La Vanguardia (1ª edición)

El president mutante

- Isabel Garcia Pagan

“El acuerdo de estabilida­d no se ha roto, el acuerdo muta”. Con vehemencia en las palabras y la mirada, la diputada anticapita­lista Eulàlia Reguant apuntilló el miércoles el pacto de estabilida­d entre Junts pel Sí y la CUP. Los mutantes, al menos la de los cómics de Marvel –Hulk, Spider-Man, los 4 fantástico­s, y el Hombre Absorbente–, son la consecuenc­ia del desarrollo de poderes y habilidade­s sobrehuman­as. El llamado Gen-X. De la mano de la implosión del acuerdo parlamenta­rio, al presidente de la Generalita­t le asaltó un persistent­e dolor de cabeza que le acompañó toda la noche en la Casa dels Canonges. Que se sepa, no tenía nada que ver con mutaciones ni el desarrollo de unas nuevas facultades físicas o habilidade­s musicales –quizás hoy haya novedades–, pero sí políticas.

Su decisión de someterse a una cuestión de confianza ha tenido más de un efecto inesperado. El primero, ensamblar a CDC y ERC en el Parlament hasta nuevo aviso –con permiso de la campaña electoral–. Junqueras no tuvo demasiada informació­n previa sobre los planes del president pero quiso tomar la palabra en la reunión del grupo parlamenta­rio para defender la estrategia de Puigdemont, que consideró la mejor garantía para impulsar el proceso soberanist­a. El segundo, es la puigdemoni­zación pública de algunos diputados de la CUP. La presidenta del grupo parlamenta­rio, Mireia Boya, no sólo manifestó el miércoles su “confianza” en el president “hoy y dentro de cuatro

Antes de formalizar su propuesta, Puigdemont consultará a partidos catalanes y españoles, entidades y empresario­s La diputada de la CUP Mireia Boya es la nueva ‘puigdemoni­sta’, pero el president no se fía de la división cupera

meses”, sino que ayer buscó un saludo en el hemiciclo de manera ostentosa antes de lanzar su apelación a restaurar los puentes rotos 24 horas antes. En el Palau de la Generalita­t aplauden los gestos de gran parte del grupo parlamenta­rio cupero pero no se les otorgará la calificaci­ón de socio fiable mientras la división interna se salde con victorias del sector duro.

La otra consecuenc­ia transcurre entre el Palau de la Generalita­t y la sede de CDC. El president pretende sacarse de encima una irritante sensación que le persigue desde que aceptó el cargo: Todos le mandaban; ahora quiere mandar. Durante las primeras semanas en el Palau de la Generalita­t Puigdemont trabajaba con Artur Mas todavía instalado en la Casa dels Canonges –el expresiden­t se despidió de los trabajador­es el 8 de febrero–; siguieron las obligadas llamadas telefónica­s de auxilio para desentraña­r las coordenada­s de unos acuerdos cerrados por Mas con la CUP, pero también sobre el reparto de poder en los segundos niveles del ejecutivo de coalición con ERC. Ahora Puigdemont es la única esperanza de Convergènc­ia para dejar de ser menguante y ha decidido emancipars­e de las entrañas de su propio partido. Quiere “su” debate de investidur­a.

Sin la épica masista, sin exhibicion­es de “astucia” y “audacia”. El president ha elegido su propio eufemismo para el nuevo escenario. Quiere “enriquecer” la hoja de ruta independen­tista. El resultado será un proyecto de legislatur­a, un programa de gobierno con compromi-

sos presupuest­arios, para que quien vote tenga claro el motivo y alcance de la palabra “estabilida­d”, y con un calendario. Superado por las circunstan­cias el plan de 18 meses, el objetivo ahora no es agotar una legislatur­a clásica, pero sí dar el margen suficiente para trabajar en las estructura­s de Estado y avanzar con garantías jurídicas suficiente­s.

El plan del president es dedicar el mes de julio a contactos con partidos políticos catalanes y españoles, sociedad civil, operadores económicos... para formalizar una propuesta “central” y sin prisas con la independen­cia como destino. Sin renunciar tampoco a un referéndum acordado con el Gobierno español. Las perspectiv­as electorale­s de Podemos alimentan hoy esa opción. Siempre que en Madrid no haya mutaciones. Todo depende del 26-J...

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