Símbolo femenino y feminista, pero sobre todo creadora
Hace sólo dos años de su última actuación barcelonesa, pero parece que ha pasado casi un eternidad en la vida de la cantante, compositora, modelo y líder de opinión/tendencia Beyoncé. Su mayor virtud, hoy por hoy, es que detrás de la aparatosidad del espectáculo hay música, que pudiendo desenvolverse en la zona de confort del negocio opta por una curiosidad e inquietud comprobables, y que su inconformismo personal crítico podría pasar por creíble.
Considerarla la reina del pop por los guarismos que la arropan es sólo una manera de ver el asunto: una veintena de Grammys certifican su privilegiado posicionamiento en la alta industria, y los 600 millones de discos vendidos lo certifican entre las preferencias populares. Con todo , los guarismos más significativos son los que acompañaron al lanzamiento de su nuevo álbum, un Lemonade que explica formalmente la presente gira planetaria: ya fuera porque lo publicó de forma inesperada a finales de pasado mes de abril –una manera sorpresiva que ya había experimentado de manera rentable con su anterior Beyoncé –o sobre todo porque no era asequible en Spotify, lo cierto es que se encaramó a lo más alto del hit parade estadounidense y de medio planeta, además de superar ya los dos millones de ejemplares vendidos.
Eso no hubiera extrañado en ella, pero sí tratándose de una obra que muchos no dudaron audazmente en calificar de conceptual, alejándose de los
La cantante propone en su repertorio actual una adictiva mezcla de pop, rock, funk, hip hop y bases electrónicas
cánones sonoros de la música de baile y del pop de consumo que enmarcaron sus primeras obras en solitario. Lemonade, siguiendo la senda del ya citado Beyoncé e incluso del antepenúltimo 4, es un completísimo álbum de r&b del presente, donde cohabitan en acogedor parnaso funk, hip-hop, pop, rock o bases electrónicas.
Aunque no son pocos/as los que añoran el imbatible gancho de cuando formaba parte de las Destiny’s Child o de los bombazos de sus comienzos en solitario sintetizados en el glorioso Crazy in love, la Beyoncé de los tiempos contemporáneos ofrece una paleta de sonoridades y argumentos temáticos y vocales realmente deslumbrante. Y Lemonade, aunque carezca de aquellos exitazos de antaño, es su obra más redonda musicalmente pese a ser quizás la más esquinada para su aficionado mainstream. Ojo: la presencia de luminarias de la escena indie como Kendrick Lamar, James Blake, Jack White, Diplo, Ezra Koenig (de los Vampire Weekend) o los Yeah Yeah Yeahs, no garantizaba nada. Pero sí nombres desconocidos para el aficionado generalista, como Boots, que dotaron a todo el álbum de un sonido general inconfundible, con el que hay que identificar a la Beyoncé de los últimos años.
Todo lo demás, su papel como símbolo femenino y feminista –e hipermillonaria– en el mundo de la música y en la vida es magnífico de puertas afuera, y puede ser inspirador para no pocas semejantes. Y que sea creíble y/o verdadero todo lo que se ha construido en torno a esa condición –escándalos incluidos–, no deja de ser aquí y ahora algo secundario: la música manda.