Francisco alerta a los cardenales sobre “el virus de la enemistad”
El Papa rechaza las críticas vertidas por cuatro purpurados conservadores
La creación de nuevos cardenales supone siempre un día de fiesta en el Vaticano. Esta vez, sin embargo, se vio precedida por un intercambio de opiniones un poco agrio entre Francisco y cuatro purpurados conservadores que puso en evidencia las tensiones que ciertas reformas del pontífice argentino están provocando en la Iglesia católica.
En una ceremonia en la basílica de San Pedro, recibieron el birrete 16 nuevos cardenales de los cinco continentes, entre ellos el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro. Otro purpurado, el número 17, de Lesotho, no pudo acudir a Roma por problemas de salud.
Durante la homilía, el Papa habló de la polarización y la exclusión que caracterizan a algunas sociedades, y de la necesidad de no ver como enemigos a los inmigrantes, a los refugiados o simplemente a quienes piensan diferente. Según Francisco, “el virus de la polarización y la enemistad” también está presente en la Iglesia y “se nos cuela en nuestras formas de pensar, de sentir y de actuar”. “No somos inmunes a esto y tenemos que velar para que esta actitud no cope nuestro corazón, porque iría contra la riqueza y la universalidad de la Iglesia”, prosiguió el Papa. “Venimos de tierras lejanas, tenemos diferentes costumbres, color de piel, idiomas y condición social –agregó–. Pensamos distinto e incluso celebramos la fe con ritos diversos. Y nada de esto nos hace enemigos, al contrario, es una de nuestras mayores riquezas”.
Esa llamada a la concordia interna se visualizó en otro gesto posterior a la ceremonia. Los nuevos cardenales, acompañados por el Papa, subieron a dos minibuses y fueron a visitar al Papa emérito, Benedicto XVI, en el antiguo convento en que reside, en la colina del Vaticano. Fue una buena manera de proyectar unidad. A veces los sectores más conservadores y críticos con Francisco reivindican la figura de Joseph Ratzinger en contraposición con la de Jorge Mario Bergoglio.
Hace pocos días se conoció que cuatro cardenales –los alemanes Walter Brandmüller y Joachim Meisner, el estadounidense Raymond Burke y el italiano Carlo Caffarra– enviaron en septiembre una dura carta al Papa expresándole su preocupación por las nuevas normas que permiten, en casos determinados, que los divorciados vueltos a casar puedan comulgar. Estos purpurados, conservadores y ahora sin cargos influyentes, pedían a Francisco que les aclarara dudas sobre la consideración del adulterio, sobre si había dejado de ser un pecado grave. El tono era extremadamente crítico, aunque respetuoso. Dos meses después, ante la ausencia de respuesta por parte del Pontífice, decidieron hacer pública la misiva, conscientes de la sacudida que causaría en el universo católico.
En una entrevista, el pasado viernes, con el diario de los obispos italianos, Avvenire. el Papa aludió a la carta y dijo que “algunos siguen sin comprender, o blanco o negro, y en el flujo de la vida se debe discernir”. Francisco justificó los cambios por el espíritu del Concilio Vaticano II, cuyo mandato de reformas, según él, se ha desarrollado sólo “a la mitad”. Respecto a la crítica de quienes le reprochan un excesivo acercamiento a los luteranos e incluso un intento de “protestantizar” la Iglesia católica, el Papa fue todavía más tajante en su respuesta. “No me quita el sueño”, dijo.