La Vanguardia (1ª edición)

Madre verdugo

- JORDI JOAN BAÑOS Nueva Delhi. Correspons­al

Una mujer pakistaní prendió fuego a su propia hija en Lahore el pasado miércoles por haberse casado con un chico de su elección, de otra etnia. La madre, tras cometer el crimen en el patio de casa, salió a la calle dándose golpes en el pecho y gritando: “¡Mirad, he matado a mi hija por deshonrar a la familia!”. La víctima, Zinat Rafiq, tenía 16 años.

La policía ha detenido a la madre –responsabl­e confesa– y también a su cuñado, como colaborado­r, mientras que su hermano está en busca y captura. Todos ellos son punyabis y residen en un barrio humilde del sur de la capital del Punyab. La asesina, que es viuda y responde al nombre de Parvin, había jurado que no dejaría que su hija se casara con un pastún, según una de sus hermanas, tía de la víctima.

Una semana atrás, Zinat, que tenía la edad mínima para casarse en Pakistán, había contraído matrimonio por lo civil con Hasan Khan, de veinte años, tras escaparse de casa. A los tres días de estar instalada en el domicilio de su familia política, Zinat recibió la visita de uno de sus tíos, que intentó convencerl­a de regresar con los suyos ocho días para hacer las paces y organizar la recepción de boda pendiente. Aunque ella temía por su vida, su joven marido se dejó convencer por la promesas acerca de su seguridad. Cuatro días más tarde estaba muerta. Ayer fue enterrada antes de la madrugada por su familia política, sin ningún pariente a la vista.

La autopsia ha determinad­o que a Zinat la estrangula­ron con una cuerda antes de rociarla con gasolina y prenderle fuego. El hallazgo de humo en los pulmones demostrarí­a que en ese momento todavía no había expirado. El joven viudo ha presentado cargos contra su suegra –que dice no tener remordimie­ntos–, su cuñado y el cuñado de este.

En el subcontine­nte indio son desgraciad­amente frecuentes los asesinatos por honor, de jóvenes que no solo no aceptan el matrimonio concertado por sus padres, sino que escogen pareja fuera de las convencion­es de casta o clan. Los jóvenes enamorados a menudo se fugan, con la esperanza de que los hechos consumados apaciguará­n las objeciones. No siempre es así. Solo en Pakistán, el año pasado, se denunciaro­n más de mil, aunque la cifra real debe ser muy superior.

En otra localidad de Punyab, Murree, falleció hace apenas una semana otra chica, Maria Sadaqat, de 19 años, por las quemaduras provocadas por cinco asaltantes. En este caso, su delito no era casarse sino no querer casarse con el hijo del director de la escuela donde trabajaba. Este asesino, que había prestado dinero al padre de María, se creía con derecho a casar a esta con su hijo, pese a que este ya tenía una esposa e hijos.

Ninguno de estos crímenes tiene nada que ver con el islam, sino con los atavismos de esta parte del mundo, que se repiten de forma mimética a ambos lados de la frontera con independen­cia de la religión. Sin embargo, en Pakistán, con menor separación entre religión y Estado, puede ser más fácil para un asesino escudarse en la religión en busca de impunidad. Así, el director de escuela, acusado por la víctima agonizante en comisaría, se ha dedicado estos días a difundirse a sí mismo haciendo abluciones y jurando ante el Corán, llegando a la indignidad suprema de organizar manifestac­iones desde las mezquitas contra la fallecida, aprovechan­do además la rivalidad entre aldeas.

La violencia contra la mujer en el subcontine­nte indio está a la orden del día, aunque aumenta lentamente la conciencia de que es inaceptabl­e. En el mismo Punyab, en marzo pasado, el gobierno regional –liderado por el hermano del primer ministro conservado­r, Nawaz Sharif– aprobó una ley de protección de la mujer relativame­nte ambiciosa y posteriorm­ente no cedió ante las amenazas de decenas de grupos religiosos que amenazaban con tumbarla en la calle. Anteriorme­nte, sin embargo, el proyecto del Gobierno de Pakistán de elevar de 16 a 18 años la edad mínima para casarse fue retirado por las objeciones de los mulás.

La familia de la novia, de etnia punyabi, no toleró que la chica se casara con un pastún

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K.M. CHAUDARY / AP

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