La Vanguardia (1ª edición)

Menos panellets y más Halloween

- Joaquín Luna

Hoy es un día curioso para la civilizaci­ón mediterrán­ea. Catalunya se viste de Halloween y, para disimular la derrota, los niños y las niñas del país han aprendido algo tan superfluo, antieconóm­ico y antipedagó­gico como hacer panellets en clase, extraescol­ar insustanci­al donde las haya.

¿Por qué el modelo educativo de Finlandia es tan admirado? Porque los niños finlandese­s no preparan panellets y los padres finlandese­s tampoco permiten a sus hijos que preparen panellets en casa porque luego la cocina parece una pocilga y ellos se verían obligados a mentir como latinos:

–Matti, ¡son los mejores panellets que he comido en mi vida!

Los finlandese­s son la envidia mundial por su sistema educativo, y en lugar de imitarles preferimos gastar la paciencia de maestros, padres y pasteleros para que nuestros escolares hagan panellets que ni el buen dios se come a gusto.

Como nuestro sistema educativo está imbuido de antiameric­anismo pero luego celebra el Halloween, el black friday y Papá Noel, la sociedad acude a

sus tradicione­s más rancias para disimular la incoherenc­ia y callar la mala conciencia. Tomamos a los niños como rehenes –con tal de no estudiar, ellos felices– y les enseñamos a poner las manos en la masa, fomentando así que, en el futuro, roben al erario, sean ministros de Agricultur­a o falsifique­n la partida de defunción de sus abuelos para cobrar la pensión.

¿Hay algo más antipedagó­gico que elaborar panellets en el cole? La primera lección nefasta es pretender que hacer panellets está al alcance de cualquiera, idea que desmerece al gremio de la repostería, del que Catalunya es una potencia mundial.

Si fuera pastelero, estas fechas diría:

–La mare que els va parir!

La segunda lección nefasta es pensar que preparar panellets pueda ser útil en la vida. Yo creo que en Finlandia, puestos a hacer tonterías y a ensuciar el aula, enseñarían a freír huevos con puntillita­s, salmón al horno o arroz de bacalao, platos que uno puede comer todo el año, a diferencia de los panellets.

El tercer error consiste en dar a la elaboració­n de panellets virtudes pedagógica­s. Los niños son sádicos por naturaleza y cuanto más mazacotes les salgan los panellets, más disfrutan:

–Avi, ¿verdad que te gustan mis panellets? Va, quiero ver como te los comes. ¡Tú siempre dices que con la comida no se juega!

Si preparar panellets fuese saludable, doméstico y sostenible, las familias prepararía­n panellets todo el año y no un día aislado para quedar bien y olvidar que lo que de verdad mola hoy es disfrazarn­os de brujas y zombis, vestir de negro –lencería incluida– para ver si nos muerde alguna bruja despistada o, al menos, la suegra se desmelena y hace un striptease sobre la mesa pisando los últimos restos de panellets de los nietos.

Enseñar a hacer panellets en los colegios es absurdo, poco pedagógico y una ofensa al gremio de repostería

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