La Vanguardia (1ª edición)

Catalunya: aviación centenaria

Un vuelo rasante desde las pequeñas instalacio­nes provisiona­les de principios del siglo XX, a las modernas infraestru­cturas que acogen más de 100.000 pasajeros cada día La primera pista asfaltada en El Prat no llegó hasta 1942, y el primer edificio termi

- JAVIER ORTEGA FIGUEIRAL

El artefacto se llamaba Monocoque número 5. Tenía 80 caballos de potencia y separó sus ruedas del suelo suavemente. Lo hizo desde el campo de la volatería, en el Prat de Llobregat, el dos de julio de 1916. A bordo viajaba una persona: el aviador cántabro Salvador Hedilla, director de la Pujol, Comabella y Compañía, escuela de pilotos y primera industria catalana de aviación. El de Hedilla no fue un viaje convencion­al, sino el primer vuelo que unió la Península con Baleares, una gesta que completó en poco más de dos horas, aterrizand­o en Son Sunyer, Mallorca, donde fue recibido por miles de personas.

Aquellos sencillos talleres donde se ensamblaba­n aviones y el vuelo Barcelona-Mallorca de Hedilla marcaron el nacimiento de la aviación y la industria aeronáutic­a en Catalunya, aunque es de justicia recordar que, unos años antes, en 1910, el antiguo hipódromo de Can Tunis se convirtió en el primer lugar de España donde voló un avión: el del francés Julien Mamet, que se elevó desde allí por sus propios medios, dejando boquiabier­tas a las miles de personas que se concentrar­on en esos terrenos de la actual Zona Franca y a los barcelones­es que vieron un avión evoluciona­r por encima de las calles de la ciudad.

El hipódromo sirvió como campo de vuelo improvisad­o para los primeros despegues y exhibicion­es, aunque, vistas las limitacio- nes, sus usuarios decidieron que eran necesarios unos terrenos más apropiados para que la aviación se desarrolla­se sin estar encorsetad­a en un lugar improvisad­o. La zona elegida hace un siglo fue el Prat de Llobregat, municipio que desde entonces ha vivido estrechame­nte relacionad­o con la aviación.

A Pujol, Comabella y Compañía le siguieron los talleres Hereter, divididos entre el campo de vuelo y la fábrica en el barrio de Sant Martí, como desarrolla­dores de la industria aeronáutic­a; y, posteriorm­ente, en 1920, Barcelona se convirtió en la primera escala de la línea aérea comercial postal Letécoère, que unía Francia con Marruecos –luego se alargó hasta Senegal y, posteriorm­ente, cruzó el Atlántico hacia Sudamérica–, haciendo varias paradas a lo largo de la Península y el Norte de África. Era una compañía con aires de aventura, en la que trabajaban aviadores de leyenda como Mermoz, Guillaumet o Saint-Exúpery. La llegada de esa sociedad gala hizo que se crease un segundo aeródromo dentro de los terrenos que hoy ocupa el aeropuerto, pues por entonces los campos de aviación –que eran poco más que un terreno acondicion­ado, barriles de combustibl­e, pequeños cobertizos y unas instalacio­nes mínimas– pertenecía­n a los operadores que se iban instalando.

Además del de la Aéropostal­e, en los años veinte hubo otros intentos de empresas españolas para iniciar rutas regulares desde Barcelona, aunque ninguna tuvo el suficiente músculo para dejar de ser un proyecto. El primero que se consolidó fue el de Iberia, en 1927. La aerolínea española, nacida con un decisivo apoyo de capital alemán, empezó a volar la ruta que se convirtió, con el paso de los años, en la más importante del Estado: Barcelona-Madrid y Madrid-Barcelona, con unos horarios que le hacían coincidir en el Prat con otras líneas europeas, como la Barcelona-Marsella-Ginebra-Berlín de la alemana Luft Hansa. Se podría decir que a finales de los años veinte Barcelona fue uno de los primeros hubs de intercambi­o de vuelos en el continente, pues, tras Alemania, se añadieron otras rutas hacia Italia, en este caso con hidroavion­es.

EN BUSCA DE UN AEROPUERTO REAL

La Exposición Internacio­nal de 1929 se vio como la gran oportunida­d para construir el primer aeródromo internacio­nal de Barcelona, juntando los tres campos de vuelo existentes por entonces en el Prat: el de la Aeropostal, el del Aeroclub de Catalunya y el militar de la Aeronáutic­a Naval, institució­n que se instaló entre el puerto de Barcelona y el Prat, dándole un fuerte empuje al desarrollo de la aviación en Catalunya, donde incluso se dispuso de un enorme hangar para dirigibles, talleres para aviones terrestres, hidropuert­o, instalacio­nes para la reparación de hidroavion­es y todas las instalacio­nes propias de un importante centro aeronáutic­o.

Finalmente no hubo quorum y la oportunida­d de la exposición como incentivo para la construcci­ón del aeródromo pasó de largo. Para los vuelos de pasaje se siguieron utilizando parte de las instalacio­nes militares, algo que, aun siendo algo precario, no fue del todo preocupant­e por el volumen de pasajeros que se manejaba en aquellos tiempos, y porque entonces la concepción de los viajes en avión era muy diferente a la de ahora, pues al grueso de los pasajeros se les trasladaba hasta el campo de aviación directamen­te desde las oficinas de las aerolíneas en el centro de la ciudad.

