Todo por la audiencia
Si se midieran las audiencias televisivas del discurso de Navidad del Rey como si fueran las de Gran Hermano se llegaría a la conclusión de que la sustitución de Mercedes Milá por Jorge Javier Vázquez no ha sido una buena idea. Pero no es el cambio de presentador la causa por la que el mensaje navideño de Felipe VI no alcanza la cuota de pantalla de los que en su día pronunció Juan Carlos I, sino la constatación de que es el único espacio televisivo que no ha cambiado de formato en los últimos 40 años. Tras un primer mensaje en un cuartito de espera de la Zarzuela, que a pesar de ser presentado como cuarto de estar no transmitió la calidez que se perseguía, el año pasado el Rey grabó su mensaje en el salón del Trono del Palacio Real, un magnífico escenario símbolo de la grandeza del Estado en el que la figura del Rey se perdía entre tanto ornato. Como se pudo comprobar el sábado pasado, este año el Rey volvió a los orígenes y el mensaje se grabó en el escenario en el que durante años lo hizo su padre: el despacho que el actual jefe de Estado heredó del anterior; mismo escenario, misma mesa, misma estantería, con la única variación de las fotos familiares que adornan los anaqueles. La innovación en el contenido del mensaje, que este año ha virado hacia temas sociales, no se corresponde con la forma en la que se hace llegar a los ciudadanos.
El Rey tiene un discurso moderno y su análisis de la revolución tecnológica así lo demuestra; el mensaje se centraba en dibujar el día a día de los españoles, repasando los problemas a los que se enfrenta la ciudadanía, incluida la lacra de la violencia de género, el acoso escolar y la desprotección de los ancianos, temas que pasaron desapercibidos para algunos políticos de formaciones radicales que criticaron la ausencia de esas cuestiones basándose en los titulares de prensa (que eran los que les afectaban directamente), sin tomarse la molestia de leer o escuchar el discurso entero. El mensaje del Rey se ha renovado en el fondo, pero no en la forma; es demasia- do largo para ser escuchado con atención en una noche en la que quien no está poniendo la mesa está acabando de guisar, cuidando de los niños o yendo a buscar en coche a los abuelos. Al final, solo los representantes políticos utilizan el discurso para hacer ruido y vender sus propias motos. El mensaje de Navidad del jefe del Estado pide algunos cambios para que, además de oírse, se escuche.
NADA DE BREXIT
Los mensajes que el resto de monarcas europeos hicieron públicos el pasado domingo con motivo de la Navidad tienen el mismo tono que el del rey Felipe. Destacan los problemas de la gente, la necesidad de trabajar para un futuro mejor y, en casi todos los casos, la solidaridad con las familias de las víctimas de los atentados terroristas que han tenido lugar este año. Política poca, solo llamamientos a la unidad, la moderación y el respeto a la convivencia. Mensajes intercambiables para monarcas constitucionales. Nada de política.
UN INVENTO DE LA BBC
El primer rey que pronunció un discurso navideño fue Jorge V de Inglaterra, abuelo de la reina Isabel, quien en 1932 inauguró el servicio imperial de la BBC, dirigido a los británicos que vivían lejos de las islas, con unas palabras de felicitación con motivo de las fiestas. A su hijo y sucesor, Eduardo VIII, no le dio tiempo a pronunciar el discurso navideño ya que asumió el trono el 20 de enero de 1936 y abdicó el 11 de diciembre de ese mismo año. Su hermano Jorge VI, que era tartamudo, hizo grandes esfuerzos para aliviar su trastorno ya que los discursos emitidos por la radio, y no solo el de Navidad, marcaron su reinado en la guerra y la posguerra.