“Escribir es un acto de vanidad tremendo”
Carlos Ruiz Zafón, novelista, publica ‘El laberinto de los espíritus’
El mayor lanzamiento editorial de lo que llevamos de década, El laberinto de los espíritus, la novela con que Carlos Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) cierra su tetralogía del Cementerio de los Libros Olvidados, se puso ayer a la venta en toda España, en su versión original en castellano y en su traducción al catalán. Es la primera etapa de un recorrido que la llevará a más de 50 países, empezando con una tirada de 700.000 ejemplares. El autor presentó ayer por la mañana la novela en el templo expiatorio del Tibidabo y atendió por la tarde a este diario en una mesa del restaurante La Venta, uno de los escenarios del libro.
Más de cien periodistas, próxima gira mundial... ¿Quién se lo hubiera dicho en el 2001, cuando publicó La sombra del viento?
De hecho, la primera vez que aparecí en televisión fue siendo un teenager, en un magazine en directo que se grababa en los platós de TVE en Miramar. Yo tocaba el piano, me invitaron porque era amigo de un guionista, toqué El blues del tecnopapa, una parida que me había inventado. En el programa, que dirigía Josep Montanyès –después director del Teatre Lliure– entrevistaban a Jordi Pujol. Me pagaron unos dineritos, unos cuantos billetes en efectivo, en el momento. Durante unas semanas, la gente me reconocía por la calle, en el autobús: ‘¿Tú no eres el del blues del tecnopapa?’. ‘El mismo’, respondía yo ufanamente, creyéndome que había llegado por fin a la fama.
Punto final a la tetralogía... ¿Sabía, cuando empezó a escribir cómo iba a desarrollarse toda la trama?
Sabía que iba a ser complicado. Es como un viaje, que tiene un inicio, un fin y muchas paradas. Tienes un plan, una estrategia pero, a lo largo de los quince años que ha durado, he ido cambiando como persona. En alguna de las paradas he descubierto cosas que no sabía que estaban y he decidido dar rodeos. Sabía que debía ser flexible, no tenía sentido simplemente ejecutar un plan. Es como la guerra: lo tienes todo medido, pero, en el campo de batalla, el enemigo, en lugar de venir de cara, te viene por detrás. La estrategia previa es necesaria, aunque sea para modificarla.
Hay un personaje que se come a todos los demás, la protagonista, Alicia Gris, que sufre serios dolores físicos, pero que tiene también dolores del alma.
Es un personaje roto, un ángel caído de las sombras de la Guerra Civil, recoge la amargura del momento. Tiene una gran fuerza, es el agente desencadenante de la resolución de todos los misterios y que hará que todas las tramas se cierren. Es mi personaje favorito, el más próximo a mí, y lo he reservado para el final. Junto a Julián Carax y Fermín Romero de Torres, es el que más me retrata.
A pesar de esos cabos sueltos, esta cuarta novela se puede leer suelta como una novela de intriga, no hace falta saber de
dónde vienen los secundarios.
Nunca me planteé una saga secuencial, sino con diferentes puertas de entrada a un mismo laberinto. Depende de por dónde se empiece, por cuál de las cuatro puertas se entre, tenemos experiencias distintas. Sí quise fundir todos los géneros literarios pero que en cada historia mandara uno de ellos: en La
sombra del viento tienen más peso los elementos de una novela de aprendizaje, El juego del ángel es una novela gótica, El prisionero del
cielo es una novela de aventuras y esta es una novela de intriga, de misterio.
Además de los lugares reales de Barcelona, hay dos espacios imaginarios muy potentes...
La morgue del Raval, la más siniestra del mundo. Y el Museo de las Lágrimas, gran depósito policial donde se almacenan los artilugios relacionados con la historia del crimen en Barcelona, en un gran hangar en el parque de la Ciudadela. Son escenarios metafóricos, parecidos al Cementerio de los Libros Olvidados.
Este libro es más thriller que los demás, y en consonancia hay escenas puntuales que rozan el gore: torturas, manos que salen volando...
Esas escenas son difíciles de resolver técnicamente, todo lo que es apartarse de las aguas calmas en que no acaba de pasar nada, todo lo que sea arrastrar al lector a extremos requiere más trabajo. Junto a la violencia y al terror, hay mucho humor, y amor, que sirven de contrapeso.
Uno de los villanos es el ministro de Educación...
El de Educación Nacional, que sería equivalente al ministro de Cultura actual. Mauricio Valls, a quien ya conocíamos de El prisionero del
cielo, quiere ascender socialmente y es capaz para ello de apuñalar a quien sea. Me permite explorar un momento histórico y una serie de personajes turbios que aparecen cuando las reglas del juego se rompen. En una guerra civil, estas personas pueden llegar a ser quien son, a desplegar su crueldad, no se tienen que reprimir ni limitar.
