pero no hay manera. Y eso que me tomo felizmente mi solomillo, el jabugo y chocolate negro... pero el yoga acaba con la ansiedad por la comida.

Quiso empezar con una colección de moda para hombre.

A mí me fascina el patronaje masculino y siempre he vestido mucho con ropa de hombre. Encuentro que un punto masculino en una mujer es algo sexi. Es elegante. Las francesas lo usan mucho, no les hace falta tirar de la sensualida­d femenina.

“En Carles vi la belleza de lo auténtico, la verdad. Un hombre sin doblez. Y sus manos... maravillos­as” “Un punto masculino en una mujer es sexi. Es elegante. Las francesas lo usan mucho”

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Vanesa Lorenzo, con un jersey de Isabel Marant, en el Café de Jaime Beriestain, un rincón de Barcelona que le transmite calidez y comodidad
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ANA JIMÉNEZ

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