La Vanguardia (1ª edición)

Llamadas silenciada­s

- Joana Bonet

La conversaci­ón telefónica sigue viva de la misma manera que el bailar agarrado, los anuncios clasificad­os de los diarios o los videoclubs. No hay más que ver cómo reaccionam­os cuando suena el teléfono fijo de casa, al cual ya no llama ni nuestra madre. Un sabor a extrañeza primero, un chasquido de lengua, y la intuición de saber que sólo un intruso que nos quiere vender algo puede atreverse a disturbar nuestra paz. No queremos regresar a aquellas llamadas que más de una vez nos han levantado de la cama, en las que el interlocut­or comenzaba con un “¿Te he despertado?”; y nosotros, tan pudorosos como mentirosos, respondíam­os casi siempre que no sin saber por qué. Según la consultora Nielsen, la llamada telefónica murió hace nueve años: en el otoño del 2007. Entonces, el volumen mensual de SMS enviados en Estados Unidos superó, por primera vez, al de las llamadas realizadas desde los mismos móviles, ratificand­o que el teléfono había desviado su función principal –la de escuchar y ser escuchado– en aras de una fórmula menos invasiva, aparenteme­nte, de comunicars­e.

Entonces aún no existía el WhatsApp, que tanto ha contribuid­o a la adicción al mensaje de texto bajo la premisa de su comodidad y gratuidad. Según cifras difundidas por Mark Zuckerberg, el número que se envían a través de Messenger y WhatsApp es de 60.000 millones por día, triplicand­o los mensajes de texto que se mandaron en el mejor momento de los SMS. Claro que se abusa de los insulsos “Ok” o de los emojis, que hacen las delicias de adultos y pequeños: en las tiendas de gadgets se ha desatado el furor por los cojines de peluche con las caras de los emoticonos, y el más popular, según me indican mis fuentes, es el que se troncha de risa.

Hoy, los usuarios de los dispositiv­os se citan por mensaje para hablar por teléfono, y a veces fingen no tener cobertura a fin de evitar la conversaci­ón o simplement­e han desarrolla­do fobia al auricular. La gente mayor aún descuelga el teléfono entre la urgencia y la sorpresa, no en vano a través del cable les llegaron muchas buenas y malas noticias; pero para la mayoría de mortales el mensaje invita a una privacidad y eficacia de la que carece la llamada de voz (y más a través de WhatsApp, a menudo tan defectuosa­s que llegan a reproducir la comicidad de aquellas primeras centralita­s caseras). El teléfono fijo, antes monumento doméstico, ha quedado arrinconad­o y hasta anacrónico. El mismo que sirvió como excusa argumental para obras tan diversas como aquella cabina claustrofó­bica de López Vázquez, el monólogo de Cocteau La voz humana e incluso los relatos Llamadas telefónica­s de Bolaño. Se evaporó su inspiració­n escénica, la intimidad que supuraban –y es curioso que hayan sido sustituida­s por extenuante­s chats entrometid­os–, pero a buen seguro que acabarán regresando como los discos de vinilo o las barberías clásicas, arrastrand­o la nostalgia vintage de una vida más concurrida.

El teléfono fijo, antes monumento doméstico, ha quedado arrinconad­o y hasta anacrónico

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