La novela sucede en parte en Madrid.
En los años 50, para penetrar en las tinieblas del régimen, tenemos que ir a Madrid. Aquí amplío mi Barcelona gótica pero añado un Madrid imperial y también gótico que es un personaje en sí mismo: las catacumbas de la Biblioteca Nacional, el hotel Palace, la Gran Vía...
Esos diálogos que a veces parecen justas de ingenio entre los personajes... ¿le divierten especialmente?
Intento. Es una de las partes más difíciles. La negrura inherente a la trama se contrapesa con el tono de comedia y agilidad que le dan bastantes de los diálogos.
¿Desliza sus ideas a través de algunos personajes especialmente
sentenciosos o filosóficos?
Lo que me gusta es plantear preguntas. Me interesa por qué pensamos lo que pensamos y cómo lo justificamos desde prismas ideológicos. Lo interesante es lo que piensa el lector. E invitarle a que encuentre dentro de sí mismo cosas que no sospechaba.
¿Le duelen especialmente las críticas negativas?
He tenido la suerte de que prácticamente todas las críticas son muy generosas y benevolentes, a nivel mundial. Siempre hay personas que deciden que no les gusto yo, ni mis libros, y que me quieren tirar un tomate. Eso forma parte de las reglas del juego y hay que darle la dimensión que tiene. Uno desea que los demás disfruten con lo que hace, pero a veces hay gente que no lo hace. Si me quieren tirar un tomate y me da entre los ojos, oiga, tienen todo el derecho del mundo a tirármelo y me aguanto. Si no, no saltes al ruedo. Le diré que también son peligrosas las buenas críticas por- que uno debe ser el juez de su propio trabajo. Uno sabe si ha llegado o no a lo que quería, y no debe creerse las flores ni los palos que le echen.
¿No cae uno en la vanidad cuando le elogia Stephen King?
La vanidad y la envidia son los pecados de los escritores, que son criaturas frágiles, a menudo vanidosas y resentidas. Nos preguntamos: ¿por qué no nos adora el mundo? Uno entrega su vida a esto y quiere ser correspondido. Escribir supone creer que los demás te tienen que dedicar tiempo, es un acto de vanidad tremendo, pero te lo tienes que creer porque, si no, no harías nada.
¿En qué ha fracasado Zafón?
“Si las reglas se rompen, en una guerra, hay personas que sacan su crueldad sin limitarse” “Son buenas, pero si me quieren tirar un tomate y me da entre los ojos, tienen todo el derecho” “Como guionista, sentí una profunda sensación de fracaso y traición a mí mismo”
Mi primera novela, juvenil, funcionó bien, pensé que podría vivir haciendo eso, y empecé también a escribir guiones de cine, hubo una época en que no me atrevía a salir del género juvenil, era consciente de lo difícil que es sobrevivir en la literatura, estás como haciendo equilibrios en esas cuerdas de Fumanchú que se precipitan en el abismo. Como guionista sentía que lo que hacía no tenía ningún sentido, era horrible, había perdido la ilusión en mi trabajo, no era aquello lo que yo quería escribir, sentía una profunda sensación de fracaso y de traición a mí mismo. Cuanto más me decían que lo que hacía estaba muy bien más terrible lo encontraba yo, estaba tirando mi vida por la borda ‘¡No has tenido el coraje de intentarlo’, me decía. Y, en un momento de desesperación, me lancé a hacer aquello que yo creía que tenía que hacer. Que fue La sombra
del viento. Me libré por los pelos de las malas decisiones que había tomado. ¿Fracaso? Sí, siempre pienso que tendría que hacer cosas mejores, esforzarme más, trabajar más... pero llega un momento en que dices: yo llego hasta esto y hago lo que hago. Tengo una gran sensación de paz al acabar la tetralogía, porque es lo mejor que yo la sé hacer, es justo lo que había soñado, podría ser mejor pero yo ya no sé más.
¿Peligró la tetralogía en algún momento?
No. Hay momentos en que te tiras de los pelos, no consigues hacer lo que querías y te gritas: ‘¡Necesito un trasplante de cerebro!’... pero llega un día en que lo acabas. Esta es una profesión que invita a la duda, porque es una lucha contra tus propias limitaciones.
Usted no responde al perfil de escritor comprometido, pero no ha podido evitar criticar a Trump.
Soy escéptico, veo el juego político como una lucha de poder por controlar los recursos públicos, que luego vestimos de la manera en que la vestimos. No soy amigo de proclamas ni de moralizar porque no es mi lugar. Sin embargo, Trump es presidente de los Estados Unidos de América, no de su escalera de vecinos. Lo que empezó como un chiste ha acabado teniendo muy poca gracia. Estoy muy preocupado y todos tenemos motivos para estarlo.