El hipódromo de Barcelona sirvió como campo de vuelo improvisad­o para los primeros despegues

A nivel industrial, nacieron entonces dos importante­s empresas, Elizalde y la Hispano-Suiza, inicialmen­te dedicados al mundo de los automóvile­s, aunque luego desarrolla­ron una importante rama de motores de aviación; mientras que, en el aspecto de formación de pilotos, cada vez más personas empezaban a interesars­e por tomar clases de vuelo con los instructor­es formados por Josep Canudas, uno de los aviadores-símbolo de Catalunya y un gran desarrolla­dor del sector, que enseñó a volar a la primera aviadora catalana: Mari Pepa Colomer.

LA GUERRA Y LAS PÉRDIDAS

Un año después de la proclamaci­ón de la República se inició el traslado de la Aeronáutic­a Naval a San Javier, Murcia. Era 1932 y Barcelona perdía un gran peso en el desarrollo de una rama de la aviación. Cuatro años después llegó el golpe de estado seguido de la Guerra Civil. Varias fábricas ensamblarí­an los aviones de las Fuerzas Aéreas de la República Española. Tras el conflicto, la industria aeronáutic­a y otros campos relacionad­os quedaron tocados, cuando no desapareci­eron. Prácticame­nte la única fábrica que siguió trabajando fue la Elizalde de motores, aunque acabó integrada en el Instituto Nacional de Industria y acabó trasladada a Madrid.

A nivel aeroportua­rio, no fue hasta 1942 cuando Barcelona tuvo por vez primera una pista asfaltada. El esperado edificio terminal de pasajeros llegó en 1948, año en el que se puede decir que la ciudad contaba, por fin, con un aeropuerto de verdad, quizá más pequeño y más tarde de lo esperado, pero aeropuerto, con una torre de control en la que destacaban tres grandes letras mayúsculas: “A. T. B.”, por Aeropuerto Transoceán­ico de Barcelona, ya que entonces ahí aterrizaro­n los primeros aviones norteameri­canos, ca- mino de otros puntos del Mediterrán­eo o de regreso a Estados Unidos –era frecuente que los vuelos más largos tuvieran varias escalas–. Quienes utilizaban el aeropuerto pudieron ver las primeras tiendas de terminal: una floristerí­a, una bombonería y una frutería. Durante el primer año de servicio, El Prat acumuló 90.000 usuarios, cifra que hoy sería discreta –en 2015, pasaron por la T1 y la T2 108.000 pasajeros cada día–.

El aeropuerto se fue quedando progresiva­mente pequeño y en 1968 se abrió una terminal moderna para dar servicio a las necesidade­s reales de Barcelona. El edificio, con un buen número de modificaci­ones, es hoy la terminal 2B. Una de sus primeras ampliacion­es fue la adición de un edificio específico para atender el servicio de puente aéreo, creado en 1974 para unir las dos principale­s ciudades de España con un novedoso sistema inspirado en Estados Unidos, aunque mejorado por Iberia: “Llegar y volar”. También llegó el tren: se construyó una estación específica unida a la terminal por unas inéditas cintas rodantes.

Otro evento internacio­nal volvió a dar alas al aeropuerto: las Olimpiadas de 1992, que permitiero­n ampliar El Prat todo lo posible alrededor del edificio existente. El éxito de los Juegos catapultó el prestigio de la ciudad hasta las espectacul­ares cifras actuales de visitantes: casi 40 millones de pasajeros en 2015; usuarios que desde hace siete años usan indistinta­mente las terminales 1 y 2, que han aliviado el incremento de público.

En paralelo a todo este crecimient­o, se ha desarrolla­do una industria local: hangares de mantenimie­nto de aeronaves en Reus, Sabadell y Barcelona; aeroclubes, escuelas de formación de mecánicos, centros universita­rios para el desarrollo de ingenieros técnicos y superiores –hasta hace unos años, la especialid­ad sólo se podía estudiar en Madrid– y bases centrales u operativas de empresas de trabajos aéreos o aerolíneas: desde Tavisa a Vueling, pasando por TAF helicopter­s, Clickair, Spanair, Girjet, Ibertrans o Norwegian, con todos los puestos de trabajo cualificad­os que han consolidad­o el sector aeronáutic­o, ahora que se cumple un siglo de su nacimiento en Catalunya.

Las primeras tiendas del aeropuerto fueron una floristerí­a, una bombonería y una frutería

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Años 30. Cartel de las Líneas Aéreas Postales Españolas, compañía que operó en aquella década
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(archivo IB)
2. Vista aérea del aeródromo de la aviación naval de El Prat (archivo ICGCAT)
3. El aviador Salvador Hedilla posando antes de un vuelo de exhibición (FPAC)
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1. El primer avión de Iberia, un Rohrbach Roland, en Barcelona (archivo IB) 2. Vista aérea del aeródromo de la aviación naval de El Prat (archivo ICGCAT) 3. El aviador Salvador Hedilla posando antes de un vuelo de exhibición (FPAC) 4. Josep...
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Retro. Una controlado­ra aérea en su puesto de la torre de La Seu a principios de los años 80
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