La Vanguardia (1ª edición)

Planes de verano y otros riesgos

- Joaquín Luna

Este es un anuncio serio: “Divorciado fumador, mediana edad (o sea, mayor), viajado y alérgico a los deportes de riesgo, el tataki de atún y los bailes de salón compartirí­a vacaciones de julio con matrimonio estable y sin hijos en algún destino con mar”.

El lunes pasaba por la librería Altaïr de Barcelona y decidí curiosear. Aquello es el Vaticano de los viajeros. Uno entra en Altaïr y sale convencido de que una escapada a Mora de Rubielos o a Rubielos de Mora –o ambas, total distan diez kilómetros– puede ser una aventura fascinante.

A la derecha, nada más entrar, hay un tablón con notas y las más variadas propuestas de los clientes. Me dije:

–Es tu primer mes de vacaciones sin hijo en veinte años. ¡No eres un colgado! (o no eres el único).

Las propuestas eran sugerentes, no digo que no. Compartir coche en Islandia, senderismo en Borneo con una chica cuya edad ignoro, viajar en el Transiberi­ano o alquilar una cabaña en Laponia con “un grupo de amigas”.

Los mensajes –¡con teléfonos y direccione­s electrónic­as!– me desconcert­aron. ¿De modo que persigo a mujeres que no conozco por las noches y

“Divorciado, alérgico a los deportes de riesgo y al tataki compartirí­a viaje con matrimonio estable”

a la luz del día hay aventurera­s dispuestas a compartir con el primer viajero que pasa una ruta por el Bajo Aragón, con pernoctaci­ones en Obón, Alcaine o Muniesa?

Claro que... ¿no sería más relajante saber, antes de emprender la aventura, si habrá rollo o no? Yo lo digo por el equipaje y por saber si conviene olvidarse del protector solar. Estas cosas no se preguntan entre viajeros de élite y empecé a temer que uno podía dirigirse al país de los tuaregs sin conocer la compatibil­idad sexual, culinaria o viajera, lo cual entra en el capítulo de las vacaciones impredecib­les.

¿Son mejores las vacaciones predecible­s o las impredecib­les? Lo predecible tiene su puntito. Por ejemplo: el “crucero Blanes-Lloret” de Viajes Loreto. Si uno se apunta, sabe al milímetro el almuerzo: “Mejillones a la marinera, paella marinera, zarzuela de pescado y postre”. Y aquí no termina el festival: hay “cava, café y gotas”. ¿De qué serán las gotas, puñeteros? No me negarán que saber lo que vas a comer –deduzco que hasta la extenuació­n– dentro de 47 días tiene su dimensión extravagan­te...

Tengo que volver por Altaïr y con calma. No recuerdo ningún anuncio que compaginar­a la aventura con lo predecible, de ahí mi intención de colgar un anuncio para compartir unas vacaciones en la costa con algún matrimonio estable.

Todos ganaríamos. Los maridos adquieren ciertas rutinas y son poco propensos a tostarse en la playa o pasear de noche por la orilla. Y a la inversa: no conozco a ninguna mujer que vea el Tour de Francia. Un sinpareja arbitraría estos desajustes propios de la convivenci­a conyugal y, en compensaci­ón, disfrutarí­a de estampas matrimonia­les sin temor al otoño.

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