Una vida dedicada al arte medieval
JOAQUÍN YARZA LUACES (1936-2016) Historiador del arte
El más grande de los actuales maestros españoles de Historia del Arte Medieval, Joaquín Yarza Luaces, ha muerto en Barcelona unos meses antes de cumplir los ochenta años. Es un momento para el recuerdo, de gran tristeza para los que lo hemos querido como maestro y amigo, pero también de celebración de su magisterio. A su muerte, quedan inacabados algunos de los proyectos de los que nos habló muchas veces, como una historia de la miniatura española o la puesta al día del libro que le dio más celebridad, Arte y arquitectura en España, 500-1250 (1979).
En los años siguientes a esta publicación, otro manual sobre el conjunto del arte medieval español, uno más a finales de los años ochenta centrado en el arte español de la baja edad media y, entretanto, la dirección de los volúmenes dedicados a la edad media de una colección sobre Fuentes y documentos para la historia del arte, le confirieron una merecida reputación de gran maestro del arte medieval español. En su larguísima lista de publicaciones hay también algunas monografías fundamentales, libros bellísimos como Los Reyes Católicos: paisaje artístico de una monarquía (1993), La nobleza ante el rey (2004) o El románico catalán (2007, con Francesca Español); una recopilación de sus artículos, Formas artísticas de lo imaginario (1987) y la edición de varios libros colectivos ( Estudios de iconografía medieval española, 1984; Claustros románicos hispanos, 2003; La miniatura medieval en la península Ibérica, 2007).
Su prestigio como historiador del arte medieval se suele asociar a sus facultades como iconógrafo, cimentadas en un apabullante conocimiento de la cultura medieval apoyado en una vasta y cuidadosamente seleccionada biblioteca personal. Sin embargo, como se constata en sus publicaciones, concebía cada obra del arte medieval como un todo en el que no se puede desgajar la forma del contenido. Lo recuerdo siempre preparando algún miniviaje para volver a ver alguna pieza y volver a reflexionar sobre ella en alguna conferencia o artículo a partir de su contacto directo con la obra de arte en cuestión.
Joaquín Yarza deja una larga lista de discípulos repartidos por la península Ibérica, pero especialmente los formados con él en Barcelona, adonde llegó a comienzos de los años setenta desde Madrid, primero a la Universidad de Barcelona y, ya como catedrático, a la Autónoma de Barcelona. Su contribución a la historia del arte medieval catalán ha sido profunda y extensa: libros como Els retaules gòtics de la Seu de Manresa (1993), Libro de Horas de María de Navarra (1996) o el citado El ro- mánico catalán, atestiguan una dedicación prolongada a su tierra de adopción. El eco de su prestigio llegó ampliamente fuera de nuestras fronteras: por ejem-plo, cuando hace ya unos años Enrico Castelnuovo planeó una magna obra sobre el arte de la edad media, Arti e storia nel Medioevo (cuatro volúmenes, 2002-2004) no tuvo dudas de que el representante español en el eminente equipo internacional que reunió sería Joaquín Yarza. Su predicamento profesional le hizo también ser elegido en los años ochenta presidente de nuestra principal asociación académica, el Comité Español de Historia del Arte. En el 2001, con motivo de su 65.º cumpleaños, sus discípulos le dedicamos un libro homenaje con el título Imágenes y promotores en el arte medieval (Barcelona, UAB, 2001).
Desde que, subyugado por los cuadros del Museo del Prado, abandonó en Madrid los estudios de ingeniería naval por la Historia del Arte, ha sido Joaquín un trabajador incansable, con una rigurosa ética del trabajo; una persona de costumbres sobrias, entregada a su tarea intelectual, pero también gran melómano y gran viajero junto a su esposa y compañera de andanzas, Francesca Español Bertrán. Gaudeamus igitur: celebremos hoy su gran legado intelectual y su generoso magisterio. Al margen de su imponente obra y su inmenso conocimien-
Su contribución a la historia del arte medieval catalán ha sido profunda y extensa
to del arte medieval, especialmente el de Catalunya y el de Castilla y León, queda en mi recuerdo la gran categoría humana de su magisterio.
No olvidaré que siempre me estimuló a ser crítico, incluso con hipótesis publicadas por él mismo, que alguna vez en particular me animó a rebatir. Como estudiante me fascinaron sus estudios iconográficos, que aunaban la investigación de las obras de arte medievales con su contexto cultural. Ya como su doctorando, encontré en Joaquín a un cauto investigador que, lejos de la especulación vana, prefería una buena pregunta antes que una respuesta aventurada. Aún hoy, treinta años después, cuando mi investigación me lleva a una hipótesis sin suficiente fundamento pienso: ¿qué diría de esto Joaquín? Y me hace sonreír el saber con certeza que, como hacía siempre ante alguna ocurrencia de dudoso fuste, con su fina ironía gallega se limitaría a preguntarme: “¿Tú crees?”.